Diego era uno de los empresarios más fuertes
de la ciudad. Cuando lo conocí, hace casi veinte años, ya lo tenía casi todo.
Era un hombre fuerte, dispuesto a trabajar de sol a sol sin reparos, para
alcanzar el éxito y la fama deseada, convencido de que este era su destino.Venía de buena familia y había nacido con el
virus de la grandeza, por lo que sus
expectativas tenían que ser a lo grande.
Trabajar con él no era nada fácil ya que
había que hacer las cosas a su modo o te ponía de patitas en la calle. Diego
nunca podía equivocarse, pero bajo aquella irritable envoltura, había una
persona dispuesta a dar siempre la vida
por los demás. Era capaz de entregarte el alma si lo consideraba necesario. Le
gustaba ser implacable, pero jamás dejó de lado a ningún amigo.
Su mayor vicio seguía siendo el trabajo,
justificando su dilatado horario por el bien de la empresa, a costa de tener
desatendida a su familia. De vez en
cuando, comentaba que iba a tomarse un descanso para disfrutar de unas
vacaciones merecidas, pero ese día nunca llegaba ya que el tiempo pasaba y el
trabajo aumentaba cada vez más.
Me di cuenta que Diego estaba enfermo de ambición, ya no
podía parar su gloria, quería más y más dinero. Llegó a conseguir todo lo que
había deseado a cambio de ser un esclavo del
Rolex que portaba siempre en la muñeca izquierda, encerrado a cal y canto en su despacho, mientras la
gente normal disfrutaba tranquilamente
en casa con la familia.
Cuanto más tiempo pasaba con él, más cuenta
me daba de cómo se iba hundiendo como persona. Su matrimonio como era de
esperar se vino a pique. Perdió el
sentido del humor que tanto le caracterizaba, la chispa había empezado a
fallarle, se sentía cada vez más vacío, lo tenía todo y nada a la vez. Llegó a tocar fondo y a temer por su vida. Poco a poco fue disminuyendo el ritmo trepidante que había llevado tanto
tiempo, llegando a confesarme que ya no podía con el trabajo, que se le hacía
cuesta arriba y no podía con él.
No había trascurrido mucho tiempo, cuando tomó
una decisión firme y contundente, abandonar la empresa. Repartió sus bienes
entre sus familiares y lo dejó todo. Necesitaba
darle un cambio a su vida y empezar a sentirse de nuevo vivo. Se echó al monte y eligió como hogar una
ermita perdida en medio de las montañas, llevando lo poco
que necesitaba en una mochila que sería por mucho tiempo, su única compañía.
Para él era el lugar perfecto en donde poder descargar una mente sobrecargada e
irse llenando de nuevo de energía y vitalidad.
Lo volví a ver al cabo de los años y lo
encontré muy sereno. Me contó que tan pronto prescindió de grandes placeres,
empezó a disfrutar de las cosas más sencillas, como ver el cielo estrellado o tomar tranquilamente el
cálido sol. Mira Juan, allí llevo una vida totalmente austera, pero muy
gratificante. Cuido de la ermita y comparto mi alegría con las personas
que se acercan por allí para rezar y
respirar a pleno pulmón.
Hay quien se atreve a preguntarme cual ha
sido el motivo que me ha llevado a tomar este estilo de vida, a lo que les
contento que estoy en el lugar perfecto en donde mi alma puede empezar a sanar
y en donde encuentro una inmensa paz -. Lo encontré mucho más alegre y
espontáneo, su obeso cuerpo se había transformado en fuerte y delgado. En su
rostro relucía la salud y el bienestar. Me dijo que desde que había cambiado
sus hábitos, la felicidad había entrado plenamente en su vida. Practicaba el yoga todas las
mañanas y andaba a diario por aquellos senderos
que le permitían respirar el aire puro y limpio de las montañas.
“Me alimento de lo
que da la madre naturaleza y mira que
bien me sienta”
me dijo. Vivo cada día como si fuera
el último. Recuerda Juan el problema que
tenía –por más dinero que tuviera nunca
estaba satisfecho, no era feliz. En el fondo no era yo era nada más que
codicia, como le ocurría al rey Midas,
que quería que todo lo que tocara se convirtiera
en oro. Ya no me alimento del pasado, mi meta es
vivir con más significado, realizando mis sueños y hacer
con mi vida, mucho más de lo que había hecho hasta ahora. Me considero un ermitaño del siglo XXI, eso
si, hago lo posible por ver a mi familia por Navidad. Es el camino que
libremente he elegido y en el que me siento crecer cada día como persona. Me considero un ermitaño del siglo XXI. Hago
por ver a mi familia por Navidad.
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