martes, 12 de febrero de 2013

Manto celeste

Autor: Antonio Pérez García


Érase una vez un reino dónde un valeroso ejército velaba por la paz de sus tierras y habitantes. Gobernado por Teodorico III y comandado por el valeroso Ramón Ramírez de Balboa. Un tipo serio, de estatura media, moreno canoso y barba de tres días. Tenía unos ojos grises y una mirada penetrante que lo hacía intimidar con solo su presencia, aunque de buen corazón. Su ejército lo veneraba más que a su propio Rey.

Aunque de semblante serio era amigable con sus tropas. Comía y bebía con ellas, se divertía y conocía muy bien a sus hombre, un tipo muy respetado y querido. Se podía decir que lo tenía todo, aunque no era así, le faltaba una parte de su corazón, una pieza de su enredado puzle de vida, que era su amor. Un amor que no es que no lo tuviera. Era una bella doncella de alta cuna, bellísima entre todas. Tenía un pelo lacio moreno y brillante de estatura media-alta. Su piel tersa de color canela, de labios carnosos. Pero lo que más le atraía eran sus ojos tan claros como los suyos, de color azul cian que lo envolvían en un rito de sosiego en cada mirada. Era tan bella, que no podía estar un día sin poder mirarla. Aunque esto planteaba un gran problema y era que ella era hija de noble más influyente y adinerado del reino, y no iba a permitir ni tan siquiera un intento de acercamiento.

 Ellos se veían a escondidas bajo la luz celestial de la luna, reposando en bellos amaneceres bañados por las dulces miradas de las estrellas.  Aunque desgraciadamente, un día de su rutinaria despedida un mozo de cuadra del marqués los vio y  fue corriendo a ver a su señor esperando una recompensa, desveló a los dulces amantes arrojándolos a un destino ruin.

Pasaron unas semanas después de su última despedida, y al volver de refregar una revuelta en el norte del reino, contactó con la moza que cuidaba de Eleonor desvelándole  el terrible suceso. El padre de Eleonor la había encerrado en su fortaleza como castigo y la había concertado en matrimonio en con el hijo del conde de Serrana. Ella no saldría hasta haber completado la boda, la cual a partir de ese momento pertenecería a su nuevo señor.  Ramón entristecido no sabía qué hacer y desesperado fue a ver a su Rey que con tono tajante y semblante duro le prohibió así como negó que se pudiese cancelar la boda.

Pasase días y semanas con la celebración cercana y sin saber qué hacer, desesperado, vagando con la mirada y mente perdida, de un lado a otro.   Un día en la plaza desde donde se veía inmensa la fortaleza del Marqués, se le ocurrió lo único que podía hacer un caballero valeroso y honorable. “Reto-le” al Marqués de Conrado por la mano de su hija; el cual y estando en juego su honor y valía no pudo rechazar.

A la puesta de luna de dos días antes estaban uno enfrente del otro, espada en mano, y escudo al otro, y avanzando decididamente dio el primer estocado Ramón, con pase de pecho en punzón y giro golpe a la izquierda, no consiguió su objetivo en su primer turno ofensivo, y pasase a defensivo rápido y veloz después de un estacado oblicuo que pudo haber succionado su vena femoral derecha.

– Alto ahí, en nombre del Rey cesen el duelo, o serán encarcelados – De repente grita el Señor de Armas de palacio. 

– Por orden expresa del Rey Teodorico III  se prohíbe este duelo, siendo ilegal en sus efectos y argumentos que no violase en ningún momento la honra de ninguno de los combatientes ni familia. 

Dicho esto, los guardias los dispersaron y con una sonrisa malévola el marqués montó su corcel y desapareció, riendo a carcajadas siendo el autor de esa falsa habiendo presionado al rey para que el mismo anulara dicho duelo y evitara pérdida de honra o muerte.

Ramón endiablado y volviéndose a su destacamento, estaba muy alterado, y recogiendo sus cosas abandonó su puesto con toda su armadura y pertrechos, aunque no antes sin haberle dado a su segundo un mensaje a su tropa y órdenes para él mismo.

– Rodrigo voy a una muerte segura, en pos de busca de mi amada la cual el único modo será dar muerte al Marqués invadiendo su fortaleza e intentando raptar a mi lady. Quiero por orden específica mía que lleves a los muchachos de maniobras al llano Alto. No quiero tener que enfrentarme a ninguno de ellos en la defensa de esa fortaleza.

 – Así se hará mi señor.

Decidido partió a la fortaleza dónde los guardias que hacían control en la puerta los mató en degüello alarmando al castillo entero, los cuales arqueros empezaron a nublar su cenit con innumerables flechas.  Éste corriendo con escudo en mano evitando un punzamiento  y matando o esquivando a todo el que podía metiese en la Torre del homenaje donde señores y oficiales del marqués estaban protegiendo con innumerable tropa.

Armase de valor y entrando en el comedor común daba espadazos, estocados a diestro y siniestro. Valiente hombre que en su rabia no sintió ni cortes, heridas ni hundimientos en su piel sudorosa, recubierta de sangre y que con mala suerte un flechazo atravesó su pecho arrodillándolo de rodillas y con un último esfuerzo hincó en su adversario su espada en el pecho antes de caer al suelo con las fuerzas desvanecidas.

 Notaba la vida escapar de su cuerpo malherido. Allí está muriendo el que nunca dudó en arriesgar su vida en pos de un sueño que ya no conseguirá. Perdiendo ya el sentido, apenas sin ver, ve venir una dama pensando que la muerte ha de ser. Cree escuchar una nana, que su amada le cantaba, pensando que si es ella la muerte. ¿Quién tiene miedo a morir?

Muriendo un valeroso y caballero, que enterrado sin honores, cada amanecer en su tumba, una misma flor ve como la luna y su celeste lo abandona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario