jueves, 16 de febrero de 2012

Sentir el amor

Autora: Pilar Sanjuán Nájera

Hoy toca hablar del amor, pero no al estilo de Rafael cuya canción y cuya manera de cantar me repatean. Voy a hablar del amor de forma muy personal, de mi experiencia.

Aquí donde me veis, bastante decrépita, tuve también mis años mozos, mis años juveniles y hasta un gran amor. Tampoco es que se pareciera al de Espronceda por Teresa, tan incendiario, pero los rescoldos del mío, aún los noto y se ponen de manifiesto en mis sueños de vez en cuando.

Actualmente, las corrientes más "iconoclastas" dicen que el amor no existe, que todo eso son poco menos que fantasías; reducen este hermosísimo sentimiento a la acción de feromonas en el organismo; no sé lo que habrá de verdad en esto, pero me parece lastimoso reducir el amor a algo tan pobre.

Yo me enamoré (o me enajené o perdí los sentidos, como queramos llamarlo) con toda la fuerza de mi ser. Quise a un hombre -mi marido- de una forma desmesurada, con una entrega total, con ilusión máxima; mi ingenuidad me llevaba a pensar que él me correspondería de la misma forma; me parecía imposible que permaneciera ajeno a lo que yo sentía por él, ¡qué ilusa! ¡qué infeliz! Este amor era unilateral usando una expresión muy de ahora. Este enamoramiento me duró bastantes años, pero como la frialdad de mi marido era cada vez más evidente, me rompió el corazón; me separé de él cuando además vi que se iba transformando en un maltratador. Comenzó por decirme palabras humillantes; luego se atrevió con insultos y por fin, me dio una bofetada; mi dignidad, que yo afortunadamente conservaba intacta, me impidió seguir con una persona de la que nada bueno podía esperar, habiendo llegado a esos extremos.

Con  mis seis hijos me vine a Granada para que ellos estudiaran y yo para poner distancia entre los dos. Saqué en conclusión una cosa, una lección que no pude poner en práctica porque no volví a enamorarme, mi conclusión fue que no se puede despilfarrar el amor, que hay que dosificarlo, que la entrega total no es un seguro de felicidad.

A lo largo de mi vida he observado que las parejas que mejor conviven son las que, sobre todo por parte de la mujer, se reservan algo de sus sentimientos; es una buena estrategia; mi ingenuidad de creer que cuanto más das, más vas a recibir es una equivocación. Se en una pareja es siempre el mismo el que se entrega, el otro ser cree cada vez más merecedor de esa entrega y se vuelve egoísta: todo para mi, porque me lo merezco. En mi época el noventa por ciento de los casos, era el hombre el privilegiado, mimado primero por su madre y luego por su mujer, acababa endiosado, subido en un pedestal del que ¡cualquiera lo bajaba!

Hoy en día, la mentalidad de la mujer ha cambiado, afortunadamente. Ella y solo ella hará que cambie también la del hombre. Las mujeres de ahora, en general, exigen a su pareja entrega y responsabilidad a parte iguales. Cuando y era joven,  jamás veíamos al marido llevando el cochecito de su hijo, lo que se veía con mucha frecuencia era a la mujer embarazada empujando el cochecito y con uno o dos niños agarrados a él, mientras el marido iba fumando al lado y a veces un poco por delante, ajeno totalmente a esa familia que era la suya. Cuando recuerdo esto, me pongo enferma y sin embargo lo tolerábamos y hasta lo veíamos normal. No recuerdo que mi marido cambiase ni una sola vez los pañales a los niños, no que se levantara jamás por la noche si lloraba alguno, ¿para qué? si allí estaba su mujer que lo hacia con toda diligencia.

Aquellos polvos trajeron estos lodos: bienvenidos los lodos que han hecho que la mujer no se resigne a su papel de sometida total, ahora, la mayoría de las parejas se implican en un proyecto en común con iguales responsabilidades, como debe ser; así, el amor, es más igualitario y más justo, ambos dan y ambos reciben.

Aunque queden residuos de las antiguas parejas, porque es duro para algunos hombres perder sus muchos privilegios, cada vez van a ser menos. Es la mujer a artífice del cambio. ¿No es más justo y más bonito el amor compartido?

yo asisto como mera espectadora a estos cambios. Cuando observo las parejas de mis hijos e hijas, que con altos y bajos, todas funcionan "adecuadamente". Esto me complace y tranquiliza, ninguna de ellas son Abelardo y Eloisa, con amores sublimes y heroicos, ni falta que hace. Se quieren, se respetan, educan bien a los hijos y tiran p´alante ¿qué más se puede pedir?

En cuanto a mi, os diré que como soy una romántica incurable y las feromonas no pueden conmigo, aún creo en el amor ¿A estas alturas? Pues sí. No soy tan ilusa como para imaginarme en pareja físicamente ¿Qué puedo ofrecer? Tengo arrugas, una figura deformada, unos andares torpes y pesados, flacidez en mis carnes, pies fríos en la cama.... ¡Vaya oferta poco apetecible! En cuanto a la parte, llamemosle espiritual podría ofrecer: una cierta bondad, tolerancia, comprensión, ingenuidad, que como tuve tanta, aún me queda alguna pero... ¿para qué sirve? Sé también escuchar a los demás... en fin, no sé el valor de todo esto. De todas formas, aunque dije al principio del escrito que no me había vuelto a enamorar, ahora siento algo parecido al amor (pasado por Platón, naturalmente). Siento verdadera atracción-admiración-cariño por una persona real y magnífica. Se trata de alguien tan decrépito o más que yo: José Luís Sampedro, pero tan Lúcido, tan humano, tan sabio y tan íntegro que me tiene escandilada. Envidio a su mujer que puede cogerle las manos, acurrucarse junto a él en un sofá y ver pasar el tiempo son sosiego. ¡Qué gozada!

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