lunes, 11 de febrero de 2013

Las inquietudes de Antonio

Autora: María Gutiérrez

Estaba satisfecho y contento de su trayectoria dedicada a los demás. ¡¡No, no!! Todo esto era mentira. Sentado  cómodamente en un sillón del lujoso salón de su mansión, heredada de sus padres Antonio hacía  un recuento de su vida que transcurría entre diversiones, viajes y buenas comilonas. Le importaba un comino que hubiera gente viviendo en la más extrema pobreza, todo lo justificaba con que eran poco luchadores, tanto ellos como sus antepasados.

 Sumergido en esta reflexión, de pronto le invadió una inmensa tristeza, viéndose  vacío y perdido a la vez. El sudor  y el frío ocuparon todo su cuerpo. El grito de un niño y el golpe en su cabeza de un balón, hizo que despertara de aquel  horrible sueño en el que se encontraba metido. Se había quedado profundamente dormido sentado en un banco del patio, viendo jugar a sus niños al fútbol. Ese día había andado más de lo habitual, yendo de acá para allá con el objetivo de siempre, ¡¡qué no le falte a los niños de nada!!. No puede ser que me quede dormido en cualquier sitio, los años no perdonan, ¡¡Ay!!. Me estoy haciendo mayor, me acostaré más temprano para descansar mejor.

Esta inquietud por ayudar a los niños más necesitados, le venía desde muy joven. Él tuvo la suerte  de criarse en medio de una buena familia, para más a su favor, numerosa. Pasó su infancia en un pueblecito muy pintoresco de la costa, por lo que los veranos sobre todo eran estupendos, disfrutando de la playa día a día y del entorno tan privilegiado que tenían.

En su casa, se respiraba un ambiente bastante religioso lo que le ayudó a ser monaguillo y más tarde catequista.

Antonio iba creciendo, convirtiéndose en un muchacho de mediana estatura, fuerte, alegre y muy extrovertido con unas ganas inmensas de hacer algo útil en la vida. En estos años de juventud, había ido reuniendo todas las herramientas necesarias para emprender una nueva vida lejos de la familia. Tenía las ideas muy claras. Cada vez que lo pensaba, se le iluminaba el rostro y se frotaba las manos de alegría, estaba muy convencido de lo que quería, la vida pasaba ante él con inmensa claridad.

Lo dejó todo y se marchó muy animado, iba al encuentro de su destino. No tenía duda de su vocación religiosa y su entrega a los niños más desamparados.

Era consciente que le esperaba un duro y largo camino que recorrer, entrañando infinidad de dificultades pero intuía que resistiría. Sus padres, le habían enseñado a ser fuerte  y valiente y aunque se viera envuelto en  multitud de problemas y dudas, procuraría disponer de las armas necesarias para vencer los obstáculos que salieran al paso.

Comenzaría  su andadura con los Hermanos  Agustinos, en donde recibiría la formación  reglamentaria, pero allí no encontraba  lo que a él tanto le inquietaba.

Una fría mañana del mes de Diciembre, hace casi sesenta años por fin llegó lo que andaba buscando. Se le abrieron las puertas de par en par de la “Ciudad de los Niños”. Trabajo: interminable; horario: jornada intensiva; sueldo: la cooperación. La oferta era tentadora, no podía dejarla escapar.

Allí le esperaba una gran labor que desempeñar, dedicándose  en cuerpo y alma a trabajar como un honesto “Obrero de María”, ayudando a los niños que por circunstancias de la vida se encontraban en situación de abandono por parte de la familia y allí habían encontrado su hogar.

El hermano Antonio, tomando la ciudad de Granada con sotana incluida, se  le vería por cualquier lugar de la misma, gastando los zapatos como el que más, yendo a la caza y captura de un donativo para ayudar a cubrir las necesidades de sus niños. Ha vivido durante muchos años, un auténtico maratón recorriendo comercios, bancos y oficinas, entregando calendarios  de bolsillo, esperando recibir  el donativo esperado, porque  él no obliga a nadie a que sea caritativo.

Ahora que ya pasa de los ochenta es  más normal verlo en el autobús, comenta que ya no puede andar tan de prisa porque le dan mareos, ¡¡cosa de los años!!, pero  que con sus pasos más cortos y sosegados el pro- grama de trabajo sigue  siendo el mismo. Le da igual que haga frío o calor, que salga el sol o esté lloviendo, opina que la dedicación a los niños, no es cuestión de edad.

No falta la gente de mal gusto que se atreve a insultarlo, dudando del destino de las aportaciones, aunque él nunca se enfada ni se lo toma a mal, al contrario, te invita a que vengas a poder comprobar las infinitas necesidades que están esperándolas. En agradecimiento cuando recibe algo, se frota las manos de alegría y dice: ¡¡ a la buchaca , a la buchaca!!.

En reconocimiento a su dilatada labor en ayudar a los niños más necesitados, ha sido recientemente  condecorado con la “Medalla  de oro de la ciudad de Granada”, premio muy merecido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario