En
los tiempos que corren, el consumo materialista está muy de moda. No nos
conformamos con lo que tenemos, queremos más y más de lo que en realidad
necesitamos y para ello, nos hipotecamos casi de por vida.
Soñamos
con vivir a tope, somos la generación de los “nuevos ricos”, del gasto continuo,
de la exhibición del derroche, de lo quiero todo y lo quiero ya, la de papá
dame, la de aparentar ser pudientes y tenerlo todo al alcance de la mano.
La
publicidad es nuestra mejor aliada que se encarga de ayudarnos a crear
infinidad de necesidades que creemos imprescindibles para vivir más y mejor.
Como niños nos dejamos guiar por sus tentadores reclamos a través de los ojos y
los oídos, consiguiendo que caigamos
rendidos a sus pies y tengamos que consumir por consumir, sea al precio
que sea.
¿Dónde
quedaron aquellos tiempos en los que la felicidad la encontrábamos en lo más
sencillo? Gastábamos con prudencia las pesetas de la época, en verano
disfrutábamos como locos bañándonos en el rio y compartiendo con amigos y
familia la tortilla de patatas y la carne empanada.
Debe
ser, que comprar el sofá cuando se podía y tener una tele y solo una que aparte
de lo que se ahorraba mantenía unida a
la familia, no debía de ser mala receta porque todos vivíamos con menos dolores
de cabeza, contentos y felices.
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