viernes, 30 de diciembre de 2011

Me da igual, me da lo mismo

Autor: Antonio Cobos

Esas nueve palabras, o a veces sólo las cinco primeras o las cuatro últimas, se fueron haciendo cada vez más habituales en los labios de Elena. A Jorge, su marido, cada vez le desagradaban más. No era consciente en absoluto de que él había contribuido sobremanera a esa indiferencia y falta de definición de su esposa.

Elena se había educado en un ambiente tradicional pero era una mujer alegre y comprometida. Conoció a Jorge en la facultad, en aquellos años revueltos de la década de los setenta en los que se veía al alcance de la mano, el final de la dictadura.

Jorge con una personalidad fuerte y de ideas claras, se movía entre los blancos y los negros y raramente diluía su opinión en tonos grises. Muchas veces repetía las palabras del Apocalipsis 3:16 “porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Aborrecía la tibieza. Le gustaba polemizar y era capaz de discutir durante horas antes de aceptar el punto de vista del contrario. Argumentaba bien y era especialmente hábil en encontrar el razonamiento preciso en cada instante. Rápido de reflejos, siempre tenía un contraataque preparado, antes de que el contrario terminara de exponer su punto de vista.
Elena, aunque moderna y adaptada a los nuevos tiempos e ideas, tenía sobre sus hombros el peso de una educación represiva, que le había hecho ocultar sus deseos y manifestaciones espontáneas. Su sentido del deber rayaba en lo obsesivo y no se permitía a sí misma, no hacer lo que se tenía que hacer. Se casaron por la iglesia, por ejemplo, no porque fueran creyentes, sino porque ella insistió en que daría un mal rato a sus padres si no tenían una ceremonia religiosa. Sin ser consciente de ello, había heredado multitud de actitudes de sus padres a pesar de que, en teoría, era muy distinta a ellos. En casa de sus progenitores, a veces se hablaba de política y se tenían las discusiones normales de dos generaciones distintas. Aunque de ideologías diferentes, las discrepancias no llevaron nunca la sangre al río y al cabo de unas horas todo parecía olvidado y se llevaba una convivencia normal.

En casa de Jorge, en cambio, había una realidad diferente. Optaron, finalmente, por no sacar temas políticos, pues las discusiones sobre la realidad nacional de la época,  desencadenaban tensiones, sobre todo entre padre e hijo, que perduraban en el tiempo y condicionaban el resto de los días de convivencia que pasaban juntos.

Transcurrieron los años, vinieron los hijos y la convivencia se fue amoldando a la realidad del día a día. Pero poco a poco, Jorge se fue erigiendo en el señor del lugar. Las iniciativas de Elena: una exposición de arte, un viaje de fin de semana, una comida con los amigos y otras cosas por el estilo, solían tener una contraoferta por parte de Jorge y a Elena no le importaba posponer su propuesta, que la mayoría de las veces se quedaba en eso, en una simple propuesta que no se llegaba a realizar. Sin darse cuenta reproducía el papel que su madre había desarrollado con su padre, ya que era éste el que tomaba las decisiones en su casa.

Con los años, la frecuencia de propuestas se redujo. Sobre todo cuando a Jorge le dio por descalificarlas con expresiones que pasaron del ‘ahora no es el momento’, ‘eso es mejor en verano’ o ‘ahora tenemos muchos gastos’ a ‘eso es una tontería’, ‘¿cómo se te ocurre proponer eso?’ ‘no dices más que chorradas’ o ‘yo allí no voy’.

Llegó un momento en que Elena dejó de proponer e incluso de pensar, Jorge llevaba las riendas y tomaba las decisiones, sin incluso saber la opinión de Elena. Total, a ella ‘todo le daba igual, le daba todo lo mismo’…

Pero no era cierto y un día …

No hay comentarios:

Publicar un comentario