Marcos
y Laura eran la pareja perfecta, lo compartían casi todo, tenían los mismos
sueños, deseaban conseguir las mismas cosas y llevar a cabo su proyecto
uniéndose en matrimonio. Se habían casado muy enamorados, y desde el principio compartieron
economía, tareas domésticas, diversiones, deportes viajes, etc…
El
tema de los hijos no entraba de momento en sus planes, porque según ellos,
tenían que disfrutar de la vida, se consideraban aún muy jóvenes y ya tendrían
tiempo de que llegaran más tarde. Con el paso de los años, llegaron los hijos Paloma,
Daniel y Celia, los cuales crecieron en un ambiente lleno de alegría, risas,
juegos, besos y abrazos. Era habitual escuchar a Laura comentar que eran muy
felices viendo crecer a sus hijos.
Marcos
había sido hasta ahora el amor de mi vida, lo amaba con locura, teníamos una
sintonía envidiable pero poco a poco todo fue cambiando. Comenzó a ver las
cosas desde otra óptica, los celos salieron a flote y todo cambió de la noche a
la mañana, no soportaba que estuviera más pendiente de los niños que de él.
Al
principio me alagaba que deseara tanto estar conmigo, pero poco a poco me fui
cansando de esta aptitud y acabábamos en fuertes peleas. La situación fue a más
y a más, acabando como el rosario de la Aurora, cada uno por su lado por culpa
de los malditos celos. Sufrí muchísimo, para mí lo había sido todo, mi noche y
mi día, mi gran amor de juventud. No dejaba de preguntarme, ¿por
qué me había tenido que tocar a mí un marido celoso, siendo todo solo producto
de su imaginación?
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