Siempre he creído
en el destino y cuando les cuente mi historia estarán de acuerdo conmigo. Mi
vida la decidieron mucho antes de nacer yo, cuando mis padres se conocieron.
Hasta aquí les parecerá normal, pero hay un detalle que determinará el resto de
la narración, mi padre se apellidaba Gil y
mi madre Puertas, si suman
comprenderán la tragedia que se cernía sobre mí aún antes de nacer. Para más
infortunio fui el mayor de dos hermanos, por lo que me correspondió el “honor”
de recibir el nombre de mi abuelo y que no era otro que Agapito.
Cuando apenas
levantaba un palmo, los demás niños me llamaban “Agapito cara pito”, después cuando ni siquiera había asimilado el
significado de mis apellidos, me
identificaba ya con ellos. Recuerdo que el día antes de hacer la Primera Comunión ,
cogí sin permiso la bicicleta de mi hermano, con la prisa para que no me
pillaran, salí a toda velocidad calle abajo, con la mala suerte de tropezarme
con un enorme bache y dada mi inexperiencia paré el poco asfalto que cubría la
calzada con mis dientes. Todavía me acuerdo del enfado de mi madre cuando
llegué a casa, aparte del susto que le dí porque iba con la cara magullada y un
diente menos, me dijo “¡Agapito¿ eres tonto
o qué?!”, a lo que yo contesté muy serio “no, soy Gil y Puertas”. En otra ocasión, creo que era incluso más
pequeño, en esa época en que nos dedicamos a patear todo lo que nos encontramos en la calle, se
me ocurrió darle una patada a la caca de un perro para tirársela a mi hermano
que iba delante, pero para mi desdicha estaba “fresca” y lo único que conseguí
fue que se me pegara a la sandalia y a los dedos del pie que los llevaba
descubiertos. Rápidamente sacudí el pie para deshacerme de ella, pero los
resultados fueron más humillantes porque me salpicó a la cara y la ropa. Mi hermano que
presenció todo el proceso empezó a reírse a carcajadas diciéndome “Agapito cara pito”, y por entonces yo que
estaba muy dolido con mi nombre y esa coletilla le dije “no soy Agapito, soy Gil y Puertas”.
Durante el
instituto fue todavía peor, en el momento que los profesores pasaban lista en
clase, al principio leían mi nombre completo, pero al ver la guasa que generaba
entre los alumnos sólo decían mi primer apellido. ¡Claro que siempre había
algún bromista que coreaba el segundo!
Creo que mi timidez
la desarrollé en aquella etapa, cuando intentar hablar con chicas era un
suplicio, a pesar de todo yo intentaba ligar con alguna, pero continuamente
aparecía algún miserable que voceaba mi nombre y apellidos y la chica en
cuestión se moría de risa.
Realmente el
bochorno de oír mis apellidos y la guasa respectiva me han acompañado toda la vida. Imaginen el
día del examen de Selectividad con toda la Facultad abarrotada de estudiantes y
el profesor entonando, porque estoy seguro que puso especial empeño en que se
le oyera alto y claro “Gil y Puertas,
Agapito”, además estoy seguro que la “y”
intermedia la pone todo el mundo inconscientemente o no. Y ahí me tienen a
mí, rojo como la grana, mirando al suelo y haciendo el paseíllo hasta mi mesa
de examen.
Por otro lado,
calculen quien era el recluta más popular cuando estaba en el servicio militar.
Juraría que los cabos de las otras compañías envidiaban al mío cada vez que me
nombraba, porque éste subía el tono de voz dos escalas por lo menos. Por más
que intentara pasar desapercibido todo el campamento me conocía.
Pero la última
afrenta la sufrí recientemente, mi mujer y yo íbamos a tomar un avión y ella se
entretuvo en el baño, por lo que no estábamos esperando en la puerta de
embarque. Puedo asegurar que no habían pasado ni dos minutos de la hora
prevista y ya estaba la “diligente” azafata llamándome por megafonía, y por
supuesto no se limitó a decir sólo el primer apellido como es habitual en estos
casos ¡nooo!, como cabía esperar la “buena” señora no tuvo pudor para decir
bien alto “Señor Gil y Puertas, por favor
acuda a la Puerta de embarque número 7” .
En fin, que más les
voy a contar para que me comprendan, llegado a esta altura de mi vida, me he
resignado. Aunque tengo claro que esta desgracia no la sufrirá mi hijo cuando
nazca, por supuesto no se llamará Agapito
y para alivio nuestro, el de mi mujer y mío, ella se apellida Fuertes, así que Gil Fuertes no suena
mal. Mi esposa y yo nos entendemos muy
bien. ¡Ah! Se me olvidaba, no les he contado que ella se llama Dolores
Fuertes del Pulgar.
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