viernes, 9 de noviembre de 2012

¿Será María?

Autora: Rafaela Castro

Por mis achaques –que son más de los que quisiera tener- voy con mucha frecuencia al médico y, la verdad, aunque me cuesta reconocerlo soy de las que, si fuera muda, reventaba: cuando no hablo con una lo hago con otra, y con eso e que este barrio, de vista, como que nos suena todo el mundo.

Aunque es cierto que hablo, también soy de las que observo. Llevo algún tiempo coincidiendo en las consultas médicas con una señora mayor. Yo le echo unos setenta y tantos año. Una de las ocasiones en las que hablamos, ella me dijo que tenía cinco hijos, pero que por las circunstancias laborales estaban todos fuera de Granada Hacia años que vivía sola porque era viuda.

Llevo unas semanas en las que María no se me va del pensamiento. Me he fijado que siempre dice que tiene uno de los últimos números de la consulta. Son pocas las veces en las que la he visto entrar al médico.

¿Saben por qué pienso tanto en ella? Pues es porque hace unos días vi un reportaje en la televisión en el que hablaban de hombres y mujeres de este país nuestro que se llama España: contaban que después de estar toda una vida trabajando y luchando por salir adelante, no sobrepasaban apenas los 400 euros de pensión.

Estos mayores son los que están en silencio, viendo pasar los días, y son los que se sientan en las salas de espera de las consultas para estar calentitos y sentirse acompañados. Son de los que, a veces, compran un pollo y hacen milagros con él, haciendo que les dure toda una semana. O piden unos caparazones para “el perro o el gatito”, aunque lo mismo ni existen y es para hacer ellos y ellas una sopica.

También suelen tener una vecina muy “apañá” que les suele arreglar la ropa para meterle cuando le está grande, o sacarle cuando se ha quedado pequeña, aunque para lo que comen más bien tienen que meterle.

Habrá quien diga ¿y los hijos, qué? Pero es que, en muchas ocasiones, los hijos los ignoran. Tal vez porque se sientan avergonzados de tener que reconocer la situación de sus padres, y prefieren callar y mirar para otro lado, y que la gente no lo sepa. Esto me recuerda a muchas mujeres maltratadas, que suelen decir que “mi marido es rarillo, pero en el fondo es bueno”. Hay que tapar: está la vergüenza y la conformidad con lo que les pasa, que tiene que ser así, que siempre hubo ricos y pobres, y gente más feliz y otra menos. Este tipo de actitudes de conformismo es la que me matan.

Vergüenza deberían sentir, pero no las víctimas, sino nuestra propia administración, que consiente que haya sueldos desmesurados para los gobernantes, antes, durante y después del mandato y que tantos españoles estemos trabajando –muchos desde niños, y que ahora, en la vejez estemos malviviendo.

Bueno, también te dicen que están los albergues públicos gratis, o que cuestan poco dinero. Y yo me pregunto ¿por qué tiene que salir de su casa una persona mayor para llenar el estómago? Con lo “agustico” que se está en la casa de uno, tranquilo y viendo la tele.

Yo no entiendo de leyes, pero sí de dignidad, derechos y obligaciones, y si tienen que reformar las leyes pues ¡que lo hagan! Credo que un país que cuida a sus mayores tiene una sociedad más próspera, con más futuro.

Vuelvo a María, y me pregunto: ¿Será María la que se va a las consultas de los médicos para estar calentita y ahorrarse el brasero? ¿Será María la que cuando ve a sus hijos les dice “Por mí no os preocupéis, que yo estoy muy “agustico”? Y encima junta unos euros y se los da a sus nietos para que compren chucherías.

¡Dios! me pregunto…… ¿Será María?

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