Todos los años la misma tensión, los mismos nervios cuando se aproximaba el día de la comida de Navidad y el ¿qué me pongo?.
Desde un mes antes, andaba como loca buscando lo que me pondría para la ocasión. Ponía mucho interés a la hora de elegir el traje y demás complementos para acertar con el mejor look. Como no, también me preocupaba de mi aspecto físico cuidándome en la dieta para no tener que cambiar de talla. Todo esto combinado con ejercicio adecuado. No podía dejar atrás la visita a mi estilista para ir haciendo pruebas y acertar con lo más favorecedor.
Nunca me olvidaba de la manicura y de la indispensable pedicura, ya que los pobres pies son los que más sufren en estas ocasiones y ese día no se podía notar el cansancio, todo lo contrario, había que estar radiante por dentro y por fuera al precio que fuese.
Tampoco podía faltar un buen abrigo o chaquetón para no coger un buen resfriado. Casi siempre me dejaba llevar por el color negro, tan socorrido, glamuroso, y elegante a la vez. Como toque final unas gotitas de CHANEL número 5.
Cada etapa de la vida va cambiando a la persona. Esa necesidad de embellecerse para gustar a los demás y seguir aparentando que nos mantenemos aún jóvenes a fuerza de ejercicios y de estirarnos la piel para reparar el paso del tiempo, a mí como que me da igual.
Ahora en la madurez, la razón de mi vida es otra. He cruzado a la otra orilla, mi camino es otro, mis pasos son más lentos, mis tacones más bajos, mi actitud y mis gestos más serenos y relajados.
A estas alturas de mi vida, ya me da lo mismo, solo deseo vivirla con calidad, alegría y optimismo. Nadie me puede impedir seguir soñando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario