viernes, 17 de febrero de 2012

Café Piaf - París

Autora: Carmen Sánchez Pasadas

Desde que conoció a Pierre, Ana pensó que su destino la había llevado a aquel café de París.

Tenía veintiséis años y unos meses atrás había roto con su novio de toda la vida. Con el ánimo de alejarse del entorno que la ahogaba, había planeado aquel viaje. La amiga que la acompañaría, finalmente, no pudo ir, aún así y a pesar de su deficiente francés, ella ya lo había decidido y viajó sola.

Este cúmulo de circunstancias la condujo aquella tarde de abril a disfrutar del atardecer  junto a las torres de Notre Dame. Estaba fascinada con la magnífica vista mientras saboreaba un delicioso “café creme”, en la terraza de un café minúsculo. Sobre la mesa descansaban una guía y un plano de la ciudad. Era un momento mágico.

Pronto comenzaría a anochecer y recordó que esa mañana, cuando salió del hotel decidió alojarse en otro más céntrico, por lo que empezó a hojear la guía y a buscar las localizaciones en el plano. Estaba distraída con esta tarea cuando la sorprendió un hombre algo mayor que ella.

-          Hola, ¿necesitas ayuda?
-          ¡Hablas español! – exclamó. Al tiempo que mostraba una gran sonrisa.
-          Si, soy profesor de español, así que forma parte de mi trabajo. Me llamo Pierre - dijo con acento francés mientras extendía su mano.
-          Yo soy Ana, encantada de conocerte – se presentó al tiempo que le estrechaba la mano-por favor siéntate.
-          Disculpa la interrupción, te estaba observando y pensé que te podría ayudar. ¿Cuánto tiempo llevas en París?
-          Sólo dos días, pero estoy encantada.
-          Se nota – manifestó él mirándola directamente a los ojos.

En ese momento, ella descubrió su mirada y algo se agitó en su interior, sin embargo, lo que más la turbó fue percibir que él tenía la misma sensación, el rubor apareció en sus mejillas inmediatamente.

Y su vida dio un giro cuando decidió aceptar la propuesta que Pierre le hizo: se trasladó  a su apartamento. Amablemente le cedió su dormitorio, mientras que él se instalaba en el sofá. Los días se sucedieron rápidamente. Por la mañana compartían el desayuno y organizaban las visitas que ella realizaría, en tanto él estaba en el liceo, por la tarde se encontraban y pasaban el resto de la velada juntos. Recorrieron las calles más recónditas y conoció parajes maravillosos desconocidos para los visitantes. Pierre la llevó a tabernas tradicionales donde la comida era exquisita y a cafés insólitos donde se podía disfrutar el auténtico sabor de París.

Sin planearlo, una tarde tras alguna copa de vino pasaron la noche juntos. Quizás el ambiente romántico, las atenciones de él o simplemente la atracción mutua, les llevó a transformar la ternura en seducción y ésta en placer cálido. En los siguientes días, sus cuerpos se encontraron con naturalidad y las caricias sosegadas daban paso a la pasión arrolladora. Las noches eran el cenit de atardeceres inolvidables.
De este modo, el tiempo transcurrió mucho más rápido y los días se agotaron vertiginosamente. El día previo al regreso, la desesperanza embargaba a Ana. Pierre intentó convencerla para que pospusiera su regreso, pero ella pensaba que eso solo aplazaría el desenlace, alargando el dolor de la despedida. Su vida, su trabajo, su familia  estaban en Granada. Lo que habían vivido esos días permanecería siempre con ella, pero se acababa.

El día de la marcha,  Ana no quiso que Pierre la acompañara al aeropuerto, sabía que no podría soportar la separación, ya le costaba contener las lágrimas, así que era mejor despedirse en el apartamento.

Volver a Granada fue un infierno. Retomar su rutina le causaba un vacío tremendo. No era ella la que visitaba a su familia o se relacionaba con los compañeros, su vida se había quedado en París con Pierre, esta Ana no era ella. Se había equivocado, pero se dio cuenta demasiado tarde, Pierre no le había enviado ningún correo, ni mensaje y ella temió que él no quisiera saber nada, al fin y al cabo era ella la que lo había rechazado.

Pasaron los días y ella seguía taciturna cuando una tarde llamaron a la puerta, sorprendida porque no esperaba a nadie, fue a abrir. Delante de ella estaba Pierre con una botella de vino en la mano y la sonrisa más radiante diciéndole:

- No quiero vivir sin ti. Tú decides ¿en Granada o en París?



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