viernes, 15 de junio de 2012

Mi viejo olivo

Autora: Rafaela Castro

A lo largo de mi vida nunca había reparado ni me había fijado en ti, hasta que una maldita tormenta dejó tus raíces al descubierto, pensé que te deberías sentir como avergonzado y dolido. Avergonzado porque fue como arrancarte tus vestiduras a la fuerza, esa tierra tan querida para ti y que te cubrió durante tantos años. Dolido también, porque tú no dejas de darnos ese fruto que decimos apreciar tanto, tus aceitunas, como tu aceite.

Tú estás ahí presente, callado, pacífico y ¡hala! de pronto un bombardeo de agua y granizos que al pronto te hacen pensar: “Si yo no he hecho daño a nadie, soy neutral. A todos beneficio con mi cosecha. Pero la naturaleza es así, de vez en cuando nos recuerda que estamos en sus manos, e igual puede ser maravillosa que implacable. Puede dejar de dar jugo que es el agua y la vida o desprender sequedad y fuego hasta asfixiarnos.

Querido olivo por ti siento como una mezcla de admiración y envidia, porque a pesar de tu vejez tú sigues siendo fértil y privilegiado. Cuántos suspiros y requiebros de enamorados habrás escuchado a lo largo de tu vida debajo de tus ramas cuando recogían tu cosecha; también te habrás sonreído de vez en cuando porque habrás escuchado más de un chismecillo  que otro, con más o menos intenciones.

Eres la cuna y el remanso de muchos pajarillos que se refugian en tí para apaciguar su frío y su cansancio. Quizás estos seres son los que más te agradan por los trinos que salen de sus gargantas, pues parece que te están agradeciendo tu hospitalidad.

También sé que te tienes que sentir muy desgraciado cuando algún inconsciente decide utilizar tus ramas para dejas de existir, seguro que en ese momento  hubieses querido dejar de ser olivo y convertirte en roca.

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