viernes, 15 de junio de 2012

La hoja de roble

Autora: Carmen Sánchez Pasadas

Increíble. ¿Cómo era posible que una hoja de roble seca se hallara intacta entre las páginas del manuscrito que estaba en sus manos?

Era Ramón el que se hacía esta pregunta. Trabajaba en la Biblioteca Nacional desde hacía varios años y había tenido oportunidad de contemplar algún tesoro bibliográfico, pero el que ahora tenía ante sí era realmente asombroso. Se trataba de un Códice medieval del siglo XVI, que recopilaba Autos de Fe emprendidos por la Inquisición en territorio castellano. El texto escrito con una caligrafía impecable narraba los procesos llevados a cabo por herejía, detallando fechas, testimonios, tormentos a los que eran sometidos los reos y finalmente la condena, que en la mayoría de los casos significaba la hoguera. Además iba acompañado de grabados muy valiosos por los detalles que mostraban. Pero lo que verdaderamente llamó la atención del bibliotecario fue el legajo que había a continuación, separado del resto del documento por la hoja de roble. Se advertía sin dificultad que los pliegos añadidos tenían un gramaje menor, la textura, grosor y tono más ocre del papel indicaban una calidad inferior. Se apreciaba también que estas páginas se habían cosido al resto del tomo con posterioridad y cabía pensar que no formaban parte inicialmente del Códice. Sin embargo, parecía que el copista-ilustrador era el mismo porque mantenía idéntico estilo.

En la carátula del documento adjunto aparecía un grabado y al pie de éste la leyenda: “Villa de Tudela de Duero, año de 1545”. El título estaba en la página siguiente y decía así: Hechos acaecidos en la Villa de Tudela. El Escribano General del Santo Oficio relataba como el Alto Tribunal se había trasladado a la Villa para esclarecer los hechos acontecidos, tras recibir de D. Alonso de Villabáñez una denuncia por brujería contra Ela García. Se la acusaba de haber provocado la muerte de Dña. Ana de la Cruz, esposa de D. Alonso, durante el parto. Otros testigos declararon que la susodicha era bruja y la habían visto maldecir a Tudela y sus vecinos, y tras esto, afirmaban, el Duero se agotó y una gran sequía devastó los campos. Otros declarantes confirmaron que la habían visto entre infectados y moribundos cuando la peste asoló la población, pero ella nunca enfermó.

A la Audiencia llegaron otros testimonios, pero fueron ocultados y sus defensores acusados y encarcelados por herejía. Accidentalmente el Escribano encontró esos textos y los registró. Así descubrió que Ela García vivía junto a un robledal en una aldea próxima a Tudela. Era conocedora de remedios para los males del cuerpo y el alma y se afanaba en recolectar plantas sanadoras que luego suministraba mediante pócimas y ungüentos. Con frecuencia era requerida para curar heridas, tratar torceduras o asistir a parturientas. Era compasiva con los débiles, pero al mismo tiempo su carácter indómito la mantenía alejada del sometimiento de cualquier hombre. Vivía sola y esto unido a su atractivo hacía que las demás mujeres la repudiaran tanto como la estimaban quienes la conocían. Cuando aún no había perdido la juventud, dio a luz a su hija Sara, que desde entonces siempre la acompañó. Nadie sabía con certeza quien era el padre, pero en el pueblo se comentaba que la muchacha había pasado mucho tiempo atendiendo de fiebres a la mujer del alguacil, hasta que sanó.

En otra declaración afirmaban que la curandera se desvivió atendiendo a los enfermos cuando la epidemia de peste arrasó la comarca y sólo habían oído a la mujer maldecir a la vida misma, cuando su hija también enfermó, pero no con maledicencia como algunos habían asegurado, sino con desesperación. Pero aquellos que perdieron a alguien, no perdonaron que la hija sanase. Otro documento recogía el manifiesto de una sirvienta de la casa de Villabáñez. En él aseveraba que Dña. Ana tenía una salud delicada y la preñez la había obligado a permanecer postrada sin encontrar remedio que la aliviara. Llegado el momento del parto, y viéndose extenuada, la señora solicitó la presencia de Ela, pues su oficio era conocido. Pese a la presteza de la sanadora, poco pudo hacer pues la criatura venía mal y la parturienta se encontraba demasiado débil, falleciendo ambos momentos después. D. Alonso loco de ira maldijo a la curandera, acusándola de hechicera ante el Santo Oficio.

Ela sabía que no podría eludir la hoguera, pero tenía que salvar a su hija. La niña aunque asustada siguió las instrucciones de la madre y se adentró en el robledal, donde nadie podría encontrarla. Ella por su parte, fue juzgada y condenada y cuando se dirigía hacia la plaza para su ejecución, la compasión del alguacil permitió que escapara. El robledal nuevamente había sido su refugio y desde aquel día nadie había vuelto a ver a madre e hija.

El cronista añadía que este suceso probablemente fue el inicio de una leyenda que corría por Tudela, en la que se hablaba de un robledal encantado, donde podía oírse una risa infantil.

Finalizado el texto, Ramón el bibliotecario, contempla absorto la última ilustración. Antes sus ojos surge un robledal espeso bordeado por un río y otra vez entre las páginas aparece una pequeña hoja de roble.

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