viernes, 24 de febrero de 2012

El destino manda


Autora: María Gutiérrez

Corrían otros tiempos, nos remontamos a los años veinte cuando Pepe, un chavalillo de unos doce o trece años, se empeñaba en pasar largas temporadas en casa de sus tíos paternos. Era bastante travieso por lo que hacia muy buenas migas con su prima María que también era un buen trasto y casi de su edad, ella era la mediana de tres hermanas. Por aquel entonces sus tíos aún no tenían hijos varones, por lo que Pepe era su ojito derecho. Solían llevárselo al campo para que le ayudara en las tareas propias de la labor y este iba encantado. A veces iban también las primas aunque la que mejor se adaptaba a la labranza era María y su padre se lo reconocía. Se lamentaba de que no fuera varón y en el futuro se hiciera cargo de las tierras, pero esa era la realidad.

Pasaron los años y los primos se convirtieron en unos jovencitos encantadores, muy serios y formales. A Pepe lo llamaron a filas, le tocó Melilla por lo que los permisos eran escasos, ya que esta se encontraba a bastante distancia de Granada. Acabado el servicio militar, decidió irse a la Guardia Civil, ya no le apetecía ser labrador y allá que se marchó otra vez lejos de su pueblo natal.
Pronto llegó la Guerra Civil, la cual le pilló de lleno. Cuando estaba ya casi para finalizar, se contagió de fiebres tifoideas y llegó a estar bastante mal. Poco a poco fue mejorando, concediéndole un permiso especial para su recuperación.

La almohada de Pepe estaba repleta de sueños que el depositaba noche tras noche. Soñaba con encontrarse con su prima María. ¿Qué podía hacer él con todo aquello que había soñado?. Lo pensaba y lo volvía a recordar y llegaba a la conclusión que después de ella no había nada más.
Por su parte, María seguía preguntándose cada vez que iba a ver a su primo ¿Qué hago aquí , qué es lo que voy buscando?.

En esta vida todo tiene su momento y llego el día en el que Pepe tuvo la ocasión de decirle a María que a su lado se encontraba mejor, con más ganas de vivir. Sacando todo su valor a relucir se declaró ante ella: ”Mira prima, no se soñar sino es contigo, me gustas a rabiar desde niño, eres mi debilidad, sólo deseo que tu también me quieras a mí”.

A ella no le salió ninguna palabra en ese momento.

María llegó a su casa aturdida, no se podía creer que su primo fuera ahora también su novio, temblaba pensando en sus padres¡. Madre mía cuando se enteren, me matan!. La pobre no se creía ni ella misma lo que le estaba ocurriendo, por un lado se sentía la mujer más feliz de la tierra, pero por otro, el miedo y la vergüenza de ser descubierta le quitaba el sueño. Por su parte a Pepe le pasaba un tanto de lo mismo. ¡¡Que vergüenza cuando tenga que ir a pedirle permiso a mi tío después de estar considerado toda la vida como un hijo más!!. Los nervios se los comían a los dos pero a la vez se alimentaban de una gran dosis de ilusión y sobre todo de una enorme complicidad.
Durante dos años mantuvieron su relación en absoluto secreto, nadie sabía nada de nada, se conformaban con disimular delante de los demás y cuando veían la ocasión se intercambiaban notas en las que se decían lo que se querían como hombre y mujer, además de primos.

Llegó el día de enfrentarse a los padres y ocurrió lo que ellos se temían, que pusieran el grito en el cielo. No se lo podían creer, no sospechaban lo más mínimo. ¡Estos hijos están locos!. Dios mío, la gente joven no piensa con la cabeza, que gran disgusto para toda la familia. Pasado un tiempo la situación se fue normalizando y todo llegó a su sitio. Los tíos se convencieron de que el amor que sentían el uno por el otro estaba por encima de los lazos de sangre que había entre los dos.
A la hora de casarse tampoco lo tuvieron fácil por el hecho de ser primos. La iglesia les exigía pedir permiso al Papa y que éste les concediera la licencia para poder contraer matrimonio.

En Octubre del cuarenta y dos, vieron su sueño hecho realidad.

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