Tras un pequeño esfuerzo, consigo
abrir los ojos lenta, muy lentamente. No logro distinguir nada. Una vasta
negrura ocupa todo el espacio que mi vista es capaz de alcanzar. Siento frio,
no parece ser físico, es un frío extraño y puedo palpar con mis dedos la
textura de un lecho arenoso a la vez que fangoso. No oigo nada. Quiero saber….
Arriba a mi memoria la suave calidez
del sol rozándome la espalda; un leve sopor meciéndome entre las fronteras de
la vigilia; una brisa acariciando los bordes de la sombrilla y el susurro de
unas voces infantiles en la lejanía mientras disfruto de la soledad en una cala
apartada y recóndita de días de vacaciones. Tendida en la arena encontré a
Nacho, antiguo compañero de trabajo que había desembarcado en aquel rincón del mundo para descansar
después de un proyecto, según él, agotador. Me reconoció y vino a sentarse a mi
lado. Después de nuestra mutua sorpresa por reencontrarnos en el sitio más
inesperado del planeta, hablamos de experiencias pasadas y proyectos de futuro.
Nos reímos con verdadera pasión recordando momentos divertidos y anecdóticos
cuando fuimos compañeros de trabajo. Nacho era extrovertido, carismático y muy
guapo también. Javier, mi pareja, estuvo
observándonos desde hacía un buen rato, escondido tras unas rocas después de
volver de su pasatiempo favorito, la pesca, en el que invertía casi toda la
jornada de nuestros días de descanso.
Estoy aturdida por no saber
exactamente donde me encuentro, pero ya poco a poco mis ojos se acostumbran a
la oscuridad y por encima de mi cabeza vislumbro a lo lejos una luz tenue y
macilenta que ondea suavemente a un ritmo acompasado. Noto en mi pierna derecha
algo pesado y el tobillo comprimido, pero no es dolor solo una pequeña presión.
Sigo recordando…
Cuando Javier se acercó, le presenté
a Nacho como un antiguo compañero de trabajo, y este seguidamente le ofreció su
mano para saludarlo. Ante mi sorpresa, Javier solo emitió un breve y frío
saludo, y mirándome a los ojos me ordenó marcharnos de forma inmediata. Durante
el trayecto al apartamento no dijo nada, pero en cuanto entramos en la
habitación me sorprendió con un gran portazo.
-¡Puta!- me dijo -¿Acaso crees que
no te he visto cómo flirteabas con ese casanova?
Intenté
tranquilizarlo explicándole que Nacho era un conocido y antiguo compañero de
trabajo, sin embargo su ira aumentaba y seguía insultándome de forma más
violenta.
-Eres una imbécil, una cualquiera
provocando de esa manera. ¿No te da vergüenza? Escúchame bien, espero por tu
bien no encontrarte nunca más charlando con ese... ni con ningún otro, porque
de lo contrario las consecuencias van a ser muy graves.
Yo conocía el carácter un tanto
hosco de Javier, pero nunca lo había escuchado hablar de esa manera. Realmente
me asusté e intenté alcanzar la puerta para salir de allí de inmediato.
No es solo en el tobillo donde
siento presión, también en la nuca. El dolor de cabeza es insoportable. Cuando
me toco la parte posterior noto una enorme hinchazón. No he tenido un
accidente o, tal vez, sí. De nuevo vuelvo al pasado…
Javier se ha interpuesto entre la
puerta de la calle y yo. Forcejeo con rabia para que me deje salir, necesito
respirar y pensar en lo que está sucediendo. Su cara refleja el odio en su
estado más puro, sus ojos me traspasan con la mirada y sus puños parecen
preparados para embestirme en cualquier momento. Por fin, cuando alcanzo la
puerta, siento un mareo y caigo al suelo. Las nauseas han invadido mi estómago
y termino vomitando. Al ladear la cabeza para desprenderme de mis desechos,
tomo conciencia del charco de sangre en el que descansa mi cabeza. Luego pierdo
la conciencia.
Aspiro profundamente, necesito tomar
aire, necesito respirar. Al hacerlo quiero volver a la realidad. Pero algo se
interpone entre el aire y yo. No adivino muy bien qué es, pero me ha atrapado
porque lo noto por todo mi cuerpo.
¡Claro! Ahí está, una luna grande,
anaranjada, sobre la barca de Javier y el mar; todo un océano que me acoge, el
único testigo de mi propio sepelio. Javier ha retirado la sábana que me
envuelve. Ha atado algo pesado a mi tobillo. Luego acerca su cara a la mía y le
observo dos lagrimas en las mejillas y con una voz entre temblorosa y afligida
me rodea con sus brazos y creo entender:
_Yo no quería matarte, yo no quería matarte.
Solo ha sido un accidente, yo te quiero.... te quería....
Tras percibir el roce de unos
labios, sentí la frialdad del mar y cayendo hacia el abismo de las
profundidades, el agua fue poco a poco abriéndose paso en mis pulmones.
Ahora comprendo. Por fin puedo
contemplar mi cuerpo desde el ángulo opuesto a la vida y voy entendiendo el
significado de la palabra muerte, el de mi propia muerte. Siento un escalofrío
porque logro ver con nitidez el escenario donde me hallo, el de un fondo de mar
que me ha acogido para siempre.
Ha amanecido, y cuando el sol
calienta tímidamente la superficie del mar, oigo la actividad de algunas
embarcaciones. Percibo sus voces, todas masculinas, y entre sus murmullos distingo conversaciones de una búsqueda. La desaparición de una mujer
joven, alrededor de la treintena, que la noche anterior salió con la barca que
su novio tenía alquilada. Se sospecha que podría ir acompañada, su novio cree
que tal vez no iba sola, pero no lo sabe con seguridad. Distingo a unos cuantos
buceadores que con sus linternas miran por todos los lados intentando encontrar
un cuerpo, tal vez dos. Pero por más que recorren el fondo no encuentran nada.
Lo que es aún mi cuerpo, intacto, ha caído entre unas rocas y se ha quedado
encajado en un hueco, oculto a los ojos de cualquier humano. Solo me queda
llorar, sumergida en las entrañas del más profundo olvido y la más absoluta
soledad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario