viernes, 15 de junio de 2012

Los árboles

Autora: Pilar Sanjuán Nájera


Solamente hablar de árboles, ya me produce placer. Siento por ellos verdadero entusiasmo y cuando veo cortar alguno, me entristezco, me parece un crimen.

En una casa de campo que tengo en Úbeda, lo más bonito son los árboles que la rodean, pues la cas es sencilla y modesta.

Desde la verja de entrada hasta la vivienda hay un camino de unos cien metros en el que sembré árboles a derecha e izquierda; de eso hace ya bastantes años, así que han crecido y se han hecho enormes; por algunos sitios, entrelazan sus ramas sombreando el camino.

En la parte izquierda, el primer árbol es una acacia y luego dos higueras, una palmerita, una gran moreda, un olmo altísimo y frondoso (luego hablaré de él), un caqui, un cerezo, dos altas acacias y una noguera que ya va tomando envergadura.

En la parte derecha, tengo dos perales, dos nísperos, un cerezo, un ciruelo y dos acacias. Más a la derecha está el huerto, que además de variadas hortalizas, cuenta con un almendro, otro níspero y  otra acacia. El hortelano que me lo cuida no quiere que el huerto se planten más árboles porque las hortalizas necesitan mucho sol para crecer.

Al fondo del camino, en el lado izquierdo  y ya frente a la casa, tenemos tres sombrajos para los coches, dos están cubiertos de yedra tupidísima y el tercero tiene encima una parra cuyos pámpanos no dejan pasar casi la luz. En otoño se llenan de racimos colgante de una uvas negras verdaderamente sabrosas.

Entre los árboles, hay varios arbustos que casi han alcanzado la categoría de árboles. Lilos, celindos, adelfas, romeros y rosales.

El olmo que he mencionado es el rey de los árboles del huerto. Llama la atención por su altura y e3spesor; en la parte de abajo, las ramas se inclinan hasta el suelo y forman una especie de cueva verde con un miniclima delicioso, haya en este sitio privilegiado diez grados menos de temperatura que fuera de él. He colocado un sofá viejo y en él nos sentamos a leer o a charlar sin notar el calor sofocante del verano ubetense. Las acacias que están junto al nogal, cerca ya de la entrada de la casa, se han hecho tan frondosas, que también aprovechamos su sombra por el día y su frescor por la noche, hemos colocado una mesa y varias sillas y allí comemos y cenamos.

En el recinto donde está la cas, tenemos también un laurel inmenso injertado en canela, dos perales, un caqui, un granado (para que me recordase a esta ciudad) y un olivo.

La gente que pasa por la carreterita donde está la verja, si ésta se queda abierta por descuido, entra a coger higos y peras; en primavera, los niños que crían gusanos de seda, tienen en la morera la comida asegurada y nos dejan peladas las ramas más bajas.

Hace unos días he estado en Úbeda y he podido hacerles una visita a esos árboles tan queridos.

¡Ah! olvidaba decir que hay una familia de lagartos que desde hace años salen a tomar el sol a unas piedras que hay bajo los perales y ya apenas se asustan si nos ven; más nos asustamos nosotros, porque su considerable tamaño aún nos causa repeluzno.

Las tierras que rodean mi casa de campo son eriales; están baldías y abandonadas; eso hace que mis árboles destaquen y formen como un oasis de verdor.

Creo que soy una privilegiada por gozar de su belleza y de su sombra acogedora.




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