sábado, 10 de noviembre de 2012

Vidas anónimas

Autora: Pilar Sanjuán Nájera


Hace días, me senté en un parque y cerca de mí, tomaron asiento tres personas: un matrimonio mayor y un jovencito que a juzgar por las muestras de cariño que le prodigaban, supuse que sería nieto. El marido llevaba en la mano uno de esos sobres grandes que dan en los hospitales para guardar radiografías. Estuve un rato observándolos y de pronto pensé: ¿No pueden ser estos los personajes sobre los cuales he de construir una historia? Y he aquí lo que se me ocurrió:

"Carmen y Marcelino son un matrimonio de setenta y cuatro y ochenta años respectivamente, que viven en Otura desde hace treinta y cuatro, cuando volvieron de Francia. Se fueron allí a trabajar en los años sesenta desde un pueblecito de La Alpujarra. Permanecieron quince años en los suburbios de París, trabajando y ahorrando como tantos miles de españoles acuciados por la necesidad.

Carmen es de carácter apacible, callada y trabajadora, de manos suaves, nunca se enfada, nunca levanta la voz. Vive entregada a los suyos, lo ha hecho desde pequeña. A sus setenta y cuatro años, aún conserva vestigios de su belleza juvenil, en su pelo lustroso con pocas canas y en la suavidad de sus mejilla, que milagrosamente, no tienen demasiadas arrugas. Son sus ojos, de mirada triste, los que delatan una vida con más penalidades que momentos felices. De Francia se trajo, además de una artrosis por el frío pasado, unas varices en las piernas por tantas horas de pie, lavando en la pila ropa de siete personas.

Marcelino tiene un carácter muy distinto: es vivaracho, inquieto, hablador y un poco atolondrado, Tal vez por ser tan distintos, su matrimonio ha durado más de cincuenta años. Quiere a su mujer, pero de manera un poco ruda; le da vergüenza mostrar su cariño con arrumacos, se lo muestra más bien con hechos. Ella también lo quiero,  pero de manera sosegada, como es su carácter.

En los primeros años sesenta, Marcelino se fue solo a Francia a buscar trabajo dejando en el pueblo a Carmen, muy joven ala cargo de dos hijos de corta edad. Su padre viudo y dos hermanos solteros mayores que ella, pero incapaces de vivir solos desde que murió la madre.

Marcelino, al principio, no tuvo mucha suerte en Francia. Encontró un trabajo precario que no le daba más que para pagar una mala pensión sin poder ahorrar nada. Así aguantó tres meses. En la pensión, los fines de semana tenían la costumbre de hacer unos jueguecitos, parece ser muy normales en la Francia de aquella época y en casa de huéspedes que llamaban “el magreo”. Consistían en que las criadas, en plan condescendiente, se dejaban tocar y dar achuchones, pero sin llegar a más. Marcelino tomaba parte en estos juegos, pero como español y andaluz, tenía la sangre caliente y se disparaba, queriendo llegar a mayores, cosa que no estaba permitida, así que se quedaba desazonado, nervioso y de mal humor. Comprendió que necesitaba a Carmen a su lado y se puso a buscar con ahínco un trabajo mejor y además, otros para su suegro y sus cuñados. Encontró, afortunadamente lo que quería en una fábrica de coches. Mandó dinero a su familia para el viaje, buscó alojamiento para todos y en una semana estaban alojados en una casa incómoda pero barata. En la misma casa vivían otras dos familias españolas y la compañía de estos compatriotas, alegró a Carmen, que veía una gran problema en el idioma. La casa sólo tenía un servicio en el pasillo para todos los vecinos y una sola pila para lavar la ropa. Había grandes colas para acceder a ella. Además estaba casi a la intemperie y pasaban mucho frío lavando.Tuvieron que acomodarse los siete en tres dormitorios; el salón era pequeño y la mesa insuficiente; tenían que sentarse de lado, pero lo peor para Carmen era la cocina, pequeñísima y con poca luz.

Los niños, María y Carlos fueron escolarizados sin problemas. Los cuatro hombres comenzaron a trabajar de inmediato y Carmen, como siempre, era la más sacrificada, teniendo que hacer las compras sin conocer el idioma, poniendo orden en una casa pequeña sin saber dónde colocar la ropa de siete personas, haciendo la comida en aquella incómoda cocina, etc, etc, pero se guardaba bien de quejarse. Cuando acudían todos a la hora de la comida, los recibía con buen semblante. ¿Para qué aumentar las penurias de aquella vida tan poco gratificante?

Pasados quince años, y con ahorros que creyeron suficientes, volvieron a España. Marcelino compró en  Otura un terrenito y con sus conocimientos de albañilería construyó una casa grande, cómoda y sencilla, con una cocina espaciosa y bien iluminada que hiciera olvidar a su mujer la de Francia; el salón amplio y con grandes ventanales, cuatro dormitorios porque sabía que sus hijos se casarían y vendrían con los nietos a visitarlos. También se hizo un huerto y a a la entrada de la casa, dejó un espacio para jardín donde Carmen pudiera tener flores y plantas a su gusto. Con ventanas y puertas acristaladas que le daban los vecinos, le hizo a su mujer una especie de invernadero que ella llenó de macetas con flores dedicadas. Pero lo que más entusiasmó a Carmen fue un horno de leña que Marcelino le construyó detrás de la casa, al abrigo de los vientos. Ella hace allí pan, bizcochos y asados cuando va la familia. A veces, está trajinando junto al horno, con las mejillas arreboladas y su marido, en cuyo corazón aún quedan rescoldos de tiempos pasados quiere pellizcarla. Ella huye hacia la casa diciendo: ¡Quita, quita….!

Han pasados los años. Carmen y Marcelino se sientan en el salón frente a la chimenea y rememoran las penalidades, trabajos y fatigas de lo que ha sido su vida. Les parece mentira haber llegados hasta este momento de sosiego. El gobierno de Francia le envía a Marcelino una paga de jubilado muy aceptable, por los servicios prestados, con menos cicaterías que las que dan en España. El huerto les ayuda con los productos que cosechan y aunque ambos se resienten físicamente de algunas dolencias, el presente es bastante optimista."

La vida de Carmen y Marcelino es idéntica a otras miles de vidas de lucha, entrega y sacrificio; vidas anónimas pero heroicas, nunca han tenido un momento de gloria y, sin embargo, sus merecimientos son muy superiores a los de los ronaldos, alonsos, nadales o pedrosas. Yo quiero ofrecerles con este humilde escrito, un reconocimiento, un testimonio de respeto y admiración.




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