domingo, 22 de abril de 2012

Deshumanización

 Autor: Antonio Cobos

Entró disparando a todo lo que se movía. A esa hora la biblioteca estaba en plena efervescencia y los alumnos abarrotaban las mesas de estudio, como era normal en la época de exámenes. Avanzaba despacio, mirando a todos lados, en una mezcla extraña de actividad y sosiego. No gesticulaba, ni ponía especial empeño en dispararle a algo. Simplemente apuntaba a aquello que llamaba su atención y apretaba el dedo. Lo hacía una y otra vez. Todo el mundo huía despavorido o se escondía debajo de las mesas. Eso pareció llamar su atención y se agachó y barrió el suelo con disparos. Se volvió a incorporar y vio a un joven guardia de seguridad que entraba con una pistola en la mano. Un instante después el vigilante yacía en el suelo sin soltar el arma. Siguió avanzando y, casi sin querer, descubrió a una estudiante rubia que intentaba meterse en un espacio libre entre dos armarios. No cabía. La chica quiso fundirse en la madera, camuflarse entre las páginas de un libro. No pudo. No quería mirar, pero lo hizo. Sus ojos verdes encontraron una mirada vacía, un rostro inexpresivo, unos ojos que no parecían mirarla o que miraban más allá de la sala de lectura. Unos ojos que no parecían humanos. Imploró llena de miedo y se encontró una ráfaga como respuesta. En ese momento dos jóvenes corpulentos que salieron de no se sabe donde, cayeron sobre el loco homicida y lo redujeron jugándose la vida. Lo consiguieron.

El criminal era un joven veinteañero, vecino de la ciudad. Desde pequeño había recibido palizas del novio de su madre, una prostituta que dejó de serlo y que volvió a la profesión una vez que su novio dejó de buscar trabajo, harto de verse despedido una vez y otra por culpa del alcohol. No era su padre, aunque al principio le hubiera gustado que lo fuera, a pesar de los golpes. Y poco a poco, sin una causa clara, llegó un momento en que todo le daba igual. No le importaba que el amigo de su madre le pegara, que ésta se ganara la vida vendiéndose en la calle, que le echaran del colegio, que no tuviera amigos. Se blindó a los sentimientos, se hizo de corcho. Vivía medio escondido. Se le empezaron a ocurrir historias extrañas y la última de ellas, acabó en tragedia.

A miles de kilómetros de allí, en un despacho con asientos de piel y muebles de revista un grupo de hombres, viejos en su mayoría, intentaban ponerse de acuerdo en el país al que iban a aplicar sus técnicas de juego. Simplemente buscaban divertirse, ver si eran capaces de doblegar voluntades, de condicionar a gobiernos y a pueblos enteros. También buscaban enriquecerse algo más, pero eso era secundario, ya eran inmensamente ricos. Si uno de ellos era débil o caía en desgracia, lo devoraban como lobos. Sólo los más despiadados tenían cabida en su manada.

A ellos les daba igual la situación en la que entraran las personas concretas, víctimas de sus juegos, les traía sin cuidado que miles de seres humanos se quedaran sin trabajo, que tuvieran que dejar a sus familiares y amigos y que tuvieran que marcharse a una tierra extraña, sin saber el idioma en muchas ocasiones, a trabajar sin papeles en otras, a empezar una vida llena de sacrificio y ahorro. Unas veces solos, dejando atrás parejas e hijos. Otras arrastrando a sus seres queridos. Viviendo a niveles de pura subsistencia. Los más afortunados no se tendrían que marchar, sólo perderían el trabajo y el piso que pagaban, pero podrían quedarse ayudados por los que aún tenían un trabajo, o viviendo de los ahorros de años mientras éstos durasen.

Cuando hayan doblegado a un país, pondrán su vista en otro y seguirán jugando.

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