En el tiempo que estuve en el colegio de adultos representamos obras de teatro, una de ellas fue Doña Rosita la Soltera, de Federico García Lorca.
Haciendo esa función conocí a una señora y amiga extraordinaria, daba igual que el papel que tuviera que hacer fuera grande o pequeño, lo hacía mejor que ninguna. Terminó quedándose con el papel de doncella de Rosita.
Esta señora está casada, tiene tres hijos varones y una hija muy especial, no habla, la madre tiene que darle la comida, lavarla y acostarla. Cuando quiere algo, solo da gritos. A pesar de todo, la madre adora a su hija.
El papel de esta señora en la obra consistía en demostrar que quería mucho a Rosita dándole la razón en todo lo que hacía. Pero a la tía de Rosita no le gustaba esa forma de educar a su sobrina, y siempre se estaban peleando tía y doncella, hasta el punto que la echaba pegándole, entonces la doncella lloraba a grito pelado porque no quería dejar a Rosita.
Esta señora, amiga mía, no sabía que su hija y el marido estaban en el teatro viendo la obra. La hija empezó a sollozar cuando vio llorar a la madre, y que le pegaban, entonces el padre quiso sacar a su hija del teatro pero no podía porque ella quería ir adonde estaba la madre, de buenas a primeras, los gemidos de la hija se fueron pareciendo a palabras que decían algo así como ¡ma! ¡ma! ¡ma! ...
Ese es el milagro. No ha hablado nada más. Ya tiene treinta y ocho años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario