jueves, 28 de febrero de 2013

El caballo Rayo

Autor: Antonio Cobos


Había una vez un niño o una niña, a quién le gustaba mucho pasear.  No recuerdo bien, pero creo que se llamaba Juan – así que por el nombre debía de ser un niño -  (poner el nombre del niño o la niña al que le cuentas el cuento y adaptarlo). ¡Oye, cómo tú!¡Qué casualidad!

Estaba un día Juan paseando con su padre junto a un bosque muy espeso, buscando setas, cuando al borde de un camino sinuoso descubrió un caballo blanco de largas crines y de bella figura. En un primer momento el niño se asustó, pero en seguida notó como el caballo le trasmitía una sensación de tranquilidad. Pero su mayor sorpresa estaba por llegar, pues de repente, el caballo le habló como si de una persona se tratara. “Hola” – le dijo - y le preguntó por su nombre. Él niño le contestó, diciéndole quién era, y movido por su curiosidad, preguntó a su vez al equino: ‘¿Y tú cómo te llamas?”.

El caballo respondió: “Los que me conocen me llaman Rayo, porque soy muy veloz”. Juan se alegró de tener un nuevo amigo y sobre todo se  alegró, de que su nuevo amigo era un caballo que hablaba. 

Rayo invitó a Juan a dar un paseo, pero el pequeño, aunque tenía pocos años, era precavido y contestó: “Primero, he de pedirle permiso a mi papá”. El caballo relinchó de alegría al ver que el niño era responsable y prudente.

En ese momento, el padre de Juan se aproximaba al lugar donde se encontraban su hijo y el caballo. El niño volvió a llevarse otra sorpresa mayúscula, al ver que su padre saludaba al caballo por su nombre y que éste le devolvía el saludo. ¡Se conocían!

“Veo que acabáis de conoceros” – dijo el padre de Juan – “¡Por fin has vuelto por estos lugares, desde los bosques de la fantasía!”

“Papá, ¿me puedo dar un paseo con Rayo?” – interrumpió Juan

“¡Claro que sí!, yo también me los daba cuando era un niño. Pero debes volver dentro de una hora para que tengamos tiempo suficiente de volver temprano a casa. Nos esperan tu madre y tus hermanos.

Loco de alegría, Juan se montó en una piedra grande y desde allí pudo izarse hasta los lomos del caballo, que se aproximó todo lo que pudo a la gran piedra.

“¡Agárrate bien!” dijo Rayo y comenzó a trotar primero, a correr deprisa después y a galopar desenfrenadamente al final, como si se tratara de un tren de alta velocidad.

“Ahora sé porque te llaman Rayo” dijo Juan intentando guardar el equilibrio.

A Juan, aún le esperaban más sorpresas porque… de pronto, Rayo desplegó dos alas blancas de sus costados y al batirlas comenzó a volar. El caballo níveo subía y subía, y cada vez estaba más y más alto. 

Si en el suelo corría como un tren, en el aire volaba como un cohete. Y pronto empezaron a ver muy pequeñitos los bosques y los ríos, las ciudades y los caminos, las montañas y los mares. Viajaron entre nubes durante unos segundos y ¡zas! cuando las nubes se abrieron, estaban atravesando un desierto, y allí abajo, se veían unas construcciones que Rayo llamó pirámides y qué estaban en un país llamado Egipto. Al poco rato vieron un muro largo, sin aparente final y Juan aprendió que aquello era La Gran Muralla China. Siguieron viajando hacia el este y atravesaron una masa muy grande de agua, que Rayo dijo que se llamaba Océano Pacífico, después vieron unas montañas muy altas y unas ruinas que el caballo alado llamó Machu Pichu. A Juan le gustó el nombre, sonaba bien. Más adelante sobrevolaron un bosque enorme, verde hacia todos lados y Juan aprendió que se llamaba Amazonia. Cruzaron otro mar muy grande, y llegaron en muy poquito tiempo a donde el padre de Juan les esperaba, con una gran cesta repleta de setas.

Cuando Rayo pisó el suelo, las alas desaparecieron de sus costados y a Juan aún se le abrió más la boca de sorpresa. Dio un beso lleno de contento a su papá, dio un beso repleto de cariño a su caballo, y se despidió de él, hasta otro día. A Juan no le cabía la alegría en la cara y por eso la llevaba muy colorada y la sonrisa le alcanzaba de oreja a oreja.

Al llegar a casa, salió disparado para contar a su madre y a sus dos hermanos mayores, que había conocido al caballo Rayo. Sus hermanos se miraron entre sí, y lo abrazaron con una sonrisa de complicidad.

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