jueves, 16 de febrero de 2012

Pero si tú me olvidas...

Autora: Elena Casanova

            Sintió cierta compasión hacia Florentino, personaje concebido por García Márquez en El amor en tiempos de cólera.  El autor, algo despiadado,  le hace esperar nada más ni menos que la friolera de  53 años, 7 meses y 11 días con todas sus noches para recuperar a su amada. Mientras soltaba el libro en la mesita de noche  pensó: “Si existe el amor, ese deber ser el sentimiento que Florentino Ariza  le profesó a Fermina Daza, de la que estuvo enamorado toda una vida”. Ha pasado casi una decena de años y se  recuerda  a sí misma como  la protagonista de una novela declarándose con esta sencilla sentencia: “estoy enamorada de ti”.

            No importa la identidad ni el nombre de esta mujer, podría tratarse de cualquiera, tampoco el tiempo ni el lugar, la edad, procedencia o estado, porque este sentimiento no está subordinado a ninguna condición, casi todos hemos sufrido los  caprichos que la naturaleza nos arroja en alguna ocasión, quizás no siempre la más adecuada.

            Le viene a la memoria la imagen borrosa de dos personas sentadas, una frente a la otra,  una habitación demasiado grande y la música sonando desde algún rincón, es posible que una voz quebrada entonara: “No hay nostalgia mayor que añorar lo que nunca jamás sucedió”, pero no está demasiado segura, quizá solo forme parte de la puesta en escena de lo que ambiciona recordar.  Él la cogió de las manos, la miró a los ojos y con una ternura infinita la dejó hablar. Ella… no importa su nombre, le vomitó de un tirón todos sus afectos y de qué manera ese enredo emocional la conmovía. Sentía todos los síntomas de esta extraordinaria enfermedad a la que no recordaba haberse expuesto. Casi le reprochó su forma de ser, de cómo, sin ser consciente, sus palabras, sus gestos, su perspectiva de la vida…. la habían ido cautivando silenciosa y sutilmente. Pretendía hallar la causa de lo irremediable, de lo que ya sabía de antemano no llevaría a ninguna parte. Sabina dejó de lamentarse  cuando ella acabó de hablar. Se produjo tal silencio que el ruido de una simple  hoja de papel al chocar contra el suelo les pareció un grito.  Él, simplemente, le declaró que no podía ser. Al salir de aquella habitación y  hubo cruzado la puerta, esta mujer….no importa su nombre, supo que jamás lo olvidaría.

            Después de tanto tiempo su recuerdo sigue vivo y por alguna extraña razón se empeña en mantener el espacio que ocupa en su memoria a salvo de cualquier profanación, la simple sospecha de un olvido la sumen en cierto inconformismo. Se niega a renunciar a su mirada imaginada,  proyectada desde la añoranza durante todos estos años. Quizás y por ello, cada año, el día de su cumpleaños, le envía un libro con la  misma dedicatoria, préstamo de ese gran poeta que fue,  Ángel González, con  el  talento y  la sensibilidad  suficientes para expresarlo de ninguna otra manera:

Pero si tú  me olvidas,


 quedaré muerto sin que nadie


 lo sepa.”

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