viernes, 11 de mayo de 2012

El asesinato anhelado

Autor: Antonio Cobos

Las lamentaciones de madre e hijo no afectaron a nuestro personaje, que dibujaba una malévola sonrisa de satisfacción tras el anhelado asesinato que finalmente había perpetrado. Pero retrocedamos en el tiempo y vayamos al principio de aquel sábado de mayo.

Tras una semana de ajetreos, por fin llegó el fin de semana. Amaneció un día claro y luminoso con una temperatura deliciosa. Fresco por la mañana y un poco de calor al mediodía. Un día perfecto para una persona como Roberto. Un día para no hacer nada. Además, después de comer, Sara y Luís se marcharían y él se quedaría como amo y señor de la casa. Toda la casa para él solo. Podría ver una película tres veces, como a él le gustaba, para poder decir “así me salió más barata”.

Luís había sido invitado a un cumpleaños y Sara aprovecharía, después de dejarlo en casa de su amigo, para irse de compras o para dar una vuelta por la casa de su madre, lo decidiría sobre la marcha. Incluso, quizás podría hacer las dos cosas.

La mañana transcurrió serena, sin incidencias de importancia y hacia las cuatro y media de la tarde Sara y Luís salían arreglados en el coche familiar. Luís llevaba el regalo para su amigo y Sara se había acicalado un poco más que de costumbre, por si se encontraba con las otras madres en la fiesta, o con algún padre.

Roberto se disponía a acercarse al videoclub del barrio a buscar una película, cuando se encontró a sí mismo en el espejo de la entrada. Como otras veces, cuando estaba solo, hablaba consigo mismo mirándose al espejo, pues así se entendía mejor. Y fue su imagen en el espejo la que le preguntó que a dónde iba, y le dijo que no pensaba en nadie más que en él, y le sugirió que podría prepararle un pastel o alguna sorpresa a Luís cuando volviera. Al principio no le sentó bien la idea que le proponía su imagen, pero al poco tiempo estaba sonriendo y le agradeció la sugerencia. Pensó en hacer una gran tarta de merengue, como las que le gustaban a él, pero su imagen le volvió a recordar que a Luís no le gustaba el merengue sino el chocolate. Pues bien, prepararía un brownie, un pastel de chocolate. Se despidió de sí mismo, se marchó de delante del espejo volviéndose a asomarse por una esquina para ver si su imagen aún estaba allí. Efectivamente su imagen se asomó por el mismo sitio. Siempre habían sido como dos gotas de agua. Bueno una vez no fue así, pero eso es otra historia.

Decidido a fabricar un morenito de chocolate acudió a Internet para buscar una receta, comprobó que tenía los ingredientes y se colocó el delantal de la cocina para afrontar su tarea. Colocó todos los ingredientes encima del mármol de la cocina y los dispuso en orden como si estuvieran desfilando: mantequilla, chocolate, huevos, azúcar, harina, nueces.

Puso el paquete de mantequilla en un cuenco y lo metió en el microondas, una vez derretido le añadió una tableta de chocolate para fundir, batió cuatro huevos y les añadió un vaso de los de agua lleno de azúcar. Lo mezcló, vertió el chocolate con la mantequilla y lo volvió a mezclar todo muy bien, añadió la harina y luego las nueces.

Cuando estaba decidido a meterlo en el horno, se dio cuenta de que no lo había precalentado. Lo puso a 180 grados y esperó mirando. Cansado de mirar, abrió la puerta de la terraza y salió a mirar la calle. Volvió y se concentró de nuevo ante la puerta del horno a esperar que alcanzase la temperatura programada. Cuando el termostato saltó, vertió la masa en una fuente de cristal y en ese momento, un moscardón le pegó una pasada rasante a la masa del brownie y giró dos o tres veces alrededor de la cabeza de Roberto. Éste se deshizo en manotazos al aire pero el kamikaze maniobró y se coló hacia el interior de la casa. Miró a la puerta de la terraza y fue consciente de por donde vino la invasión. Cerró la puerta para impedir a huida al enemigo y casi se olvida del brownie. Pero no fue así, metió el brownie en el horno y se armó con un periódico hecho un rollo.

Una vez armado, se fue desplegando por la casa, escudriñando cada rincón y cada cortina, cada ventana. De vez en cuando hacía remolinos en el aire con su espada de papel para que el cobarde enemigo levantara el vuelo si es que estaba agazapado en algún recóndito escondite. Cogió un cojín como si de un escudo se tratase y también lo blandía en el aire para incitar a su presa a salir del escondrijo. En una de éstas el cojín se escapó de sus manos y fue a impactar al jarrón de las flores. ¡Maldito sea el moscardón! Ya estaba causando bajas y aún no se había expuesto ni una sola vez. Recogió los trozos del jarrón y los escondió en un cajón. Después lo pegaría. Recogía las flores cuando, parecía que de recochineo, el moscardón le pegó dos pasadas rodeando su cabeza. Buscó su arma de papel pero el enemigo huyó en un vuelo fugaz hacia el dormitorio. Nuestro estratega cerró la puerta del pasillo y volvió a solucionar el anterior desastre. Las flores fueron al cubo de la basura, pero primero sacó la basura, puso las flores debajo y volvió a echar la basura encima para que no se vieran. Coger la fregona y empapar el agua fue cosa de un instante. Su objetivo estaba claro. Estaba detrás de la puerta del pasillo. Entró y rápidamente cerró tras de sí la puerta. Recorrió los dormitorios y finalmente en la ventana del suyo, oyó un ruido sospechoso, un zumbido que rebotaba una vez y otra sobre el cristal. Corrió la cortina con cuidado y allí estaba. Parado en el cristal por un segundo. Subió despacio el brazo y ¡zás!, golpe al cristal. El moscardón salió disparado y pasó al ataque haciendo vuelos rasantes cerca de la cabeza de su contrincante y forzando la huida de Roberto. En su retirada, éste olvidó cerrar la puerta del pasillo y el moscardón salió victorioso rumbo a la cocina. De nuevo tras él y tras cerrar la puerta fue víctima de varias pasadas rasantes. Decidió abrir la puerta de la terraza para forzar su huida y lo vio escapar a toda velocidad. Cerró la puerta para evitar un nuevo ataque y se fue a observar en detalle el daño causado al jarrón.

Estaba absorto en el rompecabezas cuando llegó a su olfato un cierto olor a quemado. ¡El brownie! Rápidamente abrió la puerta del horno y una bofetada de calor le llegó a la cara. El pastel más que moreno parecía negro. Se quemó al sacarlo del recipiente e intento con un cuchillo quitarle el borde de fuera, pero por dentro seguía negro. ¿Sería así? Siguió recortando y quedó un trocito en el centro que si estaba moreno y tenía buen aspecto. Se lo comió. Total para lo que quedaba. Decidió deshacer todo el entuerto. Volvió a sacar la basura y puso los restos del brownie junto a las flores. Abrió todas las ventanas para que se fuera el olor, sin dejar de pensar en un nuevo ataque del moscardón. Sacó el pegamento, pegó el jarrón y lo sacó a la terraza.

Cuando calculó que podían regresar Sara y Luís, cerró todas las ventanas y olfateó el aire. No quedaban secuelas del desastre.

Efectivamente Sara y Luís llegaron poco después de que Roberto encendiera la televisión.

- Hola papá.
- Hola hijo, ¿Cómo ha ido?
- Muy bien – dijo dándole un beso y saliendo disparado para el baño.
- Huele raro – manifestó Sara, siempre tan observadora. - ¿Has sacado las flores a la terraza?
- Sí – respondió Roberto haciendo como que veía la tele
- ¿Qué has hecho? – preguntó Sara, siempre tan curiosa mientras se dirigía al dormitorio - ¿Has visto algo interesante?
- No, perdí la tarde con la tele – reaccionó Roberto.
- ¡Ahhh! Hay un moscardón en el dormitorio, ¡Roberto! – gritó Sara a medio cambiar de ropa.
Roberto cogió su antigua espada de papel y se dirigió raudo al dormitorio y allí sin darle tiempo a reaccionar al enemigo y blandiendo el periódico en el aire se oyó un ruidito de un impacto. Una vez en el suelo, aún se movía, pero un segundo después estaba pegado a la suela de un zapato.
¡No! - gritó Luís desde la puerta del dormitorio – ¡Los insectos polinizan las flores!
¡No! – gritó Sara – me da mucho asco que manches así el suelo.

Las lamentaciones de madre e hijo no afectaron a nuestro personaje, que dibujaba una malévola sonrisa de satisfacción, el anhelado asesinato se había perpetrado.

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