-¿Por qué no escuchó las alarmas?-
Se preguntó una y mil veces Luis, y la respuesta siempre era la misma: No lo
quiso ver.
Magda,
su mujer, y él se enamoraron nada más conocerse, cuando coincidieron en la
Facultad y desde entonces sus caminos transcurrieron paralelos. Tras la
atracción mutua, descubrieron que compartían aficiones y el gusto por
conversar, por lo que fue muy fácil irse a vivir juntos o casarse años después.
Los recuerdos de aquella época eran un entresijo de encuentros amorosos a
deshoras, mezclados con la inquietud propia de la inestabilidad laboral, o el
goce de los pequeños logros. Aunque por encima de todo, Luis recordaba el
entusiasmo con el que vivían todos los momentos. Pero pasaron los años, la
familia creció a la vez que alcanzaban una posición acomodada y casi sin darse
cuenta la rutina y los compromisos se habían instalado en sus vidas.
Por
aquel tiempo, además, él cambió de trabajo y el nuevo puesto, de mayor
responsabilidad, lo fue absorbiendo poco a poco. Pasaba más tiempo en el despacho
y con frecuencia tenía reuniones fuera del horario. Luego dejó de ir a comer a
casa, después las reuniones finalizaban cada vez más tarde y en ocasiones
tomando unas copas. Luis regresaba cansado y poco comunicativo.
Por
estos cambios, Magda empezó a desconfiar. Él estaba distraído y ausente. Además
dejó de tratarla con el afecto habitual y solía estar irritable. Ella intentaba
aproximarse en la intimidad, pero él la evitaba pretextando estar agotado.
Todos estos desencuentros desencadenaron que los celos la atormentaran
continuamente. Espiaba las llamadas telefónicas, leía los mensajes de su móvil,
escudriñaba la ropa o rebuscaba en la cartera de Luis cualquier indicio que
delatara su infidelidad, pero siempre en vano. En aquellos momentos Magda creyó
que se volvía loca. A veces quería pensar que todo tenía una explicación, otras
se afirmaba en sus sospechas. De pronto lloraba angustiada, sentía que había
dejado de ser atractiva o se culpaba de haberse vuelto una amargada, en otros
instantes se tranquilizaba pensando en los buenos momentos compartidos.
Finalmente habló con él, quiso hacerlo con
calma, pero le fue imposible y terminó perdiendo los nervios. Él lo negó todo.
La acusó de histérica y de ver cosas donde no las había. Sin embargo su actitud
cambió y este nuevo comportamiento la tranquilizó. Volvía a casa a horas
razonables, la llamaba cariñosamente desde la oficina y estaba mucho más atento
con ella. Sentía que habían recuperado la felicidad escapada.
Así,
un día Magda decidió darle una sorpresa y lo esperó en la puerta de la oficina
para almorzar con él. Pero la escena que presenció la dejó totalmente
desconcertada. Un rubor le incendió la cara al tiempo que empezó a temblar y
deseó que la tragara la tierra. Luis salía acompañado de una joven. La
situación que aparentemente podía ser trivial, se volvió embarazosa por la
reacción tan torpe de él. A ella le bastó ver la mirada cómplice que Luis
dirigía a su acompañante, antes de sentirse observado, para tener la certeza de
que los fantasmas que había rechazado eran reales.
-¿Por
qué no escuchó las alarmas?- Se volvió a preguntar Luis cuando vio a Magda ese
día en la calle. Efectivamente Rosa, su acompañante, era desde hacía algún
tiempo su amante. Él nunca lo buscó -se justificaba- Estas cosas suceden sin
planearlo- se repetía a sí mismo.
Todo
empezó al poco tiempo de ocupar el puesto de Jefe de Departamento. Rosa venía
desde otra delegación muy bien recomendada. Era una mujer despierta y atrevida.
Por aquellos momentos él pasaba los días enteros en el despacho y de forma
gradual la presencia de Rosa se hizo indispensable. Ella no tenía prisa para
marcharse, y a cualquier hora estaba disponible para realizar alguna tarea
pendiente, acompañando sus gestos siempre de una sonrisa complaciente.
Un día cuando todo el personal se había marchado, Luis salió apresurado del
despacho para comer en un restaurante próximo y allí estaba Rosa que
casualmente pensaba hacer lo mismo, lo que propició que almorzaran juntos. La
comida fue muy agradable y después de ésta hubo más, hasta llegar a ser un
hábito. En otra ocasión, tras finalizar una reunión más larga de lo
acostumbrado, todos acabaron tomando una copa. Durante la velada, Luis
interceptó la mirada de Rosa varias veces y se sintió halagado. Tras las
despedidas ellos continuaron la charla otro rato. Era evidente que se atraían, y
no le sorprendió que ella le propusiera tomar otra copa en su apartamento. – Las alarmas se encendieron una vez más en
la mente de Luis- pero él prefirió ignorarlas y con una sonrisa cautivadora le
contestó que le encantaría acompañarla. Después de este encuentro se sucedieron
otros muchos. Al principio, Luis se sentía culpable y pensaba que en casa se lo
notarían nada más verlo, por lo que llegaba tarde y evasivo y se hacía el
propósito de dejarlo, pero no lo hizo.
Cuando
Magda le reprochó su conducta, se ofendió y actuó a la defensiva, atacando su
falta de confianza. Sin embargo, esa vez si “escuchó las alarmas”, no quería
perderla, ni perder a su familia y rompió con Rosa. Con la ruptura llegó la
calma a su vida, propiciando un reencuentro con su mujer y sus hijos.
Por
el contrario, la amante, no estaba dispuesta a perderlo y sutilmente volvió a
seducirlo. Si bien, Luis ya no quería arriesgarse, por lo que prodigaba más
atenciones a su mujer, de este modo ella
no sospechaba nada, hasta la tarde que se encontró con sus ojos y supo que todo
se había roto.
Aquella
noche al llegar a casa, encontró su maleta en la puerta y a su mujer
esperándolo para decirle que no tenía que explicar nada y que se marchara. Mientras
llevaba la maleta en la mano, pensaba que ese era el resultado de su estupidez,
ya que por esta aventura, que sólo había sido un entretenimiento, había perdido
lo que más le importaba.
Por
su parte Rosa no tuvo ningún problema en dejarlo de lado, él no era sino un
peldaño en su escalada profesional y ya había descubierto otro escalón más
valioso.
Irremediablemente
y con el transcurso del tiempo, Luis aprendió a estar solo. Seguía en contacto
con sus hijos y a Magda la veía de vez en cuando. Quizás al tener conciencia de
lo perdido, lo que antes le parecía rutina ahora era deseable. Empezó a verla
con otros ojos, estaba más atractiva, la madurez le deba un aire distinguido
que antes no apreciaba y nuevamente intentó conquistarla, pero ella también había
aprendido a vivir sin él.
En
el momento que Luis descubrió que ella tenía otra pareja, reaccionó como un
marido celoso, no podía soportar la idea de que Magda estuviera con otro. Sabía
que su actitud era totalmente inapropiada, pero le dolía en lo más profundo
porque hasta ese momento quizás había albergado la idea de una reconciliación.
Cuando
su mujer le propuso la separación definitiva, las alarmas se encendieron una
última vez, pero ya carecían de brillo. Los documentos del divorcio estaban
sobre su mesa, pero le costaba admitir con su firma que finalmente todo había
acabado.
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