jueves, 27 de diciembre de 2012

Una situación milagrosa


Autora: María Gutiérrrez

Llevo cincuenta años viviendo en este mundo, soltera y sola. No he encontrado a nadie hasta ahora que me llene lo suficiente para dar un paso firme hacia adelante y formar una familia.

Creo que de una manera no consciente he elaborado una serie de defensas para llegar a esta situación. Trabajo como administrativa en una importante empresa multinacional recibiendo todos los meses una nómina que me da para vivir de forma desahogada.

Recientemente me he cambiado de casa. Ahora vivo en otra zona más céntrica y con bastante ambiente, pero sigo sin encontrar a nadie con quien charlar, salir, ir de compras u organizar algo. Tampoco me ilusiona coger el coche y perderme en algún lugar o ir libremente de un sitio a otro y conocer gente nueva. En alguna ocasión, he intentado relacionarme con chicos pero lo he pasado muy mal porque me he sentido rechazada. Creo que no me encuentran atractiva, mi cuerpo ya no es el de una chica de veinte. Con el paso del tiempo he ido engordando y me he puesto redondita, achacándoselo al cambio hormonal.

Nunca pensé que iba a llegar el momento en el que me preocupara por mi peso. He decidido que voy a empezar a cuidarme un poco más. Mi cuerpo es lo único que tengo a mi cargo y ¡aquí estoy!, dispuesta a ocuparme de él al precio que sea.

Menos mal que estoy más sana que una manzana y por ahora esto cuenta bastante a mi favor. Me he puesto manos a la obra y ya llevo un tiempo practicando mi nueva vida sana, pero los resultados no son lo rápidos que yo esperaba.

Sin esperarlo, de pronto todo ha cambiado. Un anuncio en televisión de una crema reductora ha obrado el  ¡milagro!. En tres semanas, mi silueta ya no es la de antes. Me veo mucho más esbelta, con menos celulitis en los muslos y con una cinturita  de avispa. Esto ha sido un golpe de “varita mágica” que me ha devuelto a mi juventud perdida.

He vuelto a ponerme bikini y a lucir palmito. He notado como me han mirado al pasar y les he oído decir: ”mira que tranquila va paseando sin complejos ese cuerpo de tonelillo que se le ha puesto con el paso de los años. Esto me ha hecho reaccionar y volver a la realidad y ser consciente de que el tiempo ha ido dejando su huella y que también de ILUSIÓN se vive.

jueves, 20 de diciembre de 2012

El regreso

Autor: Antonio Cobos

Una nueva primavera apuntaba en los árboles y jardines de Basilea. Los fríos días de invierno quedaban atrás, y de nuevo, los habitantes de la ciudad, especialmente los jóvenes, se volvían a sentar al sol en la orilla derecha del Rhin.

Jorge, un español de 29 años, arquitecto, tomaba unas cervezas de despedida con algunos compañeros de trabajo. Se había marchado al extranjero en los años de fuerte crisis en España y había conseguido encontrar un puesto en un estudio suizo de renombre mundial. La experiencia había sido positiva, pero tras varios años de constantes idas y venidas a España, parecía que una buena oportunidad le abría sus puertas en su tierra de origen.

Los primeros años hubo viajes constantes, siempre que podía, para pasar unos días y a veces sólo unas horas con su novia. Después de la boda, los viajes se hicieron más frecuentes, casi semanales. Y ahora, por fin, parecía que esa especie de exilio ocupacional tocaba a su fin.

Al día siguiente, tenía que coger el tren de Basilea a Zurich. En Zurich cogería el avión hasta Madrid y allí cogería el tren hasta su casa, en esa ciudad donde su esposa tenía su puesto de funcionaria. Un día más tarde tendría, temprano, la primera entrevista de trabajo con su nuevo jefe, un arquitecto joven, algunos años mayor que él y que había conseguido una cierta fama en su campo profesional. El puesto era suyo, ya había superado la selección, pero sabía que una buena impresión inicial era fundamental para establecer una relación positiva de cara al futuro. Tendría que cuidar los detalles, sin dejar de comportarse de una manera natural, sin dejar de ser lo que él era.

Por la noche, puso la alarma del despertador del teléfono y terminó de preparar las últimas cosas del equipaje. Con anterioridad ya había ido llevándose libros, ropa y otras pertenencias de su segunda casa, su casa en Basilea, que compartía con otro arquitecto joven australiano, que trabajaba en el estudio.

Se echó en la cama e intentó dormir pero su cerebro no quería o no podía obedecerle. Pasaban por su cabeza los años transcurridos en aquel estudio, sus triunfos y derrotas, los nuevos conocidos, las obras increíbles a las que no hubiera tenido acceso de haberse quedado en España y haber trabajado para sí mismo, los amigos, los lugares, la fatiga de un constante y duro exilio laboral, los aviones, las prisas, …
Su mente se amodorró y se quedo por fin dormido, en aquella su última noche de exilio. Todo estaba preparado, las maletas listas, el anorak colgado en la entrada, la mochila con el ordenador y algunos libros, y todavía abierta para guardar el cepillo de dientes y el pijama. Paul, el australiano, no estaba en casa y un silencio extremo inundaba el interior de la vivienda. Fuera, el silencio era aún más poderoso. El tiempo había cambiado y desde las doce de la noche una copiosa nevada cubría los parques, calles y tejados de la ciudad.

Todo lo embargaba el silencio, excepto aquel bip repetido que emitía el teléfono de Jorge, que le avisaba de que la energía que lo alimentaba estaba tocando a su fin y que nuestro joven arquitecto no oía, sumido en un profundo sopor, tras las horas de insomnio.

Sonó la alarma un instante y se vino abajo la escasa carga que tenía. El teléfono enmudeció del todo. Jorge siguió durmiendo.

Media hora más tarde, como si lo hubieran sacudido, despertó de golpe, con el cuerpo relajado de haber dormido profundamente aunque durante escasas horas. Decidió mirar el teléfono para ver cuanto tiempo restaba para que comenzase a sonar. No tenía luz. ¡No funcionaba! No tenía reloj, con el teléfono y el ordenador sabía siempre en que hora estaba. ‘Encenderé’ el ordenador pensó. ‘No mejor enchufo la tele y veo la hora’. Salió atropelladamente al salón, se golpeó en un pie descalzo, buscó el mando, seleccionó el canal de noticias donde casi siempre ponían la hora. Lo halló. ¡Las seis y treinta y tres! Más de media hora tarde. El autobús del aeropuerto pasaba a las 6:45 pero tenía diez minutos hasta la parada. Tenía que vestirse. Se despojó del pijama, lo hizo un lío y lo metió en la mochila, se vistió en un minuto, renunció al café que había pensado tomarse. Cerró mochila, cogió maletas, descolgó el abrigo, se colgó mochila, se cayó el abrigo, arrastró maletas. Son las 6:36.

Abrió la puerta y salió al rellano, volvió por el abrigo, se quitó la mochila y se lo puso. Volvió a colgarse la mochila y salió a coger una maleta en cada mano. Se dejó la puerta abierta y volvió sobre sus pasos. Tiró de la puerta del piso. Cuando llegó a la puerta de la calle y la abrió, un ‘¡Oh, no!’ salió de sus labios. Al menos había treinta centímetros de nieve. En vez de tirar de las maletas, cogió cada una en una mano y avanzó por la nieve. Son las 6:38.

Decidió correr, pero no podía con tanto peso. Pisó en falso y cayó. Tendrá que ir con cuidado pues la nieve impedía ver las irregularidades del suelo. Son las 6:41.

Cinco minutos más tarde llega a la parada. Son las 6:46. Le parece ver dos pilotos rojos del autobús al final de la calle. ¡Maldita puntualidad suiza! El próximo pasa a las 7:15. Aún tendrá tiempo. El avión sale a las 9:00. El embarque lo cerraran a las 8:30, pero tiene que facturar. Cree que lo podrá hacer hasta las 8:00. El autobús llegará al aeropuerto a las menos diez.

Todo está cerrado. No hay nadie en la calle. El tráfico es muy escaso y el frío se le va metiendo por debajo del abrigo. Llega el autobús por fin. Son las 7:14. Sube las maletas y paga su billete. Comienza a haber más tráfico. Hay algún coche atravesado. Por suerte pueden pasar. Las quitanieves están limpiando las calles y carreteras.

8:49. El autobús llega al aeropuerto. A las 8:50 atraviesa las puertas de entrada. Sale corriendo hacia los mostradores de facturación. Ya sabe cuales son, de otras muchas veces. No hay nadie haciendo cola pero aún hay una azafata atendiendo. Alcanza el mostrador, ¡ ha llegado a tiempo!. ¡Ha sido un milagro!
La azafata mira la hora en su reloj y mira a nuestro joven. Le dice en francés. ‘Ya está cerrado’. Al ver la cara de Jorge le dice: ‘Pero vas a tener suerte, la nieve ha ocasionado un retraso de una hora en la salida’

sábado, 15 de diciembre de 2012

El prodigio de un tal Pascual Bailón

 Autora: Elena Casanova


Cuando encontraron a don Cándido Cabezón Cuadrado tenía una enorme brecha en la cabeza. De la herida manaba un surtidor de sangre y el pobre hombre no dejaba de repetir lo mismo: ¿Qué me has hecho, qué me has hecho? Lo llevaron rápidamente al hospital más cercano y en unos días volvió a su casa con toda la cara amoratada y un buen zurcido que le dejaría secuelas de por vida.

Casi todos los vecinos del pueblo desfilaron por su casa para comprobar cómo se encontraba el infeliz después del trágico accidente. Se toparon con otro hombre, una persona que  no sabía nada de su pasado y, por olvidar, hasta había olvidado su propia identidad. No era el don Cándido de siempre, un hombre de carácter tranquilo, amigable, algo callado y muy dúctil pero con unos valores morales muy rígidos y conservadores, con una rectitud tal, que jamás cambió de opinión en cuestiones consideradas por él como deshonestas e indecorosas. Ni siquiera don Matías, el cura, había sido capaz de doblegar actitudes un tanto excesivas.

Hacía tiempo que los jóvenes del pueblo intentaban que el ayuntamiento les dejase un salón que nunca se había utilizado para ocuparlo los sábados por la noche, que les permitiera disfrutar de un lugar de esparcimiento en un pueblo alejado de casi todo y poco que hacer los fines de semana, donde el aburrimiento y la apatía eran la tónica general. A don Cándido correspondía dar el consentimiento para ser ocupado que, como cacique, todo el pueblo le pertenecía y como alcalde, manejaba todos los asuntos públicos. En cuestiones puramente económicas no era un hombre demasiado ambicioso y todos sus arrendatarios vivían en unas condiciones de holgura y desahogo más que razonables, pero en  asuntos de la moral no permitía ningún vilipendio, y para él la apertura de esta sala con fines un tanto dudosos profanaba todos sus principios éticos, incluso se ponía enfermo y hasta se le encogía el corazón al pensar que su pacífico pueblo pudiera convertirse en la Sodoma y Gomorra de toda la comarca.

Paradójicamente don Cándido era un gran devoto de San Pascual Bailón, y todas las tardes se acercaba hasta la iglesia para rezarle. Los vecinos del pueblo lo sabían, y durante la misa de los domingos, reunidos todos en la iglesia, se dirigían al santo y desde el silencio y la complicidad colectiva, le pedían fervorosamente que iluminara el entendimiento de don Cándido para que dejara de ver el pecado donde solo había un deseo de entretenimiento…

Y ocurrió. Nadie fue capaz de decirlo en voz alta, pero San Bailón en un arrebato, según me contaron los mayores del lugar, de misericordia hacia todos ellos, en una de aquellas tardes de oración dejó caer el pedestal donde se apoyaba, y una de las esquinas fue a parar a la cabeza de don Cándido, con tan buena fortuna que no murió pero sí que contrajo la enfermedad de la memoria, hasta el punto de abandonar en algún rincón oscuro de la conciencia, su decencia y decoro exacerbados. Sin embargo, la figura del franciscano tallada en madera policromada, no sufrió daño alguno a pesar de haber caído desde una altura de dos metros del suelo.

Todos los vecinos coincidieron en lo mismo: el milagro por fin había sido concedido, incluso don Matías, que solo quería creer en un fatal accidente, de vez en cuando no podía evitar acomodarse a la opinión de sus feligreses.

El 17 mayo, día de San Pascual y después de sacar en procesión al santo, todo el pueblo se reunió en el salón del ayuntamiento, adornado de guirnaldas y farolillos. El cura bendijo la estancia y vestido con sus mejores galas, don Cándido fue testigo de este gran acontecimiento, no ya como alcalde del pueblo, pero sí como figura importante del lugar. Se le veía feliz y contento rodeado de todos, e incluso dicen que cuando empezó a sonar la primera pieza, su pie derecho no paraba de taconear y los dedos de su mano izquierda tamborileaban al compás de la música. Benita, tan soltera como el día que su madre la parió, siempre había sentido un impulso muy apasionado hacia don Cándido y, sacándolo a bailar, se atrevió por fin a susurrarle todo su amor y adoración al oído, sin temor a herir los sentimientos de recato y pudor de su bien amado don Cándido Cabezón Cuadrado.


No existen los milagros

Autor: Antonio Pérez


Un muchacho orgulloso, obstinado en sus quehaceres del día a día, orgulloso ante los demás y con afán de demostrar que él puede ser mejor que los demás en cada paso que da, en cada camino que coge, siempre intentando destacar, llamar la atención a gritos, buscando reconocimiento, a cada paso, a cada segundo.

Realmente es difícil saber de dónde viene esa obstinación, aunque seguramente con un trasfondo seguro en dónde su infancia pudiera haber sido infravalorado, humillado o cualquier otra forma de que pudiera haber tenido una infancia oscura, difícil, solitaria e improductiva. Realmente es una superación, una adaptación al medio, dónde el débil al sobrevivir se hace fuerte, la presa en cazador, el dominado en dominante.

Paulo, era uno de esos chicos. Cursaba 2º de bachiller, con unas notas medias de sobresaliente. Realmente no dejaba que le superara nadie, todo era rivalidad para él, incluso a la hora de hacer cola en la cafetería de llegar el primero.

Él era querido por su grupo de amistades, pero esa rivalidad que tenia él, impedía que realmente la amistad fuera pura y verdadera, realmente había mucha discusión entre ellos, ya que hacía de esa forma de ser, un carácter frío, calculador, desconfiado.

En este curso tenía un profesor de filosofía que realmente era un digno docente, de los que ya no quedan. No sólo le gustaba enseñar sino educar. Era comprometido con sus alumnos e intentaba una educación real hipotética en esta sociedad tan corrompida. Difícil, pero terco.

Ramón, que después de tres mese de clase ya había interaccionado con la mayoría de sus alumnos, un día propuso en su clase un debate con el tema “poder, dinero, fama”. Realmente la mayoría de sus alumnos opinaban como forma general de las cualidades perjudiciales para el ser humano, de una sociedad clasista de hoy día, capitalista, una forma de poder y estatus. Otros opinaban más favorable, alegando avaricia y pereza que es el camino más cómodo y rápido de vivir. Otros totalmente en contra defendiendo el símil de ser un espantapájaros, unas marionetas de una oligarquía, un proletariado dónde explota de forma esclavista para subsistirse. Realmente su sorpresa fue cuando en el turno de Paulo, realmente, se quedó sorprendido.

Paulo:  Realmente opino, que el dinero es el látigo o arma de hoy día, quien más tiene es capaz de dominar a los demás y someterlos a sí mismo. Por ello cada uno debería pensar en ser quién esté por encima de esa escala de poder si queremos llegar a ser alguien en la vida. Esto realmente va ligado de forma muy estrecha con el poder, capaz de dominar el mundo como un tablero de ajedrez, de ser el rey, el emperador, estar por encima de gobiernos e instituciones dónde han de doblegarse siempre estando un paso por delante de ellos controlando las fichas de ajedrez. Y La fama es algo que nos arropa en la tumba, para recordar en esta corta vida, recordarnos las grandes cosas que hemos hecho, por ello también es un factor clave, no solo tener poder, sino un reconocimiento más allá de la muerte.

Ramón, realmente no se creía de lo que su alumno tenía en mente como no un posible futuro, sino lo que verdaderamente quiere ser su futuro. Así que decidió una tarde invitarlo a tomar un café y hablar del asunto.
El lunes de la siguiente semana quedaron en una cafetería de una presa, dónde aparte de buenas vistas, era un espacio agradable, tranquilo, dónde podrían discutir sus puntos de vista sobre lo debatido en clase.

Ramón le dijo - Realmente me dejaste sorprendido ante tu punto de vista del poder, fama y dinero. Sabes que el poder puede llegar a ser bueno siempre y cuando se utilice en defensa de los demás, nunca una forma de imposición y dominancia, y la fama, realmente puede ser buena o mala, depende de qué es lo que quieras dar a conocer de ti. El dinero es necesario, eso no se puede negar, pero realmente utilizarlo como una forma de poder es caer en la avaricia, gula, lujuria, soberbia… Es quedarte solo. Los amigos no serán amigos solo buitres que se acercarán por el dinero, te aburrirás con tanto dinero, si no disfrutas de las cosas básicas de la vida que no necesitan de dinero, como amigos, novia, una familia, y te llegará a consumir del todo.

Paulo le contestó - Eso es lo que crees tú profesor, porque no has tenido nada de eso, y la envidia hace que estés en contra. Realmente con dinero no tendré ningún tipo de problema con nadie ni con nada, con la fama todos me querrán como los famosos, y el poder es algo que viene bien para estar seguro de que nadie quiera hacerme daño ni tratarme mal.

Ramón después de tres horas intentando hacer razonar a su alumno, vio que era imposible hacerle entrar en razón con esos ideales tan fuertes que tenía y decidió intentar otra cosa. Le mostraría a pie de calle realmente todos los valores antónimos a lo que él profesa intentando entrar en su corazón, ablandándolo emocionalmente.

Ramón siguió diciendo - Paulo te propongo una cosa, si después de esto sigues pensando en lo mismo, no te molestaré más. Te mostraré tres cosas a pie de calle, irás conmigo donde diga, quiero que veas una serie de cosas, ¿aceptas?

- Acepto, pero creo que ni con un milagro me harás cambiar de opinión.

Y así convenciéndolo Paulo aceptó la oferta del profesor, indignado y con deseo de cambiar ese pensamiento estricto de su alumno.

La primera prueba fue intercambiar el rol del profesor por alumno. Ramón pasó a ser un alumno más y Paulo a profesor durante 4 días. En estos cuatro días tenía que lidiar en ser un líder, explicando todo lo que Ramón le iba esquematizando la materia de cada día. Tenía que lidiar con sus compañeros que éstos al verlo como un igual, no solían ni prestar atención apenas ni tomarlo en cuenta, desencajando varias veces al muchacho. Al final de los cuatro días sus compañeros llegaban a mirarlo con seriedad y enojo, realmente molestos por cómo había ido siendo el muchacho con ellos castigándolos con deberes negativos cada vez que se cabreaba.

La segunda parada se la propuso ir a un comedor social. Ayudaron durante una semana para servir las comidas a indigentes, gente paupérrima. Llegó hasta hacer amigos al final de esa semana.

La tercera parada se la propuso en una residencia de ancianos, veteranos de guerra dónde estos le contaban lo grandes que habían sido de jóvenes, le contaban como consiguieron todas las medallas. Realmente le encantaba escuchar esas historias de héroes.

Al final de la tercera semana quedaron en el mismo lugar dónde quedaron para tratar el tema, en esa cafetería con vistas a la presa.

Ramón le dijo: - Bien, cuéntame tu experiencia y como has vivido estos días.

- Realmente ha sido mucho más duro de lo que pensaba. En clase era imposible llegar a ser obedecido por los compañeros a los cuáles ya viste que ni me hacían caso, ni prestaban atención como a ti. Realmente no pensaba que ser profesor era tan difícil. El comedor ha llegado a ser un estímulo a lo que yo estaba convencido, que la felicidad se consigue con dinero. Realmente me extrañó cuando le pregunté a Ramiro que si era feliz y me contestó que sí. Cuando le pregunté cómo podía ser eso cuando vivía en la calle y comía en el comedor social, y no tenía nada, él me saltó diciendo: - “Yo no quiero nada más, tengo agua de la fuente, comida caliente, duermo caliente en mantas y cartones todas las noches y además tengo muchos amigos dónde nos juntamos todas las tardes y mañanas a hablar y contar chistes, tener cosas es un problema y responsabilidad, aparte son dos días y hago básicamente lo que todos…”

Cuando fuimos a la residencia, realmente me sorprendió, héroes, gente que ha luchado con su vida por su país, donde eran poderosos, han sido poderosos y que acaben en una residencia, tullidos, apenas sin ser recordados, y sin familia algunos, solo lo que en la residencia puede tener.

Ramón terminó diciéndole - Ahora espero que entiendas, que el dinero no siempre da la felicidad, ni que la gloria o la fama sirven de mucho cuando te haces mayor, y que el verdadero poder está en la humildad, la bondad, y la felicidad. Para mandar hay que tener cualidades positivas, y hacer mandar de una forma que los demás sean lo importante para ti y ellos lo acepten.

La riqueza no está en quién más tiene, sino el que menos necesita” y esto Paulo, no es un milagro que te hayas dado cuenta. Para tener éxito no tienes que hacer cosas extraordinarias, haz cosas ordinarias extremadamente bien.”


viernes, 14 de diciembre de 2012

El milagro

Autora: Carmen Sánchez Pasadas


Doña Angustias sale muy preocupada de la reunión de vecinos acompañada de su hija Encarna. Ambas viven en un barrio popular, cercano al centro. La madre, ya anciana, ha vivido toda la vida en esa casa, que pertenece a su familia desde hace varias generaciones y la hija, que ronda los sesenta, volvió al hogar familiar cuando enviudó, hace bastantes años.

Las dos son muy queridas y respetadas en el barrio, donde los vecinos más antiguos conocieron las calles empedradas antes de que el asfalto las cubriera o recuerdan cuando el tendido eléctrico sembró de farolas los rincones más escondidos. Vieron como la lechería se transformó en un pequeño supermercado y la taberna del Tío Pedro en un acogedor restaurante y como, posteriormente, las fatigosas cuestas fueron sorteadas por la línea de autobuses que acercaba el centro al vecindario. Y de esta manera los turistas fueron apareciendo, tras sus cámaras fotográficas, perdidos entre los laberínticos callejones, cada vez con más frecuencia hasta formar parte del propio paisaje.

Pero como suele suceder, el progreso tenía un precio, y la población natural del barrio no era rentable para las arcas municipales. Así, cierto día, el concejal de turno decidió trasladar el Centro de Salud a otro distrito, sin importarle la edad considerable de los usuarios. De nada sirvieron las protestas vecinales, ya que la postura de la autoridad fue inamovible. Pasado un tiempo, el vecindario sufrió un nuevo agravio. En esta ocasión la empresa municipal de transportes modificó el recorrido del autobús, limitándolo a los enclaves turísticos y dejando a la mayor parte de la población sin posibilidad de acceder a él. Nuevamente los vecinos, jóvenes y viejos, se manifestaron cortando el tráfico en las calles principales, pero las decisiones de la superioridad siempre pesan demasiado para ser reconsideradas, por lo que las quejas no fueron atendidas.

Sin embargo ahora, la noticia es aún más dolorosa. Varios vecinos, entre ellos Doña Angustias y Encarna, tienen un mes para abandonar sus casas. Las humedades que afectan a sus viviendas y con las que han convivido desde que recuerdan, amenazan, según los peritos del consistorio, la seguridad de los inmuebles. Mientras el presidente de la asociación vecinal, les comunica que no han conseguido retrasar el plazo dado y que el ayuntamiento ofrece a las familias alojamiento en viviendas sociales construidas en el barrio próximo, la hija evoca cada primavera, cuando rascaba y blanqueaba la fachada, o cuando su padre colocaba un zócalo de madera en el comedor para aislar la frialdad de la pared. Esa humedad nunca les ha impedido vivir en su hogar, ya que la construcción ha soportado lluvias y heladas cada invierno, resistiendo sin problema. No tiene sentido esto que les dicen ahora. Pero sí tiene explicación, extraoficialmente la Asociación ha conocido que está previsto construir sobre el solar una urbanización de apartamentos turísticos. Madre e hija salen silenciosas de la reunión. Encarna está indignada y su madre reprime un llanto ahogado que finalmente brota sin consuelo.

Días después, Encarna sorprende a unos vecinos observando la pared con las eternas manchas de humedad. A cierta altura aparecen unos trazos ocres de lo que parece ser una cara. Su ánimo no está para nada y sin preocuparle demasiado piensa que un grafitero se ha dedicado a pintar la fachada. Transcurridas otras jornadas, la imagen está completa y puede verse un rostro femenino, cubierto por un manto dorado. La mirada es muy dulce y las manos que salen de la túnica están en actitud acogedora. Realmente la figura es muy hermosa.

La noticia ha corrido entre los vecinos que no dejan de visitar el lugar. Alguien enciende una vela y otra persona deposita un ramo de flores, de forma espontánea el muro se convierte en un santuario improvisado. Doña Angustias piensa que la Virgen ha hecho un milagro escuchando sus súplicas y ha aparecido para ayudarlas. Igualmente son muchos los vecinos que creen esto.

Por su parte el Ayuntamiento, temiendo la repercusión que pueda tener la escena, ordena repintar el muro y retirar todas las ofrendas, pero con alevosía y nocturnidad, para evitar conflictos mayores. Sin embargo, el efecto es totalmente contrario, ya que al día siguiente la imagen vuelve a aparecer envuelta en un aurea brillante y las velas y flores se multiplican imparables.

El destino quiere que entre los numerosos turistas que pasean por la zona haya un periodista extranjero atraído por el fervor religioso, que fotografía y entrevista a los presentes. De esta forma se difunde la repetida aparición y con ella la desoladora historia de doña Angustias y su hija Encarna. Ese día todos los noticieros abren su edición con la imagen de la Virgen de los Desamparados, porque los vecinos ya le han puesto nombre, y la peregrinación continua de los feligreses venidos de todas partes.

Simultáneamente el Alcalde recibe una llamada del Arzobispo interesándose por lo sucedido y por la problemática que afecta a las dos mujeres. Desde el Ayuntamiento confirman los hechos y en cuanto al tema de las vecinas afectadas, entienden que todo ha sido un desafortunado malentendido y que en ningún momento se había previsto el desalojo de las mismas.

Semanas después, dada la afluencia de usuarios, la empresa de transportes decide incrementar el número de autobuses y ampliar el recorrido por el histórico barrio. Además otra oportuna llamada telefónica, recomienda la apertura del Centro Sanitario, que verá sus puertas abiertas en breve.

Varios días después, unas calles más arriba del domicilio de doña Angustias, en el restaurante, el tío Pedro se felicita por el éxito obtenido. Su pequeño negocio que estaba a punto de cerrar, vuelve a ser rentable. Los visitantes que el Milagro ha traído, recalan habitualmente en su establecimiento y ahora su mujer y él no dan abasto para atender a la clientela y han tenido que contratar a su sobrino que estaba en paro, su sobrino el pintor.


Los milagros

Autora: Pilar Sanjuán Nájera


Vaya por delante que no soy religiosa y no creo en los milagros. Sí creo en las casualidades, en las curaciones “casi” milagrosas de la medicina y en los hechos extraordinarios llevados a cabo por la psiquiatría que estoy segura de que la iglesia, a veces, los ha confundido con milagros.

Las diversas religiones hablan de milagros, pero ¿cómo creer en ellos si sabemos a través de la historia que las religiones y sus fanatismos han sido el azote de la humanidad. ¿Qué fueron las guerras santas de los musulmanes, o las cruzadas de los cristianos sin formas de exterminara a miles de inocentes? ¿Y si recordamos a la “Santa” Inquisición española que tuvo aterrorizada a la gente desde su fundación por los Reyes Católicos hasta principios del siglo XIX?

Actualmente aúnn se producen hechos escalofriantes entre musulmanes, hindúes, hutus y otras sectas diversas que se toman venganzas terribles porque ven at aques a sus dogmas religiosos en cualquier manifestación de libertad de expresión. En nombre de Alá, de Dios, de Odín o de Brahama ¿cuántos crímenes se han cometido? Además ¿qué milagros podemos esperar de religiones que tergiversan, falsean y desvirtúan sus preceptos para adaptarlos a los tiempos según convenga? Mahoma, en absoluto predicaba la lapidación de las mujeres adúlteras y nuestra religión, tal como la predicaba Jesucristo ¿se parece a lo que es ahora? La corrupción, las intrigas, las ambiciones de poder y el lujo insultante del Vaticano, ¿qué tienen que ver con la humidad, la sencillez, el verdadero amor al prójimo y la proximidad al necesitado que enseñaba Jesucristo? La figura histórica y humana de Jesús –yo no creo en su divinidad- me parece verdaderamente admirable,, como admirables son otras figuras ejemplares tales como Gandhi, Martín Luther King, Nelson Mandela, Desmond Tutu o Vicente Ferrer, el español recientemente fallecido. ¿Qué necesidad tienen estas personas para creer en ellos? Varios dieron su vida por defender causas justas como los derechos humanos, la libertad de sus países, la ayuda a los más débiles. ¿Qué más se les puede pedir? ¿En qué se parece la labor de estos héroes con los horrores de la Inquisición?

Afortunadamente, hay sectores de la Iglesia Católica bastante alejados del Vaticano y cercanos a la verdadera doctrina de Jesucristo. Me refiero por ejemplo a los cristianos de base o a la Iglesia sudamericana. Fui invitada hace unos años por unos amigos cristianos de base al bautizo de una hija y la ceremonia fue tan sencilla, tan auténtica y tan llena de sentimiento, que me emocionó hasta el fondo y me pasé la ceremonia llorando. Algunas instituciones como Cáritas hacen una buena labor social y esto hay que decirlo; claro que sus fondos no provienen sólo de la Iglesia, sino de muchos seglares generosos que prestan su ayuda.

Ahora voy a contar un “milagro” entre comillas, ocurrido esta vez en el seno de la religión budista (en todas partes cuecen habas); un milagro del cual tengo referencias muy directas que me hicieron abrir aún más los ojos sobre estos hechos extraordinarios llamados milagros.

Supongo que todos recordaréis a Osel, el niño-lama alpujarreño. Esto ocurrió a mediados de los 80. Se corrió la voz de que una mujer de Bubión llamada María, había concebido un niño sin intervención de varón y que es niño era la reencarnación de un lama importante, muerto el año anterior en California cuando estaba predicando. Al niño lo llevaron a aun monasterio budista de la India y desde su nacimiento comenzaron las peregrinaciones al templo que esta religión tiene en la Alpujarra, sobre el barranco Poqueira para ver el lugar donde había sucedido el milagro. Aún recuerdo a la madre de Osel en una entrevista que le hizo Canal Sur con toda la parafernalia que el caso requería. Ella juraba y perjuraba que se sintió embarazada sin que varón ninguno la hubiera tomado, como le ocurrió a la virgen María.

Pues bien, la verdad de todo lo ocurrido, la supimos mi hermana y yo poco tiempo después de los hechos “milagrosos” por una señora de Capileira que nos alquiló una casa rural en ese preciosos pueblo y que conocía muy bien a la tal María. Esta mujer estaba casada en Bubión, pero tenía una caterva de hijos, algunos de su marido y otros de diversas relaciones extramatrimoniales, con hombres con los que al parecer, si había tendido estrecho contacto. María se enteró de que en el Monasterio budista buscaban una mujer que cuidara de un monje enfermo. Ella se ofreció y se quedó allí cuidándolo casi en régimen de internado. Al poco tiempo quedó embarazada y parece ser que atendió al monje en todas sus necesidades. ¿Quién inventó el bulo de la reencarnación? Se supone que el monje para dar una explicación al embarazo de María.

La señora Josefa, que era una mujer muy cabal y con la cabeza en su sitio, nos contó también que ella y otras muchas mujeres de por allí, fueron “requisadas” por Canal Sur para aquella magna entrevista a María. Ella y las demás sintieron curiosidad por ver cómo era Canal Sur y accedieron. Nos contaba Josefa que se quedó espantada viendo las proporciones que estaba tomando el bulo y lo importante que se sentía María ante la expectación que despertaba. Como es natural, Josefa no se atrevió a contar la realidad de los hechos porque –me figuro- la habrían fulminado los interesados en que la mentira fuera tomando cuerpo.

Mi hermana y yo, una vez enteradas de la verdad de aquel suceso, hicimos nuestras reflexiones: “¿Cómo creer por ejemplo en las apariciones milagrosas de Fátima o Lourdes o en tantos milagros que cuenta nuestra religión?

Hemos estado en Capileira hace dos meses y hemos sabido que Osel abandonó el budismo y está ahora en Estados Unidos. Parece ser que siempre le pesó una vida monacal austera, unos estudios difíciles y una total falta de libertad.

Para terminar quiero recordar a Campoamor que decía: “No puedo creer en la historia antigua viendo cómo se escribe la moderna”. Yo añado: “No puedo creer en milagros antiguos, viendo cómo se fraguan los modernos”



El milagro

Autora: Rafaela Castro


En casa de Juan y Rosa, un matrimonio joven, las cosas no iban muy bien y con trabajos esporádicos iban saliendo como podían de aquella situación. Tenían dos hijos, Luís y María, de 8 y 10 años. Ellos procuraban que estos niños no fuesen conscientes de la situación precaria por la cual estaban pasando. Rosa procuraba que no faltara un plato de comida en la mesa, igual que algún postres, tales como natilla, uvas, etc… pero con el tiempo aquellos postres iban desapareciendo hasta llegar a perder aquella costumbre.

Un día, al terminar de almorzar, vieron que al contrario que otras muchas veces, el postre en casa había desaparecido, no había nada de nada. Tanto María como Luís, pedían permiso a sus padres normalmente para dar un paseíto por los alrededores de la casita donde vivían. Cuando estaban en la calle, María solía preguntar a Luís:

- ¿Tú crees que veremos a esa señora junto al manzano y  nos dará las manzanas como todos los días?

- Ya verás como sí está. ¡Es tan amable!- respondía Luís.

Ellos nunca habían observado que aquel árbol era inexistente, no existía, y mucho menos la estación del año era la propicia para que el supuesto manzano diera sus frutos, pero nada podría haberlos convencido de lo contrario.

Un día estaban haciendo los deberes, María se quedó mirando un dibujo de un frutero con manzanas y le comentó a Luís que mirara, que eran como las que la señora les daba a diario de postre.  Su madre rosa no pudo evitar oírla:

- ¿Qué estás diciendo María, de qué señora hablas?

- Pues de la que todos los días nos espera junto al manzano y no dice que siempre que vayamos, tendremos una manzana de postre –respondió María.

- Sabéis lo que os digo, que estáis locuelos y del lugar del que habláis solo hay un almendro y además con la navidad a las puertas es imposible que haya frutos de ese tipo –respondió la madre.

Pero los niños estaban seguros de que no mentían y aquello era real.

- Bien –dijo la madre. –¿Y cómo es esa señora?

- Se ve muy simpática y amable y nos dijo que hace mucho tiempo ella también estuvo viviendo por estos contornos y que le sigue teniendo mucho cariño a estas tierras –respondió María.

También le contaron a su madre que la señora les contó que ella elaboraba unas tartas de manzana muy ricas.

- Bueno, puesta a saber –¿Cómo va vestida esa señora? –preguntó la madre.

- Suele llevar una toquilla de lana, el pelo recogido, así, igual que tú y para ser mayor se le ve muy guapa, ¿verdad Luís? –preguntó María.

- Sobre todo buena –respondió Luís.

Rosa sintió la necesidad de coger la foto de su madre que había muerto cuando los niños era pequeñitos. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando recordó a su madre en su lecho de muerte diciéndole que nunca los abandonaría ni a ella ni a los niños. De sus ojos no dejaban de fluir lágrimas. Porque así era, no los había abandonado.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Fue un milagro

Autora: Amalia Conde

En el tiempo que estuve en el colegio de adultos representamos obras de teatro, una de ellas fue Doña Rosita la Soltera, de Federico García Lorca.
 
Haciendo esa función conocí a una señora y amiga extraordinaria, daba igual que el papel que tuviera que hacer fuera grande o pequeño, lo hacía mejor que ninguna. Terminó quedándose con el papel de doncella de Rosita.
 
Esta señora está casada, tiene tres hijos varones y una hija muy especial, no habla, la madre tiene que darle la comida, lavarla y acostarla. Cuando quiere algo, solo da gritos. A pesar de todo, la madre adora a su hija.
 
El papel de esta señora en la obra consistía en demostrar que quería mucho a Rosita dándole la razón en todo lo que hacía. Pero a la tía de Rosita no le gustaba esa forma de educar a su sobrina, y siempre se estaban peleando tía y doncella, hasta el punto que la echaba pegándole, entonces la doncella lloraba a grito pelado porque no quería dejar a Rosita.
 
Esta señora, amiga mía, no sabía que su hija y el marido estaban en el teatro viendo la obra. La hija empezó a sollozar cuando vio llorar a la madre, y que le pegaban, entonces el padre quiso sacar a su hija del teatro pero no podía porque ella quería ir adonde estaba la madre, de buenas a primeras, los gemidos de la hija se fueron pareciendo a palabras que decían algo así como ¡ma! ¡ma! ¡ma! ...
 
Ese es el milagro. No ha hablado nada más. Ya tiene treinta y ocho años.