jueves, 11 de abril de 2013

Fin de semana en la playa

Autor: Antonio Cobos


            Aquellos ojos enormes parecían estar saliéndose de sus órbitas. Las cejas arqueadas, la boca abierta y muda, como queriendo articular alguna cosa, y las manos, aferradas a esas manos que la ahogaban, intentando infructuosamente separarlas de su garganta con toda la fuerza de que era capaz. Pero Juan era más fuerte y estaba sentado sobre ella, apretando desenfrenadamente aquel cuello que tantas veces había acariciado y besado. Continuó aferrado a aquella garganta dura y tensa, apretándola con todas sus fuerzas, sin ceder un segundo, continuó hasta que aquellas manos blancas que querían inútilmente deshacerse de las suyas comenzaron  aflojarse y a quedarse muertas. Aún siguió apretando, cuando las sacudidas del cuerpo denunciaban los estertores de los últimos alientos. Ana quedó inmóvil, con la mirada perdida hacia el techo.

            Y aún seguía imantado a esa garganta cuando empezó a llorar desconsoladamente, sin control alguno, con un llanto ruidoso y lastimero. El llanto lo aflojó y se echó a un lado.

-¿Qué he hecho? – se preguntaba abrumado - ¿Qué he hecho? – se repetía con desespero.

            Y empezó a recordar…

            Ana le dijo que sus amigos Isabel y Manuel los habían invitado a pasar un fin de semana en la playa.

-          Pero, sabes que me examino el martes y necesito estudiar todo el fin de semana.
-          Ya, pero pensé que nos podíamos ir el niño y yo por la mañana y tú te puedes incorporar el sábado por la tarde. Si nos quitamos de en medio, seguro que aprovechas más el sábado y puedes descansar el domingo. ¡No vas a estar todo el fin de semana empollando! 
-          No sé, vale – dijo Juan dudando - Si te parece, yo me voy a última hora del sábado y me llevo algún material por si puedo hacer algo el domingo.
-          Mira, si vas, es para estar un poco con todos, no te lleves nada. Seguro que haremos una excursión con los niños.

            Quedaron en que Ana se iría en el coche de Isabel y Manuel. Iría sentada detrás, en medio de su hijo y el hijo de sus amigos, de su misma edad, para que no se pelearan. Un par de días después, cambiaron planes y quedaron en irse el viernes, para aprovechar mejor el fin de semana, y cuando Ana y su pequeño llegaron a casa de sus amigos el viernes por la tarde, se encontró que Isabel tenía que quedarse hasta el día siguiente por tener que solucionar un problema del trabajo. Lo resolvería el sábado a primera hora y se iría para la playa después. Ellos tenían dos coches.

-          Te puedes ir con Juan – se ofreció María
-          Pero Juan quiere quedarse hasta tarde – contestó Isabel - y yo en un par de horas como máximo termino. Los documentos con los que tengo que trabajar y que tengo que reenviar los tendré a las nueve en el despacho. A las once, estoy saliendo para la playa.

            Ana llamó a Juan y se lo dijo. Le pidió que se fuese antes y se llevara a Isabel, pero Juan estaba agobiado con el examen de la última asignatura de su segunda carrera y no accedió. Además se enfadó con Ana por no esperar todos, hasta la mañana siguiente.

-          Da igual, Juan, por favor.

            Juan no pudo concentrarse. Desde hacia tiempo estaba un poco molesto de las confianzas de Manolo con Ana y de ésta con él. Eran compañeros de trabajo en el instituto y desde que hicieron un viaje de estudios juntos, con los alumnos comunes, se habían hecho mucho más amigos. Aunque los cuatro disfrutaban de una amistad compartida, en realidad, el núcleo base de su relación era la amistad de Manuel y Ana.

            Durante la noche pensaba que los niños de ambos, con sus tres añitos, estarían durmiendo completamente rendidos y que Manuel y su mujer estaban solos bajo el mismo techo. Se imaginó en el piso de la playa vigilando desde un rincón, escuchando tras una puerta, mirando desde la calle. Pensó en coger el coche y presentarse allí, diciendo que había cambiado de opinión, pensó en ir sin decir nada y vigilar desde fuera, pensó en decir, que no iría, que tenía mucho que estudiar. Finalmente fue esto lo que decidió. Isabel se pasó por su casa cuando se iba para la playa por si quería bajarse con ella. Juan le dijo que no, que había avanzado muy poco y que prefería quedarse. Luego bajaría. Al final de la tarde llamó por teléfono y se excusó, se quedaría estudiando. El sábado estaría Isabel allí y no habría problemas, pero ¿qué habría pasado el viernes?

            El domingo estuvo leyendo unos apuntes y asomándose a la ventana entre página y página. Al final de la tarde, sólo miraba por la ventana. ¿Por qué vendrían tan tarde?

            Finalmente el coche blanco de Manuel aparcó en doble fila para que Ana y el niño se bajaran. Para despedirse, con el niño ya en el carrito, Manuel estaba fuera en el lado del conductor e Isabel estaba junto a Ana. Ésta se apoyó en el capó y se alargó hasta Manuel, todo cuanto pudo. Manuel se inclinó y se chocaron brevemente los labios. ¡Ay, aquella maldita costumbre que se iba extendiendo entre todos los amigos!
Ana entró contenta y con cara de cansada. El niño estaba medio dormido.

-          Dale un beso a papá y vamos a dormir – y añadió dirigiéndose a Juan – Ya ha cenado. Lo voy a acostar.

            Un rato después estaban los dos en la cama. Juan aún tenía toda la tensión almacenada e intentó iniciar unas caricias con Ana. Ésta le dijo que estaba muy cansada y Juan explotó.

-          ¿Qué pasó el viernes? – dijo de mala formas
-          Juan, por favor, mañana te lo cuento.
-          No quiero esperar a mañana, quiero saberlo ahora – levantaba la voz y se sintió fuera de sí.

            En unos instantes se desarrolló la escena que ya conocemos…

            Juan se despertó de golpe y tardó unos segundos en darse cuenta de que había estado soñando, que todo había sido una horrible pesadilla. Ana estaba a su lado, durmiendo y respirando tranquila. Se volvió hacia ella y la oyó respirar. Pensó que no les dedicaba demasiado tiempo a ella y al niño. Cuando se le ocurrió hacer medicina después de haber terminado enfermería, no era consciente del sacrificio que iba a suponer, máxime estando trabajando de enfermero. Pero le faltaba sólo la última asignatura. Estuvo dándole vueltas a su vida, a la relación con las personas que más quería, su mujer y su hijo, al tiempo que les dedicaba. ¿Había hecho bien? Ana despertó y vio a su marido junto a ella, mirándola.

-          Buenos días cariño. ¿Estás despierto?
-          Sí, llevo un rato despierto.

            Acurrucándose hacia él y con voz de estar medio dormida le dijo:

- Nos quedamos cinco minutitos – y apretaba su pubis contra su pierna. El se volvió y comenzaron a besarse. Diez minutos más tarde, los dos estaban tumbados boca arriba, satisfechos y con los ojos cerrados. Juan se sentía feliz. Ana fue la primera en hablar.
- Cariño, se me olvidó decirte ayer, que Isabel y Manuel nos han invitado a pasar con ellos el fin de semana en la playa.

            A Juan se le abrieron los ojos de golpe.         

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