viernes, 12 de abril de 2013

Alarmas

Autora: Carmen Sánchez Pasadas


            -¿Por qué no escuchó las alarmas?- Se preguntó una y mil veces Luis, y la respuesta siempre era la misma: No lo quiso ver.

Magda, su mujer, y él se enamoraron nada más conocerse, cuando coincidieron en la Facultad y desde entonces sus caminos transcurrieron paralelos. Tras la atracción mutua, descubrieron que compartían aficiones y el gusto por conversar, por lo que fue muy fácil irse a vivir juntos o casarse años después. Los recuerdos de aquella época eran un entresijo de encuentros amorosos a deshoras, mezclados con la inquietud propia de la inestabilidad laboral, o el goce de los pequeños logros. Aunque por encima de todo, Luis recordaba el entusiasmo con el que vivían todos los momentos. Pero pasaron los años, la familia creció a la vez que alcanzaban una posición acomodada y casi sin darse cuenta la rutina y los compromisos se habían instalado en sus vidas.

Por aquel tiempo, además, él cambió de trabajo y el nuevo puesto, de mayor responsabilidad, lo fue absorbiendo poco a poco. Pasaba más tiempo en el despacho y con frecuencia tenía reuniones fuera del horario. Luego dejó de ir a comer a casa, después las reuniones finalizaban cada vez más tarde y en ocasiones tomando unas copas. Luis regresaba cansado y poco comunicativo.

Por estos cambios, Magda empezó a desconfiar. Él estaba distraído y ausente. Además dejó de tratarla con el afecto habitual y solía estar irritable. Ella intentaba aproximarse en la intimidad, pero él la evitaba pretextando estar agotado. Todos estos desencuentros desencadenaron que los celos la atormentaran continuamente. Espiaba las llamadas telefónicas, leía los mensajes de su móvil, escudriñaba la ropa o rebuscaba en la cartera de Luis cualquier indicio que delatara su infidelidad, pero siempre en vano. En aquellos momentos Magda creyó que se volvía loca. A veces quería pensar que todo tenía una explicación, otras se afirmaba en sus sospechas. De pronto lloraba angustiada, sentía que había dejado de ser atractiva o se culpaba de haberse vuelto una amargada, en otros instantes se tranquilizaba pensando en los buenos momentos compartidos.

 Finalmente habló con él, quiso hacerlo con calma, pero le fue imposible y terminó perdiendo los nervios. Él lo negó todo. La acusó de histérica y de ver cosas donde no las había. Sin embargo su actitud cambió y este nuevo comportamiento la tranquilizó. Volvía a casa a horas razonables, la llamaba cariñosamente desde la oficina y estaba mucho más atento con ella. Sentía que habían recuperado la felicidad escapada.

Así, un día Magda decidió darle una sorpresa y lo esperó en la puerta de la oficina para almorzar con él. Pero la escena que presenció la dejó totalmente desconcertada. Un rubor le incendió la cara al tiempo que empezó a temblar y deseó que la tragara la tierra. Luis salía acompañado de una joven. La situación que aparentemente podía ser trivial, se volvió embarazosa por la reacción tan torpe de él. A ella le bastó ver la mirada cómplice que Luis dirigía a su acompañante, antes de sentirse observado, para tener la certeza de que los fantasmas que había rechazado eran reales.
  
-¿Por qué no escuchó las alarmas?- Se volvió a preguntar Luis cuando vio a Magda ese día en la calle. Efectivamente Rosa, su acompañante, era desde hacía algún tiempo su amante. Él nunca lo buscó -se justificaba- Estas cosas suceden sin planearlo- se repetía a sí mismo.

Todo empezó al poco tiempo de ocupar el puesto de Jefe de Departamento. Rosa venía desde otra delegación muy bien recomendada. Era una mujer despierta y atrevida. Por aquellos momentos él pasaba los días enteros en el despacho y de forma gradual la presencia de Rosa se hizo indispensable. Ella no tenía prisa para marcharse, y a cualquier hora estaba disponible para realizar alguna tarea pendiente,  acompañando  sus gestos siempre de una sonrisa complaciente. Un día cuando todo el personal se había marchado, Luis salió apresurado del despacho para comer en un restaurante próximo y allí estaba Rosa que casualmente pensaba hacer lo mismo, lo que propició que almorzaran juntos. La comida fue muy agradable y después de ésta hubo más, hasta llegar a ser un hábito. En otra ocasión, tras finalizar una reunión más larga de lo acostumbrado, todos acabaron tomando una copa. Durante la velada, Luis interceptó la mirada de Rosa varias veces y se sintió halagado. Tras las despedidas ellos continuaron la charla otro rato. Era evidente que se atraían, y no le sorprendió que ella le propusiera tomar otra copa en su apartamento.  – Las alarmas se encendieron una vez más en la mente de Luis- pero él prefirió ignorarlas y con una sonrisa cautivadora le contestó que le encantaría acompañarla. Después de este encuentro se sucedieron otros muchos. Al principio, Luis se sentía culpable y pensaba que en casa se lo notarían nada más verlo, por lo que llegaba tarde y evasivo y se hacía el propósito de dejarlo, pero no lo hizo.

Cuando Magda le reprochó su conducta, se ofendió y actuó a la defensiva, atacando su falta de confianza. Sin embargo, esa vez si “escuchó las alarmas”, no quería perderla, ni perder a su familia y rompió con Rosa. Con la ruptura llegó la calma a su vida, propiciando un reencuentro con su mujer y sus hijos.

Por el contrario, la amante, no estaba dispuesta a perderlo y sutilmente volvió a seducirlo.  Si bien, Luis ya  no quería arriesgarse, por lo que prodigaba más atenciones  a su mujer, de este modo ella no sospechaba nada, hasta la tarde que se encontró con sus ojos y supo que todo se había roto.

Aquella noche al llegar a casa, encontró su maleta en la puerta y a su mujer esperándolo para decirle que no tenía que explicar nada y que se marchara. Mientras llevaba la maleta en la mano, pensaba que ese era el resultado de su estupidez, ya que por esta aventura, que sólo había sido un entretenimiento, había perdido lo que más le importaba.

Por su parte Rosa no tuvo ningún problema en dejarlo de lado, él no era sino un peldaño en su escalada profesional y ya había descubierto otro escalón más valioso.

 Irremediablemente y con el transcurso del tiempo, Luis aprendió a estar solo. Seguía en contacto con sus hijos y a Magda la veía de vez en cuando. Quizás al tener conciencia de lo perdido, lo que antes le parecía rutina ahora era deseable. Empezó a verla con otros ojos, estaba más atractiva, la madurez le deba un aire distinguido que antes no apreciaba y nuevamente  intentó conquistarla, pero ella también había aprendido a vivir sin él.
En el momento que Luis descubrió que ella tenía otra pareja, reaccionó como un marido celoso, no podía soportar la idea de que Magda estuviera con otro. Sabía que su actitud era totalmente inapropiada, pero le dolía en lo más profundo porque hasta ese momento quizás había albergado la idea de una reconciliación.

Cuando su mujer le propuso la separación definitiva, las alarmas se encendieron una última vez, pero ya carecían de brillo. Los documentos del divorcio estaban sobre su mesa, pero le costaba admitir con su firma que finalmente todo había acabado.

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