sábado, 12 de mayo de 2012

Llámeme señor Gil por favor

Autora: Carmen Sánchez Pasadas

Siempre he creído en el destino y cuando les cuente mi historia estarán de acuerdo conmigo. Mi vida la decidieron mucho antes de nacer yo, cuando mis padres se conocieron. Hasta aquí les parecerá normal, pero hay un detalle que determinará el resto de la narración, mi padre se apellidaba Gil y mi madre Puertas, si suman comprenderán la tragedia que se cernía sobre mí aún antes de nacer. Para más infortunio fui el mayor de dos hermanos, por lo que me correspondió el “honor” de recibir el nombre de mi abuelo y que no era otro que Agapito.

Cuando apenas levantaba un palmo, los demás niños me llamaban “Agapito cara pito”, después cuando ni siquiera había asimilado el significado de mis apellidos,  me identificaba ya con ellos. Recuerdo que el día antes de hacer la Primera Comunión, cogí sin permiso la bicicleta de mi hermano, con la prisa para que no me pillaran, salí a toda velocidad calle abajo, con la mala suerte de tropezarme con un enorme bache y dada mi inexperiencia paré el poco asfalto que cubría la calzada con mis dientes. Todavía me acuerdo del enfado de mi madre cuando llegué a casa, aparte del susto que le dí porque iba con la cara magullada y un diente menos, me dijo “¡Agapito¿ eres tonto o qué?!”, a lo que yo contesté muy serio “no, soy Gil y Puertas”. En otra ocasión, creo que era incluso más pequeño, en esa época en que nos dedicamos a patear  todo lo que nos encontramos en la calle, se me ocurrió darle una patada a la caca de un perro para tirársela a mi hermano que iba delante, pero para mi desdicha estaba “fresca” y lo único que conseguí fue que se me pegara a la sandalia y a los dedos del pie que los llevaba descubiertos. Rápidamente sacudí el pie para deshacerme de ella, pero los resultados fueron más humillantes porque me salpicó a la cara y la ropa. Mi hermano que presenció todo el proceso empezó a reírse a carcajadas diciéndome “Agapito cara pito”, y por entonces yo que estaba muy dolido con mi nombre y esa coletilla le dije “no soy Agapito, soy Gil y Puertas”.

Durante el instituto fue todavía peor, en el momento que los profesores pasaban lista en clase, al principio leían mi nombre completo, pero al ver la guasa que generaba entre los alumnos sólo decían mi primer apellido. ¡Claro que siempre había algún bromista que coreaba el segundo!

Creo que mi timidez la desarrollé en aquella etapa, cuando intentar hablar con chicas era un suplicio, a pesar de todo yo intentaba ligar con alguna, pero continuamente aparecía algún miserable que voceaba mi nombre y apellidos y la chica en cuestión se moría de risa.

Realmente el bochorno de oír mis apellidos y la guasa respectiva me han acompañado toda la vida. Imaginen el día del examen de Selectividad con toda la Facultad abarrotada de estudiantes y el profesor entonando, porque estoy seguro que puso especial empeño en que se le oyera alto y claro “Gil y Puertas, Agapito”, además estoy seguro que la “y” intermedia la pone todo el mundo inconscientemente o no. Y ahí me tienen a mí, rojo como la grana, mirando al suelo y haciendo el paseíllo hasta mi mesa de examen.

Por otro lado, calculen quien era el recluta más popular cuando estaba en el servicio militar. Juraría que los cabos de las otras compañías envidiaban al mío cada vez que me nombraba, porque éste subía el tono de voz dos escalas por lo menos. Por más que intentara pasar desapercibido todo el campamento me conocía.

Pero la última afrenta la sufrí recientemente, mi mujer y yo íbamos a tomar un avión y ella se entretuvo en el baño, por lo que no estábamos esperando en la puerta de embarque. Puedo asegurar que no habían pasado ni dos minutos de la hora prevista y ya estaba la “diligente” azafata llamándome por megafonía, y por supuesto no se limitó a decir sólo el primer apellido como es habitual en estos casos ¡nooo!, como cabía esperar la “buena” señora no tuvo pudor para decir bien alto “Señor Gil y Puertas, por favor acuda a la Puerta de embarque número 7”.

En fin, que más les voy a contar para que me comprendan, llegado a esta altura de mi vida, me he resignado. Aunque tengo claro que esta desgracia no la sufrirá mi hijo cuando nazca, por supuesto no se llamará Agapito y para alivio nuestro, el de mi mujer y mío, ella se apellida Fuertes, así que Gil Fuertes no suena mal. Mi esposa y yo  nos entendemos muy bien. ¡Ah! Se me olvidaba, no les he contado que ella se llama  Dolores Fuertes del Pulgar.



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