domingo, 22 de enero de 2012

A mí me da igual, me da lo mismo (2ª parte)

Autor: Antonio Cobos

Pero no era cierto y un día, Elena se sintió especialmente mal cuando Jorge, que había cambiado de trabajo, le dijo sin haber contado con ella, que el sábado cenaban con su jefe de sección, con el que se entendía de maravilla, y que podría ayudarle a promocionarse en la nueva empresa.
Elena llevaba semanas preparando un acto de solidaridad con una comunidad infantil de Perú. Había conocido a esa ONG a través de una antigua amiga del bachillerato. No era imprescindible, pero la parte que llevaba la había preparado con esmero y le hacía ilusión participar en ese acto solidario. Cantaba una canción al piano y le daba mucho apuro decir que no podía ir, cuando los programas ya estaban hechos y el piano alquilado. No podía retirarse a estas alturas.
-    Pero Jorge, tú sabes que el sábado tenemos la función del acto de solidaridad con Perú.
-    ¡Ostras, se me había olvidado!, - y al instante añadió - pero ya vendrán más actos. Además hay más gente. No vas a ser tú imprescindible.

En ese momento, Elena vio a Jorge como un ser egoísta que sólo pensaba en él. Fue como si una venda cayese de sus ojos. Sintió como la sangre acudía a su rostro y sin poder contener su enojo, se escuchó decir:
-    No pienso ir a esa cena

Ella misma quedó sorprendida de sus palabras que eran más propias de él. No habían acudido a sus labios las expresiones habituales de ‘bueno, ya me arreglaré’ o ‘vale, lo intentaré cambiar’ o ‘como quieras, a mí me da igual, me da lo mismo’. Jorge también estaba sorprendido pero reaccionó al segundo.
-    No puedes hacerme eso.
La rabia de Elena seguía sin control. – Eres tú el que no me lo vas a hacer a mí. Tengo tu entrada comprada.
-    La devuelves y te excusas
-    ¡Ni lo pienses!

Elena salió del salón, cogió las llaves de la casa y se marchó a la calle. Nada más salir aparecieron los remordimientos. ‘Quizás es muy importante para él’, ‘no tenía que haber reaccionado así’, ‘igual puedo colaborar en otra ocasión’. Se imaginó a sí misma diciéndole esas palabras a su amiga y la expresión de su amiga al escucharla. La indignación y la vergüenza se volvieron a agolpar en su cara. Siguió andando deprisa hasta que de pronto sintió frío y pensó que era mejor regresar a casa. Pero no a proclamar su sumisión al egoísta de su marido, sino a seguir en guerra. Nada más entrar se dirigió al salón en el que Jorge veía la televisión con una cerveza en la mano.
-    He pensado que no hace falta que vengas al teatro. Ya me buscaré a alguien para no perder la entrada. Te vas a cenar tú solo, con tu jefe. Y en la cena de nochebuena que este año nos toca a nosotros celebrarla en casa, te pones a pensar que preparas para tus padres y hermanos que yo me pienso ir a casa de mis padres.

Sin saber como reaccionar ante el inesperado comportamiento de Elena, se imaginó durante un momento con el delantal puesto en la cocina y preparando no sabía muy bien qué.
Elena era una persona condescendiente y dulce y hacía tiempo que no la había visto así, pero recordaba que siendo más jóvenes hubo momentos en que a la hora de tomar decisiones importantes, no había manera de convencerla de otra cosa, cuando la decisión ya estaba tomada. Pensó por primera vez en mucho tiempo que quizás él se había pasado.

Jorge acabó aplazando la cena con su jefe, acudió al espectáculo a beneficio de la agrupación infantil peruana y mientras oía a Elena cantar y tocar el piano pensaba en la maravillosa compañera que había tenido la suerte de encontrar. La cena de nochebuena fue divertida y amena y Jorge ayudó a prepararla en todo cuanto pudo.




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