Se miren por donde se miren, los celos son un sentimiento
negativo que hacen infelices a los que los sienten y a los que los padecen. Hay
muchas clases de celos, pero todos causan desdicha.
A veces los
celos surgen entre hermanos, sobre todo, cuando un hijo único que ha recibido
todos los mimos y atenciones de sus padres tienen un hermanito que le roba protagonismo
y ha de compartir con él el cariño de los papás; no siempre ocurre esto, pero
cuando ocurre, el niño “desplazado” lo pasa muy mal, se le cambia el carácter y
llega a sentir algo parecido al odio por el hermano; los padres han de dedicarle
un cuidado especial para que vea que sigue ocupando un lugar importante en la
familia.
Existen
también celos, mezclados de rivalidad y envidia entre escritores, pintores,
músicos, etc. Conocidos son los celos que el compositor Salieri sintió por los
éxitos de Mozart. No fueron tan exagerados como nos los mostró la película
“Amadeus” pero parece que, en parte, amargaron la vida de Salieri.
Entre los
pintores, fueron notables los que sintió Van Gogh por su amigo Gauguin, no por
cuestiones de rivalidad en la pintura, sino por el sentimiento de inferioridad
de Vincent hacia las mujeres en contraposición a Gauguin que era impetuoso,
seguro de sí mismo y conquistador. Cortejaba con gran éxito a las féminas,
incluso aunque estuvieran casadas.
Y hablando
de escritores, son también conocidos los celos de Lope de Vega por Cervantes y
los de Juan Ramón Jiménez por algunos de sus coetáneos. Nos es difícil imaginar
un sentimiento tan negativo en el autor de Platero
y yo, un libreo que parece escrito por alguien sensible y tierno; nada más
lejos de la realidad: Juan Ramón sentía celos, resentimiento y animadversión
por muchos escritores de su época, a los que llenaba de improperios. He leído
en algunas páginas de revistas de aquella época, exabruptos con los que Juan
Ramón obsequiaba a sus compañeros, que causan verdadera sorpresa.
Entre
algunos escritores de hoy en día, a veces también se observan pequeños celos y
rencillas que se adivinan en ciertos artículos que se dedican unos a otros, llenos de “mala uva”. Hay pocos
seres humanos con la suficiente generosidad para admitir el triunfo de otros
que se dedican a los mismos menesteres.
Los celos,
digamos amorosos, han hecho y hacen verdaderos estragos en muchas vidas.
Shakespeare, el gran conocedor de las pasiones humanas, nos mostró los celos
terribles, destructivos e infundados de Otelo hacia la desdichada Desdémona, a
la que acaba matando. ¿Y qué decir de los celos que ensombrecieron la vida matrimonial
de doña Juana I de Castilla? Precisamente, a causa de esos celos, esta vez
fundados, perdió la razón y pasó a la historia como Juana “La loca”. Las continuas
infidelidades de su esposo Felipe el Hermoso, la hicieron terriblemente
desgraciada pues ella estaba enamorada hasta el fondo. Cuando murió él,
acompañó su féretro por España en cortejo fúnebres, sin querer pernoctar en
conventos de monjas por los celos que sentía de ellas.
Tuve una
compañera cuyo marido era celosísimo; nos contaba ella que no la dejaba salir
sola a la calle; la acompañaba al colegio donde trabajábamos y luego la
recogía. Cuando iba con ella por la calle, la obligaba a llevar siempre la
vista baja, porque si la levantaba, él decía que era para mirar a algún hombre
que pasaba; en fin, toda su vida de casada fue una tortura porque hasta de bien
mayor, él seguía siendo celosísimo.
Los celos
en los hombres suelen ir parejos con el machismo; no hay celoso que no sea machista
y viceversa. Esto sin duda obedece a ese sentido exacerbado de posesión y
dominio que siente el machista hacia la mujer; considera que ella, en su
inferioridad, es incapaz de tomar decisiones, le falta inteligencia; él, en
cambio, anda sobrado de facultades, así que adopta el papel de
protector-dictador, y a cambio de ese “desvelo”, le exige verdadera sumisión,
la somete a la condición de esclava y con todo el derecho del mundo, la viola,
la maltrata y a veces, si se le va la mano, la mata ¡Pero qué necios, obtusos y
bárbaros son los machistas! ¿Cómo hacer para que reconozcan lo ridículo de sus
celos y de su pretendida superioridad? ¿Cómo neutralizar, o mejor aún anular
ese orgullo, esa vanidad, esa ignorancia y ese desprecio hacia la mujer?
Necesitan una verdadera cura de humildad y muchas, muchas sesiones de educación
igualitaria.
Y para
terminar, diré que siento por los celos un rechazo visceral; sé de lo que
hablo: es una enfermedad que destruye el amor y que hace a las parejas
desdichadas. Dichosa las que no hayan pasado por esto.
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