miércoles, 9 de mayo de 2012

Un poco de humor en lo cotidiano

Autora: Pilar Sanjuán Nájera

Esto que voy a contar es auténtico. Sucedió hace unos meses en Granada:

“Tomé un autobús en mi barrio para ir al centro y al rato entró en él un hombre rubio, como de unos cuarenta y cinco años, mastodóntico y con aspecto imponente, lo que aquí en España llamamos “un armario”, pero éste con tres cuerpos lo menos, bien cumplidos. Después de varios intentos y con cierto trabajo, consiguió sentares porque sus posaderas excedían con creces las dimensiones de asiento y le costó llegar hasta el fondo. A las pocas paradas, se levantó y se acercó a la puerta de salida, agarrándose a la barra pero sin tocar el timbre. _Como nadie pidió salir y tampoco había viajeros en la próxima parada, el conductor siguió adelante. Cuando el extranjero –pues bien claro se veía por sus aspecto que lo era- vio que el autobús no paraba, se puso a gritar en su idioma palabras que no entendíamos, pero que por su actitud y sus gesto airados, comprendimos que no eran amables precisamente. Las dirigía a la cabina del conductor. Este siguió impertérrito y el hombre-armario cada vez más irritado y ya amenazante, de fue acercando al conductor y le hizo señas de que parase el autobús. A todo esto, seguía sin tocar el timbre. El conductor, protegido como estaba entre cristales, que suponemos dobles y aún triples, no dio señales de amedrentarse y siguió su ruta con la mirada al frente, como si todo aquel barullo no tuviera nada que ver con él. El energúmeno, fuera de sí y echando chispas, la emprendió a puñadas contra los cristales mirando al conductor con ojos de loco y la cara rubicunda, Ninguna de estas furiosas manifestaciones conmovieron al impasible conductor. En esto llegó el autobús a una parada y la puerta se abrió. El enfadadísimo seños no hizo además de bajarse, por el contrario, siguió aporreando con más fuerza los cristales. Los viajeros que subían, miraban atemorizados al iracundo, picaban sus billetes y huían despavoridos al fondo del autobús. Todos estábamos bastante soliviantados, porque aquella furia viviente se estaba convirtiendo en un verdadero peligro. Lo que más de sacaba de quicio era la actitud impasible del conductor.

El Conductor cerró las puertas y siguió como si nada ocurriera. Entonces, el enojadísimo turista, se abrazó con todas sus fuerzas a esa especie de columna metálica donde está el dispositivo de picar lo billetes y emulando a Sansón lo arrancó de cuajo, separándolo del suelo, con idea de lanzarlo contra los cristales de la cabina. En ese momento, el autobús llegó a otra parada, se abrieron las puertas y el energúmeno, que estuvo a punto de sufrir un infarto a juzgar por su cara tumefacta, creyó cumplida su venganza y salió vociferando. Los viajeros que iban a entrar, al ver aquella especie de “Ángel Exterminador” de echaron atrás para dejarle paso. El, calle abajo, aún se volvió varias veces haciendo gestos iracundos. De toda esta escena, que tuvo mucho de apocalíptica y bastante de surrealista, lo que más me impactó fue lo imperturbable que permaneció el conductor. ¿Cómo es posible que su cara no delatara ni una emoción, ni un atisbo de nerviosismo? ¿Los prepara la Rover para sus incursiones en el barrio de Almanjáyar?

No hay comentarios:

Publicar un comentario