martes, 30 de abril de 2013

Los celos

Autora: María Gutiérrez


          Marcos y Laura eran la pareja perfecta, lo compartían casi todo, tenían los mismos sueños, deseaban conseguir las mismas cosas y llevar a cabo su proyecto uniéndose en matrimonio. Se habían casado muy enamorados, y desde el principio compartieron economía, tareas domésticas, diversiones, deportes viajes, etc…

          El tema de los hijos no entraba de momento en sus planes, porque según ellos, tenían que disfrutar de la vida, se consideraban aún muy jóvenes y ya tendrían tiempo de que llegaran más tarde. Con el paso de los años, llegaron los hijos Paloma, Daniel y Celia, los cuales crecieron en un ambiente lleno de alegría, risas, juegos, besos y abrazos. Era habitual escuchar a Laura comentar que eran muy felices viendo crecer a sus hijos.

       Marcos había sido hasta ahora el amor de mi vida, lo amaba con locura, teníamos una sintonía envidiable pero poco a poco todo fue cambiando. Comenzó a ver las cosas desde otra óptica, los celos salieron a flote y todo cambió de la noche a la mañana, no soportaba que estuviera más pendiente de los niños que de él.

          Al principio me alagaba que deseara tanto estar conmigo, pero poco a poco me fui cansando de esta aptitud y acabábamos en fuertes peleas. La situación fue a más y a más, acabando como el rosario de la Aurora, cada uno por su lado por culpa de los malditos celos. Sufrí muchísimo, para mí lo había sido todo, mi noche y mi día, mi gran amor de juventud. No dejaba de preguntarme, ¿por qué me había tenido que tocar a mí un marido celoso, siendo todo solo producto de su imaginación?

martes, 23 de abril de 2013

Celos

Autora: Amalia Conde


“Los celos no nacen del amor: de hecho ya están en la persona celosa antes de enamorarse, ya están antes de conocer a quien va a enamorarle. Cuando decimos que alguien es celoso es porque lo es así y de siempre, por mucho que después se convenza de que sus celos se los trae el otro, por mucho que se empeñe en culpar a otros de su sufrimiento.
Los celos nacen del temor: la persona celosa teme tanto o más que ama. Teme perderle, a que se vaya con.., a que prefiera a…. Sin embargo siempre dice que se pone celoso porque le quiere, que se pone así porque le importa.
Le quiere, sí pero ¿le quiere QUÉ?, le quiere poseer, le quiere para sí, reasegurada, incondicional, disponible siempre, aunque no siempre le quiera cerca. Le quiere, seguro, y mucho, sI, dice,… Entonces ¿a qué tanta desconfianza? ¿a qué tanto control? ¿a qué tanta propiedad? ¿a qué tanta bronca? Se diría que la persona celosa está segura de su amor pero critica el de la pareja, recela y acaba desconfiando de ella. Los celosos no dudan de su amor hacia..., pero no dejan de dudar del amor de..., dan por supuesto que aman mucho más y mejor que son amados, y eso parece que les da derecho a exigir, y a castigar. La persona celosa siempre se considera a sí misma fiel, leal, sin dudas ni tentaciones y, sin embargo para ella, la pareja ronda la traición, flirtea con la infidelidad, le hace daño. Por su propia inseguridad sufre, por su desamor pasado, o por los amores que defraudaron, acusa. En definitiva no puede disfrutar del amor que se le ofrece.”

 Itziar Cantera,  Si soy celoso es porque temo más que amo.


El primer crimen que se cometió en el mundo a consecuencia de los celos fue entre hermanos. ¿Quién no recuerda a Caín y Abel? A pesar de que hace tantos siglos ahí está presente, como queriendo dar un aviso de lo que no debemos hacer. No es muy buena época la que atravesamos para que las personas sientan temor de Dios.

Hoy es muy corriente escuchar en la tele crímenes entre padres, hijos, hermanos, y sobre todo de maridos celosos que se sienten más hombres martirizando a su pareja. Así que entre los celos y la envidia nos vamos a quedar muy claros en el mundo. (Tan claros como el Papa).

Si nos dedicamos a los celos de amores habrá que prepararse porque los hay para todos los gustos. Se suele decir que los celos los da el cariño, pero también dicen que hay cariños que matan. Al hombre celoso hay que estudiarlo bien y enterarse de lo que es capaz de hacer, si la novia está muy enamorada y segura que lo quiere tal como es, pues que se case, “ya se enterará de lo que vale un peine”, le echará en cara las veces que va a la peluquería y que se pinta mucho para ir al mercado. ¡Ese traje, no creo que sea el más indicado para ir al médico!, ¿o es que te gusta ponerlo nervioso? Esta semana se acabaron las reuniones con tus amistades... Y así un día y otro hasta que se acostumbra a ser una extraña en su propia casa.

Los celos de las mujeres son un tormento para toda la familia. Si el marido tiene un horario fijo para el trabajo, para la comida, para acostarse y levantarse, naturalmente para llegar a casa, tiene que llegar puntual, de lo contrario su mujer ya está haciendo preguntas a diestro y siniestro. ¿Qué pasa hoy? ¿Es que tienes que estar hablando con ese tío siempre? o ¿es que con quien hablas es con una mujer? ¿Por qué te has puesto hoy ese traje que te estuve planchando ayer? ?¿esa corbata no es la que te pusiste esta mañana... Naturalmente al marido no le da tiempo contestar a tantas cosas y no habla nada, así que se va al trabajo sin comer.

Hay personas que tienen celos hasta de quien las está criticando, cuántas veces he oído decir: Esa tiene un don de palabra que convence a cualquiera de lo que está diciendo. O sea, que la están criticando y en vez de darle rabia por lo que están diciendo de ella, siente celos del don de palabra que tiene quien la está criticando.

Tenemos celos de tantas cosas que no podemos olvidar a las vecinas pudientes que cambian de coche con facilidad y hacen arreglos en el piso con frecuencia, entonces la vecina menos pudiente está preparada para ver los defectos: ¡el coche que se ha comprado la vecina es del año de la polka!, ¿y el arreglo que le ha hecho al piso?, ¡pues lo ha dejado peor que estaba!

martes, 16 de abril de 2013

Poderoso caballero es don dinero


Autora: Rafaela Castro

     Siempre fue celoso de su intimidad, y no era una persona extrovertida, sino más bien reservado. Algunas personas lo calificaban de ser un poquillo raro. A este individuo llamado Eliseo, no le iban las cosas mal. Terminó sus estudios de informática y tuvo suerte, ya que con ayuda de las becas y de sus padres, consiguió terminarlos. No tardó mucho en encontrar un buen trabajo. Aún no tenía los 30 cuando decidió casarse con su novia de toda la vida, Juana. Ella no tenía terminados sus estudios de asistenta social. Al principio, decidieron no tener hijos  y así ella podría terminar sus estudios. Como la mayoría de españoles, se hicieron con un hermoso piso, pero también con una hermosa hipoteca.

            En los inicios, todo iba de maravilla. Pero llegó esa palabra que la mayoría odiamos, la crisis. En la empresa de Eliseo hubo un reajuste de personal, y fue uno de los despedidos.
Cuando eran novios, demostró ser muy posesivo, y por cualquier motivo montaba el numerito. Pero Juana tenía la esperanza de que con el tiempo se le pasara, pero no fue así. Con el tiempo la cosa se acrecentó y él se sentía feliz cuando se marchaba a trabajar y ella se quedaba sola en casa dedicada a los que quehaceres diarios de la casa y estudiando.

          Al llegar los problemas económicos, Juana le propuso a su marido buscar un trabajillo y alternarlo con los estudios. Eliseo al principio se opuso, diciendo que el que estaba obligado a llevar un sueldo a casa era él. Los pagos de teléfono, luz, agua, hipoteca, etc… se amontonaban. Un día, Juana le comentó a su marido que una de sus amigas le había propuesto que trabajara con unos ancianos que ella conocía, y estaba segura de que le pagarían muy bien. Juana le dijo:-”Y aunque te lo estoy contando, me da igual lo que opines, porque estoy dispuesta a trabajar en lo que sea, así no podemos seguir”. Él se tragó su orgullo y aceptó. Es lo que tocaba.  Al poco tiempo, las cosas iban cambiando, y todos los pagos se pusieron al día, incluso ahorraban algo.

            Un día, un amigo le dijo a Eliseo:-”No sabes lo que me alegro que os vaya bien, hay cosas que saltan a la vista. Lo que me extraña es que te hayas vuelto tan permisivo, aquí nos conocemos todos, y las habladurías no paran con respecto al trabajo de tu mujer. Dicen que lo de los ancianos, nada de nada.” A lo que Eliseo respondió:-”La gente es mala y envidiosa. ¿Tú crees que siendo como yo soy, iba a consentir semejante barbaridad?”. El amigo, asintiendo, contestó:-”Creo que tienes razón”. Cuando Eliseo se quedó solo, con sarcasmo e ironía, exclamó casi en voz alta a la vez que sonreía:-”¡La hipoteca hay que pagarla ,al igual que los demás gastos! Dicen que los celos son una enfermedad, ¡bien, pues a mí, como por arte de magia, me han desaparecido!

            Don Dinero hace milagros.

domingo, 14 de abril de 2013

Los celos, un sentimiento nefasto

Autora: Pilar Sanjuán Nájera


Se miren por donde se miren, los celos son un sentimiento negativo que hacen infelices a los que los sienten y a los que los padecen. Hay muchas clases de celos, pero todos causan desdicha.

            A veces los celos surgen entre hermanos, sobre todo, cuando un hijo único que ha recibido todos los mimos y atenciones de sus padres tienen un hermanito que le roba protagonismo y ha de compartir con él el cariño de los papás; no siempre ocurre esto, pero cuando ocurre, el niño “desplazado” lo pasa muy mal, se le cambia el carácter y llega a sentir algo parecido al odio por el hermano; los padres han de dedicarle un cuidado especial para que vea que sigue ocupando un lugar importante en la familia.

            Existen también celos, mezclados de rivalidad y envidia entre escritores, pintores, músicos, etc. Conocidos son los celos que el compositor Salieri sintió por los éxitos de Mozart. No fueron tan exagerados como nos los mostró la película “Amadeus” pero parece que, en parte, amargaron la vida de Salieri.

            Entre los pintores, fueron notables los que sintió Van Gogh por su amigo Gauguin, no por cuestiones de rivalidad en la pintura, sino por el sentimiento de inferioridad de Vincent hacia las mujeres en contraposición a Gauguin que era impetuoso, seguro de sí mismo y conquistador. Cortejaba con gran éxito a las féminas, incluso aunque estuvieran casadas.

            Y hablando de escritores, son también conocidos los celos de Lope de Vega por Cervantes y los de Juan Ramón Jiménez por algunos de sus coetáneos. Nos es difícil imaginar un sentimiento tan negativo en el autor de Platero y yo, un libreo que parece escrito por alguien sensible y tierno; nada más lejos de la realidad: Juan Ramón sentía celos, resentimiento y animadversión por muchos escritores de su época, a los que llenaba de improperios. He leído en algunas páginas de revistas de aquella época, exabruptos con los que Juan Ramón obsequiaba a sus compañeros, que causan verdadera sorpresa.

            Entre algunos escritores de hoy en día, a veces también se observan pequeños celos y rencillas que se adivinan en ciertos artículos que se dedican unos  a otros, llenos de “mala uva”. Hay pocos seres humanos con la suficiente generosidad para admitir el triunfo de otros que se dedican a los mismos menesteres.

            Los celos, digamos amorosos, han hecho y hacen verdaderos estragos en muchas vidas. Shakespeare, el gran conocedor de las pasiones humanas, nos mostró los celos terribles, destructivos e infundados de Otelo hacia la desdichada Desdémona, a la que acaba matando. ¿Y qué decir de los celos que ensombrecieron la vida matrimonial de doña Juana I de Castilla? Precisamente, a causa de esos celos, esta vez fundados, perdió la razón y pasó a la historia como Juana “La loca”. Las continuas infidelidades de su esposo Felipe el Hermoso, la hicieron terriblemente desgraciada pues ella estaba enamorada hasta el fondo. Cuando murió él, acompañó su féretro por España en cortejo fúnebres, sin querer pernoctar en conventos de monjas por los celos que sentía de ellas.

            Tuve una compañera cuyo marido era celosísimo; nos contaba ella que no la dejaba salir sola a la calle; la acompañaba al colegio donde trabajábamos y luego la recogía. Cuando iba con ella por la calle, la obligaba a llevar siempre la vista baja, porque si la levantaba, él decía que era para mirar a algún hombre que pasaba; en fin, toda su vida de casada fue una tortura porque hasta de bien mayor, él seguía siendo celosísimo.

            Los celos en los hombres suelen ir parejos con el machismo; no hay celoso que no sea machista y viceversa. Esto sin duda obedece a ese sentido exacerbado de posesión y dominio que siente el machista hacia la mujer; considera que ella, en su inferioridad, es incapaz de tomar decisiones, le falta inteligencia; él, en cambio, anda sobrado de facultades, así que adopta el papel de protector-dictador, y a cambio de ese “desvelo”, le exige verdadera sumisión, la somete a la condición de esclava y con todo el derecho del mundo, la viola, la maltrata y a veces, si se le va la mano, la mata ¡Pero qué necios, obtusos y bárbaros son los machistas! ¿Cómo hacer para que reconozcan lo ridículo de sus celos y de su pretendida superioridad? ¿Cómo neutralizar, o mejor aún anular ese orgullo, esa vanidad, esa ignorancia y ese desprecio hacia la mujer? Necesitan una verdadera cura de humildad y muchas, muchas sesiones de educación igualitaria.

            Y para terminar, diré que siento por los celos un rechazo visceral; sé de lo que hablo: es una enfermedad que destruye el amor y que hace a las parejas desdichadas. Dichosa las que no hayan pasado por esto.

viernes, 12 de abril de 2013

Alarmas

Autora: Carmen Sánchez Pasadas


            -¿Por qué no escuchó las alarmas?- Se preguntó una y mil veces Luis, y la respuesta siempre era la misma: No lo quiso ver.

Magda, su mujer, y él se enamoraron nada más conocerse, cuando coincidieron en la Facultad y desde entonces sus caminos transcurrieron paralelos. Tras la atracción mutua, descubrieron que compartían aficiones y el gusto por conversar, por lo que fue muy fácil irse a vivir juntos o casarse años después. Los recuerdos de aquella época eran un entresijo de encuentros amorosos a deshoras, mezclados con la inquietud propia de la inestabilidad laboral, o el goce de los pequeños logros. Aunque por encima de todo, Luis recordaba el entusiasmo con el que vivían todos los momentos. Pero pasaron los años, la familia creció a la vez que alcanzaban una posición acomodada y casi sin darse cuenta la rutina y los compromisos se habían instalado en sus vidas.

Por aquel tiempo, además, él cambió de trabajo y el nuevo puesto, de mayor responsabilidad, lo fue absorbiendo poco a poco. Pasaba más tiempo en el despacho y con frecuencia tenía reuniones fuera del horario. Luego dejó de ir a comer a casa, después las reuniones finalizaban cada vez más tarde y en ocasiones tomando unas copas. Luis regresaba cansado y poco comunicativo.

Por estos cambios, Magda empezó a desconfiar. Él estaba distraído y ausente. Además dejó de tratarla con el afecto habitual y solía estar irritable. Ella intentaba aproximarse en la intimidad, pero él la evitaba pretextando estar agotado. Todos estos desencuentros desencadenaron que los celos la atormentaran continuamente. Espiaba las llamadas telefónicas, leía los mensajes de su móvil, escudriñaba la ropa o rebuscaba en la cartera de Luis cualquier indicio que delatara su infidelidad, pero siempre en vano. En aquellos momentos Magda creyó que se volvía loca. A veces quería pensar que todo tenía una explicación, otras se afirmaba en sus sospechas. De pronto lloraba angustiada, sentía que había dejado de ser atractiva o se culpaba de haberse vuelto una amargada, en otros instantes se tranquilizaba pensando en los buenos momentos compartidos.

 Finalmente habló con él, quiso hacerlo con calma, pero le fue imposible y terminó perdiendo los nervios. Él lo negó todo. La acusó de histérica y de ver cosas donde no las había. Sin embargo su actitud cambió y este nuevo comportamiento la tranquilizó. Volvía a casa a horas razonables, la llamaba cariñosamente desde la oficina y estaba mucho más atento con ella. Sentía que habían recuperado la felicidad escapada.

Así, un día Magda decidió darle una sorpresa y lo esperó en la puerta de la oficina para almorzar con él. Pero la escena que presenció la dejó totalmente desconcertada. Un rubor le incendió la cara al tiempo que empezó a temblar y deseó que la tragara la tierra. Luis salía acompañado de una joven. La situación que aparentemente podía ser trivial, se volvió embarazosa por la reacción tan torpe de él. A ella le bastó ver la mirada cómplice que Luis dirigía a su acompañante, antes de sentirse observado, para tener la certeza de que los fantasmas que había rechazado eran reales.
  
-¿Por qué no escuchó las alarmas?- Se volvió a preguntar Luis cuando vio a Magda ese día en la calle. Efectivamente Rosa, su acompañante, era desde hacía algún tiempo su amante. Él nunca lo buscó -se justificaba- Estas cosas suceden sin planearlo- se repetía a sí mismo.

Todo empezó al poco tiempo de ocupar el puesto de Jefe de Departamento. Rosa venía desde otra delegación muy bien recomendada. Era una mujer despierta y atrevida. Por aquellos momentos él pasaba los días enteros en el despacho y de forma gradual la presencia de Rosa se hizo indispensable. Ella no tenía prisa para marcharse, y a cualquier hora estaba disponible para realizar alguna tarea pendiente,  acompañando  sus gestos siempre de una sonrisa complaciente. Un día cuando todo el personal se había marchado, Luis salió apresurado del despacho para comer en un restaurante próximo y allí estaba Rosa que casualmente pensaba hacer lo mismo, lo que propició que almorzaran juntos. La comida fue muy agradable y después de ésta hubo más, hasta llegar a ser un hábito. En otra ocasión, tras finalizar una reunión más larga de lo acostumbrado, todos acabaron tomando una copa. Durante la velada, Luis interceptó la mirada de Rosa varias veces y se sintió halagado. Tras las despedidas ellos continuaron la charla otro rato. Era evidente que se atraían, y no le sorprendió que ella le propusiera tomar otra copa en su apartamento.  – Las alarmas se encendieron una vez más en la mente de Luis- pero él prefirió ignorarlas y con una sonrisa cautivadora le contestó que le encantaría acompañarla. Después de este encuentro se sucedieron otros muchos. Al principio, Luis se sentía culpable y pensaba que en casa se lo notarían nada más verlo, por lo que llegaba tarde y evasivo y se hacía el propósito de dejarlo, pero no lo hizo.

Cuando Magda le reprochó su conducta, se ofendió y actuó a la defensiva, atacando su falta de confianza. Sin embargo, esa vez si “escuchó las alarmas”, no quería perderla, ni perder a su familia y rompió con Rosa. Con la ruptura llegó la calma a su vida, propiciando un reencuentro con su mujer y sus hijos.

Por el contrario, la amante, no estaba dispuesta a perderlo y sutilmente volvió a seducirlo.  Si bien, Luis ya  no quería arriesgarse, por lo que prodigaba más atenciones  a su mujer, de este modo ella no sospechaba nada, hasta la tarde que se encontró con sus ojos y supo que todo se había roto.

Aquella noche al llegar a casa, encontró su maleta en la puerta y a su mujer esperándolo para decirle que no tenía que explicar nada y que se marchara. Mientras llevaba la maleta en la mano, pensaba que ese era el resultado de su estupidez, ya que por esta aventura, que sólo había sido un entretenimiento, había perdido lo que más le importaba.

Por su parte Rosa no tuvo ningún problema en dejarlo de lado, él no era sino un peldaño en su escalada profesional y ya había descubierto otro escalón más valioso.

 Irremediablemente y con el transcurso del tiempo, Luis aprendió a estar solo. Seguía en contacto con sus hijos y a Magda la veía de vez en cuando. Quizás al tener conciencia de lo perdido, lo que antes le parecía rutina ahora era deseable. Empezó a verla con otros ojos, estaba más atractiva, la madurez le deba un aire distinguido que antes no apreciaba y nuevamente  intentó conquistarla, pero ella también había aprendido a vivir sin él.
En el momento que Luis descubrió que ella tenía otra pareja, reaccionó como un marido celoso, no podía soportar la idea de que Magda estuviera con otro. Sabía que su actitud era totalmente inapropiada, pero le dolía en lo más profundo porque hasta ese momento quizás había albergado la idea de una reconciliación.

Cuando su mujer le propuso la separación definitiva, las alarmas se encendieron una última vez, pero ya carecían de brillo. Los documentos del divorcio estaban sobre su mesa, pero le costaba admitir con su firma que finalmente todo había acabado.

jueves, 11 de abril de 2013

Fin de semana en la playa

Autor: Antonio Cobos


            Aquellos ojos enormes parecían estar saliéndose de sus órbitas. Las cejas arqueadas, la boca abierta y muda, como queriendo articular alguna cosa, y las manos, aferradas a esas manos que la ahogaban, intentando infructuosamente separarlas de su garganta con toda la fuerza de que era capaz. Pero Juan era más fuerte y estaba sentado sobre ella, apretando desenfrenadamente aquel cuello que tantas veces había acariciado y besado. Continuó aferrado a aquella garganta dura y tensa, apretándola con todas sus fuerzas, sin ceder un segundo, continuó hasta que aquellas manos blancas que querían inútilmente deshacerse de las suyas comenzaron  aflojarse y a quedarse muertas. Aún siguió apretando, cuando las sacudidas del cuerpo denunciaban los estertores de los últimos alientos. Ana quedó inmóvil, con la mirada perdida hacia el techo.

            Y aún seguía imantado a esa garganta cuando empezó a llorar desconsoladamente, sin control alguno, con un llanto ruidoso y lastimero. El llanto lo aflojó y se echó a un lado.

-¿Qué he hecho? – se preguntaba abrumado - ¿Qué he hecho? – se repetía con desespero.

            Y empezó a recordar…

            Ana le dijo que sus amigos Isabel y Manuel los habían invitado a pasar un fin de semana en la playa.

-          Pero, sabes que me examino el martes y necesito estudiar todo el fin de semana.
-          Ya, pero pensé que nos podíamos ir el niño y yo por la mañana y tú te puedes incorporar el sábado por la tarde. Si nos quitamos de en medio, seguro que aprovechas más el sábado y puedes descansar el domingo. ¡No vas a estar todo el fin de semana empollando! 
-          No sé, vale – dijo Juan dudando - Si te parece, yo me voy a última hora del sábado y me llevo algún material por si puedo hacer algo el domingo.
-          Mira, si vas, es para estar un poco con todos, no te lleves nada. Seguro que haremos una excursión con los niños.

            Quedaron en que Ana se iría en el coche de Isabel y Manuel. Iría sentada detrás, en medio de su hijo y el hijo de sus amigos, de su misma edad, para que no se pelearan. Un par de días después, cambiaron planes y quedaron en irse el viernes, para aprovechar mejor el fin de semana, y cuando Ana y su pequeño llegaron a casa de sus amigos el viernes por la tarde, se encontró que Isabel tenía que quedarse hasta el día siguiente por tener que solucionar un problema del trabajo. Lo resolvería el sábado a primera hora y se iría para la playa después. Ellos tenían dos coches.

-          Te puedes ir con Juan – se ofreció María
-          Pero Juan quiere quedarse hasta tarde – contestó Isabel - y yo en un par de horas como máximo termino. Los documentos con los que tengo que trabajar y que tengo que reenviar los tendré a las nueve en el despacho. A las once, estoy saliendo para la playa.

            Ana llamó a Juan y se lo dijo. Le pidió que se fuese antes y se llevara a Isabel, pero Juan estaba agobiado con el examen de la última asignatura de su segunda carrera y no accedió. Además se enfadó con Ana por no esperar todos, hasta la mañana siguiente.

-          Da igual, Juan, por favor.

            Juan no pudo concentrarse. Desde hacia tiempo estaba un poco molesto de las confianzas de Manolo con Ana y de ésta con él. Eran compañeros de trabajo en el instituto y desde que hicieron un viaje de estudios juntos, con los alumnos comunes, se habían hecho mucho más amigos. Aunque los cuatro disfrutaban de una amistad compartida, en realidad, el núcleo base de su relación era la amistad de Manuel y Ana.

            Durante la noche pensaba que los niños de ambos, con sus tres añitos, estarían durmiendo completamente rendidos y que Manuel y su mujer estaban solos bajo el mismo techo. Se imaginó en el piso de la playa vigilando desde un rincón, escuchando tras una puerta, mirando desde la calle. Pensó en coger el coche y presentarse allí, diciendo que había cambiado de opinión, pensó en ir sin decir nada y vigilar desde fuera, pensó en decir, que no iría, que tenía mucho que estudiar. Finalmente fue esto lo que decidió. Isabel se pasó por su casa cuando se iba para la playa por si quería bajarse con ella. Juan le dijo que no, que había avanzado muy poco y que prefería quedarse. Luego bajaría. Al final de la tarde llamó por teléfono y se excusó, se quedaría estudiando. El sábado estaría Isabel allí y no habría problemas, pero ¿qué habría pasado el viernes?

            El domingo estuvo leyendo unos apuntes y asomándose a la ventana entre página y página. Al final de la tarde, sólo miraba por la ventana. ¿Por qué vendrían tan tarde?

            Finalmente el coche blanco de Manuel aparcó en doble fila para que Ana y el niño se bajaran. Para despedirse, con el niño ya en el carrito, Manuel estaba fuera en el lado del conductor e Isabel estaba junto a Ana. Ésta se apoyó en el capó y se alargó hasta Manuel, todo cuanto pudo. Manuel se inclinó y se chocaron brevemente los labios. ¡Ay, aquella maldita costumbre que se iba extendiendo entre todos los amigos!
Ana entró contenta y con cara de cansada. El niño estaba medio dormido.

-          Dale un beso a papá y vamos a dormir – y añadió dirigiéndose a Juan – Ya ha cenado. Lo voy a acostar.

            Un rato después estaban los dos en la cama. Juan aún tenía toda la tensión almacenada e intentó iniciar unas caricias con Ana. Ésta le dijo que estaba muy cansada y Juan explotó.

-          ¿Qué pasó el viernes? – dijo de mala formas
-          Juan, por favor, mañana te lo cuento.
-          No quiero esperar a mañana, quiero saberlo ahora – levantaba la voz y se sintió fuera de sí.

            En unos instantes se desarrolló la escena que ya conocemos…

            Juan se despertó de golpe y tardó unos segundos en darse cuenta de que había estado soñando, que todo había sido una horrible pesadilla. Ana estaba a su lado, durmiendo y respirando tranquila. Se volvió hacia ella y la oyó respirar. Pensó que no les dedicaba demasiado tiempo a ella y al niño. Cuando se le ocurrió hacer medicina después de haber terminado enfermería, no era consciente del sacrificio que iba a suponer, máxime estando trabajando de enfermero. Pero le faltaba sólo la última asignatura. Estuvo dándole vueltas a su vida, a la relación con las personas que más quería, su mujer y su hijo, al tiempo que les dedicaba. ¿Había hecho bien? Ana despertó y vio a su marido junto a ella, mirándola.

-          Buenos días cariño. ¿Estás despierto?
-          Sí, llevo un rato despierto.

            Acurrucándose hacia él y con voz de estar medio dormida le dijo:

- Nos quedamos cinco minutitos – y apretaba su pubis contra su pierna. El se volvió y comenzaron a besarse. Diez minutos más tarde, los dos estaban tumbados boca arriba, satisfechos y con los ojos cerrados. Juan se sentía feliz. Ana fue la primera en hablar.
- Cariño, se me olvidó decirte ayer, que Isabel y Manuel nos han invitado a pasar con ellos el fin de semana en la playa.

            A Juan se le abrieron los ojos de golpe.         

Celos

Autor: Antonio Pérez


Llama candente,
que en cenizas todo convierte.
Me prendes y me apagas,
para iluminarme y apagarme.
Me importas,
Pero no me importas,
Me importas,
Pero no me importas.
¡Mi razón en desliz con tu quimera de buenas intenciones!
En este angosto mar hay náufragos de lava,
ríos de tinta con eufonías convictas.
No me creas que te amo, pues por ti suspiro.
No esperes un regalo, mis pesadillas son contigo.
Dame un salvoconducto,
a la autopista de tu infierno.
No digas que tu cárcel soy,
sino paraíso y tú el único vip que doy.
Entrada de no retorno,
 tú por mí,
pez y agua,
como árbol a sus raíces.
Mis celos sostenidos por dos,
Solos tú y yo.
Mi sinécdoque inadmisible,
Mi segundo contigo y tu vida entera conmigo.
Suspiro amor del que me atraganto.

Yo te quiero, te quería

Autora: Elena Casanova Dengra


            Tras un pequeño esfuerzo, consigo abrir los ojos lenta, muy lentamente. No logro distinguir nada. Una vasta negrura ocupa todo el espacio que mi vista es capaz de alcanzar. Siento frio, no parece ser físico, es un frío extraño y puedo palpar con mis dedos la textura de un lecho arenoso a la vez que fangoso. No oigo nada. Quiero saber….

            Arriba a mi memoria la suave calidez del sol rozándome la espalda; un leve sopor meciéndome entre las fronteras de la vigilia; una brisa acariciando los bordes de la sombrilla y el susurro de unas voces infantiles en la lejanía mientras disfruto de la soledad en una cala apartada y recóndita de días de vacaciones. Tendida en la arena encontré a Nacho, antiguo compañero de trabajo que había desembarcado  en aquel rincón del mundo para descansar después de un proyecto, según él, agotador. Me reconoció y vino a sentarse a mi lado. Después de nuestra mutua sorpresa por reencontrarnos en el sitio más inesperado del planeta, hablamos de experiencias pasadas y proyectos de futuro. Nos reímos con verdadera pasión recordando momentos divertidos y anecdóticos cuando fuimos compañeros de trabajo. Nacho era extrovertido, carismático y muy guapo también. Javier, mi pareja,  estuvo observándonos desde hacía un buen rato, escondido tras unas rocas después de volver de su pasatiempo favorito, la pesca, en el que invertía casi toda la jornada de nuestros días de descanso.

            Estoy aturdida por no saber exactamente donde me encuentro, pero ya poco a poco mis ojos se acostumbran a la oscuridad y por encima de mi cabeza vislumbro a lo lejos una luz tenue y macilenta que ondea suavemente a un ritmo acompasado. Noto en mi pierna derecha algo pesado y el tobillo comprimido, pero no es dolor solo una pequeña presión. Sigo recordando…

            Cuando Javier se acercó, le presenté a Nacho como un antiguo compañero de trabajo, y este seguidamente le ofreció su mano para saludarlo. Ante mi sorpresa, Javier solo emitió un breve y frío saludo, y mirándome a los ojos me ordenó marcharnos de forma inmediata. Durante el trayecto al apartamento no dijo nada, pero en cuanto entramos en la habitación me sorprendió con un gran portazo.

            -¡Puta!- me dijo -¿Acaso crees que no te he visto cómo flirteabas con ese casanova?

            Intenté tranquilizarlo explicándole que Nacho era un conocido y antiguo compañero de trabajo, sin embargo su ira aumentaba y seguía insultándome de forma más violenta.

            -Eres una imbécil, una cualquiera provocando de esa manera. ¿No te da vergüenza? Escúchame bien, espero por tu bien no encontrarte nunca más charlando con ese... ni con ningún otro, porque de lo contrario las consecuencias van a ser muy graves.

            Yo conocía el carácter un tanto hosco de Javier, pero nunca lo había escuchado hablar de esa manera. Realmente me asusté e intenté alcanzar la puerta para salir de allí de inmediato.

           No es solo en el tobillo donde siento presión, también en la nuca. El dolor de cabeza es insoportable. Cuando me toco la parte posterior noto una enorme hinchazón. No he tenido un accidente o, tal vez, sí. De nuevo vuelvo al pasado…

            Javier se ha interpuesto entre la puerta de la calle y yo. Forcejeo con rabia para que me deje salir, necesito respirar y pensar en lo que está sucediendo. Su cara refleja el odio en su estado más puro, sus ojos me traspasan con la mirada y sus puños parecen preparados para embestirme en cualquier momento. Por fin, cuando alcanzo la puerta, siento un mareo y caigo al suelo. Las nauseas han invadido mi estómago y termino vomitando. Al ladear la cabeza para desprenderme de mis desechos, tomo conciencia del charco de sangre en el que descansa mi cabeza. Luego pierdo la conciencia.

            Aspiro profundamente, necesito tomar aire, necesito respirar. Al hacerlo quiero volver a la realidad. Pero algo se interpone entre el aire y yo. No adivino muy bien qué es, pero me ha atrapado porque lo noto por todo mi cuerpo.

            ¡Claro! Ahí está, una luna grande, anaranjada, sobre la barca de Javier y el mar; todo un océano que me acoge, el único testigo de mi propio sepelio. Javier ha retirado la sábana que me envuelve. Ha atado algo pesado a mi tobillo. Luego acerca su cara a la mía y le observo dos lagrimas en las mejillas y con una voz entre temblorosa y afligida me rodea con sus brazos y creo entender:

             _Yo no quería matarte, yo no quería matarte. Solo ha sido un accidente, yo te quiero.... te quería....

        Tras percibir el roce de unos labios, sentí la frialdad del mar y cayendo hacia el abismo de las profundidades, el agua fue poco a poco abriéndose paso en  mis pulmones.

            Ahora comprendo. Por fin puedo contemplar mi cuerpo desde el ángulo opuesto a la vida y voy entendiendo el significado de la palabra muerte, el de mi propia muerte. Siento un escalofrío porque logro ver con nitidez el escenario donde me hallo, el de un fondo de mar que me ha acogido para siempre.

            Ha amanecido, y cuando el sol calienta tímidamente la superficie del mar, oigo la actividad de algunas embarcaciones. Percibo sus voces, todas masculinas, y entre sus murmullos  distingo conversaciones de una búsqueda. La desaparición de una mujer joven, alrededor de la treintena, que la noche anterior salió con la barca que su novio tenía alquilada. Se sospecha que podría ir acompañada, su novio cree que tal vez no iba sola, pero no lo sabe con seguridad. Distingo a unos cuantos buceadores que con sus linternas miran por todos los lados intentando encontrar un cuerpo, tal vez dos. Pero por más que recorren el fondo no encuentran nada. Lo que es aún mi cuerpo, intacto, ha caído entre unas rocas y se ha quedado encajado en un hueco, oculto a los ojos de cualquier humano. Solo me queda llorar, sumergida en las entrañas del más profundo olvido y la más absoluta soledad.