viernes, 14 de diciembre de 2012

El milagro

Autora: Carmen Sánchez Pasadas


Doña Angustias sale muy preocupada de la reunión de vecinos acompañada de su hija Encarna. Ambas viven en un barrio popular, cercano al centro. La madre, ya anciana, ha vivido toda la vida en esa casa, que pertenece a su familia desde hace varias generaciones y la hija, que ronda los sesenta, volvió al hogar familiar cuando enviudó, hace bastantes años.

Las dos son muy queridas y respetadas en el barrio, donde los vecinos más antiguos conocieron las calles empedradas antes de que el asfalto las cubriera o recuerdan cuando el tendido eléctrico sembró de farolas los rincones más escondidos. Vieron como la lechería se transformó en un pequeño supermercado y la taberna del Tío Pedro en un acogedor restaurante y como, posteriormente, las fatigosas cuestas fueron sorteadas por la línea de autobuses que acercaba el centro al vecindario. Y de esta manera los turistas fueron apareciendo, tras sus cámaras fotográficas, perdidos entre los laberínticos callejones, cada vez con más frecuencia hasta formar parte del propio paisaje.

Pero como suele suceder, el progreso tenía un precio, y la población natural del barrio no era rentable para las arcas municipales. Así, cierto día, el concejal de turno decidió trasladar el Centro de Salud a otro distrito, sin importarle la edad considerable de los usuarios. De nada sirvieron las protestas vecinales, ya que la postura de la autoridad fue inamovible. Pasado un tiempo, el vecindario sufrió un nuevo agravio. En esta ocasión la empresa municipal de transportes modificó el recorrido del autobús, limitándolo a los enclaves turísticos y dejando a la mayor parte de la población sin posibilidad de acceder a él. Nuevamente los vecinos, jóvenes y viejos, se manifestaron cortando el tráfico en las calles principales, pero las decisiones de la superioridad siempre pesan demasiado para ser reconsideradas, por lo que las quejas no fueron atendidas.

Sin embargo ahora, la noticia es aún más dolorosa. Varios vecinos, entre ellos Doña Angustias y Encarna, tienen un mes para abandonar sus casas. Las humedades que afectan a sus viviendas y con las que han convivido desde que recuerdan, amenazan, según los peritos del consistorio, la seguridad de los inmuebles. Mientras el presidente de la asociación vecinal, les comunica que no han conseguido retrasar el plazo dado y que el ayuntamiento ofrece a las familias alojamiento en viviendas sociales construidas en el barrio próximo, la hija evoca cada primavera, cuando rascaba y blanqueaba la fachada, o cuando su padre colocaba un zócalo de madera en el comedor para aislar la frialdad de la pared. Esa humedad nunca les ha impedido vivir en su hogar, ya que la construcción ha soportado lluvias y heladas cada invierno, resistiendo sin problema. No tiene sentido esto que les dicen ahora. Pero sí tiene explicación, extraoficialmente la Asociación ha conocido que está previsto construir sobre el solar una urbanización de apartamentos turísticos. Madre e hija salen silenciosas de la reunión. Encarna está indignada y su madre reprime un llanto ahogado que finalmente brota sin consuelo.

Días después, Encarna sorprende a unos vecinos observando la pared con las eternas manchas de humedad. A cierta altura aparecen unos trazos ocres de lo que parece ser una cara. Su ánimo no está para nada y sin preocuparle demasiado piensa que un grafitero se ha dedicado a pintar la fachada. Transcurridas otras jornadas, la imagen está completa y puede verse un rostro femenino, cubierto por un manto dorado. La mirada es muy dulce y las manos que salen de la túnica están en actitud acogedora. Realmente la figura es muy hermosa.

La noticia ha corrido entre los vecinos que no dejan de visitar el lugar. Alguien enciende una vela y otra persona deposita un ramo de flores, de forma espontánea el muro se convierte en un santuario improvisado. Doña Angustias piensa que la Virgen ha hecho un milagro escuchando sus súplicas y ha aparecido para ayudarlas. Igualmente son muchos los vecinos que creen esto.

Por su parte el Ayuntamiento, temiendo la repercusión que pueda tener la escena, ordena repintar el muro y retirar todas las ofrendas, pero con alevosía y nocturnidad, para evitar conflictos mayores. Sin embargo, el efecto es totalmente contrario, ya que al día siguiente la imagen vuelve a aparecer envuelta en un aurea brillante y las velas y flores se multiplican imparables.

El destino quiere que entre los numerosos turistas que pasean por la zona haya un periodista extranjero atraído por el fervor religioso, que fotografía y entrevista a los presentes. De esta forma se difunde la repetida aparición y con ella la desoladora historia de doña Angustias y su hija Encarna. Ese día todos los noticieros abren su edición con la imagen de la Virgen de los Desamparados, porque los vecinos ya le han puesto nombre, y la peregrinación continua de los feligreses venidos de todas partes.

Simultáneamente el Alcalde recibe una llamada del Arzobispo interesándose por lo sucedido y por la problemática que afecta a las dos mujeres. Desde el Ayuntamiento confirman los hechos y en cuanto al tema de las vecinas afectadas, entienden que todo ha sido un desafortunado malentendido y que en ningún momento se había previsto el desalojo de las mismas.

Semanas después, dada la afluencia de usuarios, la empresa de transportes decide incrementar el número de autobuses y ampliar el recorrido por el histórico barrio. Además otra oportuna llamada telefónica, recomienda la apertura del Centro Sanitario, que verá sus puertas abiertas en breve.

Varios días después, unas calles más arriba del domicilio de doña Angustias, en el restaurante, el tío Pedro se felicita por el éxito obtenido. Su pequeño negocio que estaba a punto de cerrar, vuelve a ser rentable. Los visitantes que el Milagro ha traído, recalan habitualmente en su establecimiento y ahora su mujer y él no dan abasto para atender a la clientela y han tenido que contratar a su sobrino que estaba en paro, su sobrino el pintor.


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