jueves, 10 de mayo de 2012

Remedio casero

Autora: Rafaela Castro Lucena

Corrían los años 50. Yo tendría entonces unos siete años. Era propensa al dolor de oídos.

A mi madre le habían dicho que si había una persona que diera el pecho a su hijo, con unas gotas de leche en el oído se calmaba el dolor.  Alguien le dijo también que metiendo un trocito de  tocino en el oído iría soltando la grasilla y el dolor desaparecería. Mi madre se decantó por esto último.

Tenía una paletilla empezada y le vino muy bien. Me introdujo el tocino y me dio que me estuviera muy quietecita. No sé si fue sicológico o que verdaderamente me hizo efecto, el caso es que me quedé dormida. Cuando desperté aún no era de día, yo solo me acordé del dolor no del remedio que me aplicó, me llevé la mano al sitio dolorido. Entonces noté como un trozo de carne que se estaba desprendiendo. Me puse a gritar como una loca: – ¡mamá  corre, ven! Con razón me dolía, si tengo la oreja colgando, casi la tengo en la mano.


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