viernes, 16 de marzo de 2012

Hacia la deshumanización


Autora: Pilar Sanjuán  Nájera

Estamos percibiendo desde hace tiempo y cada vez más deprisa, una degradación en la conducta humana que hace saltar todas las alarmas. Por ejemplo, los caso cada vez más frecuentes de asesinatos de profesores y niños por algún alumno descerebrado que se toma esta venganza por agravios sólo imaginados en su mente trastornada; hasta no hace mucho tiempo, esto sucedía solo en Estados Unidos, pero ya, estos gravísimos sucesos se han trasladado también a la vieja Europa y, por supuesto, a España, alumnos que asesinan a sangre fría a una compañera; niños que hacen igual con otros niños más pequeños, desalmados que queman a un indigente, los muchos casos de violencia machista… ¿Qué nos pasa? ¿Qué falla en nuestra sociedad? Y si hablamos de casos de corrupción  en la política, en los negocios, etc, esto es escalofriante. ¿Qué lleva muchos ciudadanos a votar a políticos corruptos, que llegan a alcanzar mayoría absoluta? ¿Hemos perdido la cabeza? ¿ A dónde han ido a parar los valores de honradez, respeto, solidaridad, ayuda mutua, sensibilidad hacia los débiles y rechazo hacia todo lo reprobable?

Es más que sabido que la vida fácil y la riqueza generan egoísmo. Las personas más generosas están en países pobres y deprimidos; en ellos aún se pueden encontrar valores de solidaridad, de ayuda a los demás, lazos familiares muy fuerte, etc. Pensemos por ejemplo en el pueblo saharaui cuando en el verano vienen niños a pasar aquí el verano. Las madres, a falta de otra cosa, les dan sobrecitos de té para las familias que los acogen. Me contaba una amiga que estuvo en Cuba  que cuando visitaban a los campesinos en los bohíos,no teniendo nada para regalar, algunos daban los machetes con los que cortaban la zafra, que a ellos les eran útiles de necesidad. Los turistas los tomaban y luego, ya en el barco, los tiraban al mar de la forma más insensible, porque no sabía qué hacer con ellos. Estos ejemplos me hacen estremecer. ¡Con lo que malgastamos nosotros!

En cuanto a nuestro jóvenes y niños, ponemos el grito en ele cielo cuando vemos tantos ejemplos de mala educación, de tanta insensibilidad. He sufrido en propia carne travesías largas en autobús de pie con los asientos llenos de gente joven que no repara en tu cara de cansancio y han olvidado, o no han aprendido, a ceder su asiento a los mayores. ¡Y se suprime la Educación para la ciudadanía! como si esta asignatura no fuera necesaria.

¿Pero qué ven los niños y jóvenes a su alrededor? Un amor desmesurado al dinero conseguido a costa de lo que sea; un consumismo descontrolado; una propaganda de cosas sin valor como la belleza hueca, los cuerpos musculosos, la ropa cara, el éxito fácil, sin esfuerzo y engañoso. Se dejan embaucar por las necesidades que crea la propaganda de bebidas, por ejemplo, recuerdo un anuncio en el que una multitud corría y corría para tener sed, decían… y luego beber alguna de esas porquerías que se anuncian. ¿Cómo ayudar a que los jóvenes tengan criterio y no se dejen engañar? ¿A que hagan oídos sordos a ese bombardeo de ofertas de cosas prescindibles? ¿Cómo hacer para que recuperen el respeto y las buenas formas hacia sus mayores?

Aunque sea rápidamente, os voy a contar una pequeña anécdota que me ocurrió este verano: estaba yo en Úbeda en una frutería con varias colas llenas de gene. Afortunadamente había a la entrada cuatro sillas para las personas –como yo misma- que no aguantan mucho rato de pie. En una estaba sentado un anciano, en otra un señor de mediana edad, la tercera estaba ocupada por un niño como de doce años y yo me senté en la cuarta. El niño estaba enfrascado jugando con una de esas maquinitas electrónicas. Entró en ese momento un señor con muletas y yo le dije al niño que le cediera su sella ; él miró con rapidez al señor de las muletas y dijo con todo descaro que no se levantaba porque estaba más cómodo sentado jugando con su máquina. Entonces se levantó el señor de mediana edad y le cedió el sitio al recién llegado. Yo hervía de ira mirando al niñato y no pude menos que decirle:

_¿No te avergüenza seguir sentado y no ceder tu silla a un señor que apenas puede andar?
Él me contestó:

_ No, no me da vergüenza.

Me dieron ganas de tirarle de las orejas. Lo más triste es que su madre lo estaba presenciando todo desde una de las colas y no se acercó a levantar a su niñito  y arrancarlo de la silla. ¿Cómo iba a ser el crío si tenía una madre como aquella? Creo que es de verdadera necesidad una escuela de padres. ¡Ah! y todo el mundo, en escuelas, institutos, universidades, en la política, en las iglesias y hasta en el Vaticano debería ver ese documental único, estremecedor titulado La espalda del mundo y después, la película Matar a un ruiseñor.

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