Autor: Antonio Cobos
Feliciana García y Mercedes López eran dos de las amigas más
cercanas de Nuria en Ciudad de México. Sus maridos, Paco Peña y Santiago Muñoz,
exiliados españoles como Joan, se habían conocido en el Sinaia, en su viaje de
refugiados republicanos al nuevo mundo y se volvieron a encontrar en el
distrito federal. Fueron intimando a lo largo de los años y solían reunirse
para los pocos momentos de diversión que disfrutaban. Más adelante hicieron
viajes juntos para conocer el país y se compraron un apartamento en Veracruz
para pasar las vacaciones más o menos por las mismas fechas.
Feliciana y Mercedes no trabajaban fuera de casa. Organizaban
sus hogares y cuidaban de sus niños. Apenas sus condiciones de vida empezaron a
mejorar, buscaron la ayuda de un servicio doméstico autóctono, que cada vez se
ocupaba más y más de todas las tareas culinarias y de limpieza y, poco a poco
también, del cuidado de los niños.
Nuria se encontraba con ellas, a veces durante el horario
laboral y a veces no, pero raramente estaba relajada y sin prisas, y nunca
dejaba pasar las horas de forma ociosa, hablando de banalidades y conocidos
comunes, como Feli y Merche solían hacer. Para ella, eso era una pérdida de
tiempo.
Las dos amigas de Nuria, tenían más circunstancias y
afinidades compartidas y sí disponían de tiempo para hablar largamente de
amigos y conocidos de ambas. Y uno de sus temas favoritos era hablar de su
amiga empresaria. El tema era inevitable después de cada ocasión en que se
reunían las tres, y tras el momento, inevitable también, en que Nuria se
excusaba para irse a trabajar o para hacer una determinada gestión.
-
¿Te has fijado en lo que llevaba hoy? – preguntó Merche
mientras agitaba la mano para despedir a su amiga saliendo por la puerta del
establecimiento.
-
Y tanto. ¡Qué elegante es la puñetera!
-
No sé de donde saca el tiempo para irse a comprar ropa.
Aunque, tampoco creas que tiene tanta ropa, pero se la sabe combinar muy bien.
-
Con lo catetilla que era cuando la conocimos. Realmente
ha mejorado mucho con el tiempo.
-
Algo se le habrá pegado de nosotras, digo yo.
-
Mira, quieras que no, nosotras somos de Madrid. Ella es
de un pueblo de Barcelona. No es lo mismo.
-
Pero ella vivió en Barcelona ciudad.
-
Sí, pero por poco tiempo. Además, ella donde ha
cambiado es aquí.
-
Como te digo, algo habremos influido nosotras.
-
Y lo que no sé es como no atiende mejor a sus hijos y a
su marido. Ahí, no nos ha copiado a nosotras.
-
No sé como no se da cuenta, que deja a Joan en mal
lugar. Con lo machos que son aquí en
México, dejar que tu mujer te mantenga. Porque el sueldo de él es una miseria,
lo que realmente los está haciendo ricos son las tiendas de fruta.
-
¡Y meterse ahora en lo de los supermercados!, ¡se van a
hacer de oro!
Merche
y Feli siguieron hablando de Nuria, comentando lo poco que estaba con sus
hijas, los movimientos que hacía sola por la ciudad, que no estaban bien para
una mujer decente y que podía ser peligroso, y sobre todo a Feli, lo que le
molestaba más, era ese airecillo de superioridad en el que se envolvía, a
veces, al comentar algunas cosas. Parecía que les dijese que era más lista que
ellas dos, o más capaz, o más algo. Aquello que decía de que ‘toda persona debe
tener un medio de subsistencia, sea hombre o mujer’, pues dependía. Sus maridos
preferían que ellas dos se quedaran en la casa, ya que ellos traían el dinero
necesario para vivir.
Dos
semanas más tarde, en un encuentro de las tres parejas, en el que los hombres
iban por su sitio, hablando de sus cosas y las tres mujeres por el suyo,
hablando también de sus cosas, Merché preguntó a Nuria:
-
¿Y cómo van los supermercados?
-
Por ahora es pronto para saberlo – contestó Nuria -
pero, en principio, parece que funcionan bien.
-
Es que tiene mucho mérito lo que haces, porque en
realidad eres tú el alma del negocio – dijo Feli
-
¡Qué va! El alma es Diego, y Joan le dedica todas las
horas que puede y más.
-
Pero tú también le dedicas todo el tiempo del mundo.
-
No hay más remedio si queremos que la idea triunfe.
-
A mí me gusta mucho más vuestro supermercado que el de
Sumesa. Lo tenéis mejor expuesto todo y más cómodo de coger – intervino Merche.
-
Me interesa recoger opiniones de la gente para mejorar
- añadió Nuria
-
Hija, es que lo haces muy bien. Digas lo que digas,
eres tú la que hace que el negocio funcione.
-
Yo lo único que hago es dar un curso de formación a los
empleados, seleccionar a los mejores y
controlar que trabajan bien.
-
¿Y te parece poco?, ¡pues es lo más importante, que te
atiendan bien! – dijo Merche
-
Y ¡controlar que lo hagan! – apostilló Feli.
-
No, no – intervino Nuria, alagada pero sin querer
darles la razón – Lo más importante es la gestión de compras y el control de
gastos, que es lo que hacen Joan y Diego. Tienes que saber hasta dónde puedes y
a partir de dónde no debes. Y a veces te equivocas. Pero no te puedes equivocar
mucho, pues te arruinas. Tú compras un producto que se estropea y si no ajustas
muy bien la oferta y la demanda, te puedes hundir. Hay que saber hacer ofertas
de aquello que puedes perder, antes de que no esté ni para ofertar. A veces es
mejor regalarlo y no cobrarlo. El personal es también muy importante. Debe
tener iniciativa, pero ha de proporcionarte una confianza total. Tienes que
estar encima. En fin, todos aportamos nuestro granito de arena.
-
Yo le encuentro mucho mérito a lo que haces. Siendo
mujer y teniendo todas las obligaciones que nosotras asumimos y que ellos no tienen.
-
Bueno, Joan y yo somos iguales.
-
Pero mujer, ¡cómo vais a ser iguales!
Siguieron hablando de hombres y mujeres y derivaron la
conversación hacia la presión que se estaba haciendo al gobierno para que la
mujer tuviera derecho a votar en México, cuestión que quedó finalmente resuelta
en ese mismo año 1953 y en las que las tres estaban de acuerdo.