martes, 31 de enero de 2012

Me da igual, me da lo mismo (segunda parte)


Autora: María Gutiérrez


Dijo: Se acabó. Bastaba ya de esperar solo ordenes, llevaba toda la vida  escuchando a los demás con toda la calma del mundo, aunque no compartiera sus ideas, siempre pensando en los otros, haciendo incluso lo que no le apetecía, intentando tener el mejor aspecto, la mejor sonrisa…
Cansada de que todo le diera igual  empezó a ir cambiando de aptitud, plantándole coraje y valor a la vida, asumiendo el riesgo, afrontando el miedo frente a lo que consideraba importante para  ella, como era ser feliz y contagiar a los demás.

Nunca he debido adoptar una postura tan neutral, ahora voy a invertir en mí, voy a dejar de ser invisible. Quiero ocuparme de las cosas que más me llenan, con mis propios criterios, sin fingir, dando lo mejor de mi misma, siendo muy positiva, haciendo lo que me gusta, me importa y deseo hacer. No quiero  ser un simple instrumento de las ideas de los demás.

Elena se ha dado cuenta de que la vida  es muy breve y hay que sacarle  jugo, exprimirla  al máximo, disfrutando de todo lo bueno que hay a nuestro alcance. Se ha llenado de entusiasmo, buscando nuevos proyectos abriendo otros caminos y sin perder ni un segundo se ha puesto manos a la obra.

Mi mayor deseo es que Fernando deje de estar enfadado con el mundo, que viva  y deje vivir a los demás y que la prepotencia deje de ser uno de sus defectos.

Si nos lo proponemos, todo puede cambiar  para bien de toda la familia, a fin de cuentas  si nos paramos  a pensar, observaremos que “LA VIDA TAMBIEN ES BELLA” y se merece  vivirla  saborearla y disfrutarla a tope. Me siento  hoy por hoy comprometida  con ella.
Elena.                     
                               

lunes, 30 de enero de 2012

2ª parte de "A mi me da igual, me da lo mismo!


Autora: Carmen Sánchez Pasadas

Seguramente siguiendo los consejos de sus amigos, decidió ir al teatro con ellos sin que Jorge la acompañara. Varias veces se lo había propuesto, pero él siempre lo descartaba y últimamente ya ni se lo proponía. Aunque le costó decidirse, finalmente, se alegró porque la representación fue magnífica y todos disfrutaron de una velada espléndida.
Varias semanas después el grupo había conseguido entradas para el ballet ruso de gira por el país. Elena esta vez no lo pensó, había decidido ir y sólo por cortesía le preguntó  a Jorge si también iría, sin importarle la negativa rotunda de él.

Imperceptiblemente, algo estaba cambiando en su interior, se sentía más segura. Era consciente del sacrificio que había realizado durante tantos años por los hijos o por la armonía familiar, pero ahora necesitaba más espacio para ella misma y deseaba atender sus necesidades sociales y culturales. También sabía que Jorge no participaba de sus ideas, incluso las desacreditaba abiertamente, pero ya no le importaba.
Por otro lado la mortificaba el ejemplo de su madre. Una mujer abnegada y triste sometida a la autoridad del padre, quien jamás reconoció su valía y esfuerzo por sacar a la familia adelante, incluso en los tiempos más difíciles.  Ciertamente algo estaba cambiando dentro de ella, porque hasta entonces, no se le hubiera ocurrido reconocer la realidad de la vida de la madre, simplemente la aceptaba como algo normal. Elena  se veía reflejada en ella y cada vez tenía más claro que no le gustaba ese papel.
Por otro lado, no sabría decir cuando empezó esta apatía en casa, sin saber como sus hijos habían crecido y su marido se había convertido en un extraño, poco a poco la distancia entre la pareja se fue acrecentando hasta crear un abismo insalvable. Simultáneamente se iba encontrando cada vez más a gusto con sus amigos. Compartir aficiones e intercambiar opiniones con ellos era muy fácil y agradable.

Pasaron varios meses hasta que Luis, un amigo de alguien del grupo, empezó a frecuentar las reuniones. Se había separado recientemente, pero no hablaba del tema. Era muy educado y si bien al principio parecía reservado, pasados unos días se veía más distendido. Se integró sin ninguna dificultad y para todos fue evidente, desde el principio, la afinidad entre Elena y él. Ambos compartían gustos y se notaba que disfrutaban mutuamente de su compañía. Ella valoraba el trato respetuoso y distinguido mientras que por su parte aportaba un carácter  sereno y cordial.

Progresivamente fue cambiando su comportamiento. Pasaba mucho tiempo fuera de casa y cuando estaba se la veía distraída, ajena a los comentarios del marido. También empezó a frecuentar la compañía de su madre, iban de compras o salían a merendar. Estos momentos estrecharon más su cariño.

Un buen día Elena hizo la maleta y se marchó de casa. Ya no soportaba los desplantes de Jorge, quien parapetado en su arrogancia no aceptaba que su mujer lo abandonara.





domingo, 22 de enero de 2012

Así sea

Autora: Rafaela Castro

Al levantarse,  Elena se miró al espejo después de pasar una noche de insomnio porque sus tribulaciones y miedos no la dejaban conciliar el sueño. La imagen que vio en esos momentos fue el de una mujer acabada como una marioneta sin voluntad. Notó cómo un resorte que se reactivó en aquellos momentos y sintió dentro de ella una valentía y rebeldía que, desde aquella época de los setenta, no había vuelto a sentir.

De aquellos tiempos pasados aún conservaba algunas amistades, sobre todo su amiga María que era la eterna disconforme, aunque muy buena gente. La llamó para pedirle que cuando tuviera una reunión del grupo feminista, le avisara. De aquella reunión, más que actitudes por ser mujeres y ver al hombre como enemigo, se habló de derechos y obligaciones pero no por condición de ser de un sexo o de otro, y que nadie tiene derecho de anular a ningún ser humano, por el mero hecho de serlo. El punto de vista de uno y de otro son igual de válidos.

Elena estaba dispuesta a salvar su matrimonio porque sentía mucho amor por Jorge y pensaba que éste era recíproco. Hablaron los dos. Ella puso sus cartas sobre la mesa pero no quiso hablar de separación. El vio en Elena tanta valentía que pensó:"o procuro cambiar o podría perderla para siempre". Las cosas no se arreglan de un día para otro pero si lo intentamos, podemos ver cómo echándole valor a los problemas que se nos vayan presentando, podemos cambiarlos y para bien.

Se sentía cada día más persona y más feliz. Jorge estaba cambiando, se notaba y muy mucho que así sea.


A mí me da igual, me da lo mismo (2ª parte)

Autor: Jose Manuel Martín

Pero no era cierto y un día … al llegar Jorge de su partida de los domingos con sus tres copas de mas, se encontró a su esposa desnuda pisando un gran charco de agua y jabón,  su rastro se perdía en la puerta de entrada al baño.

El se sorprendió pero en seguida se rehizo.


-    Elena ¿Qué diablos haces desnuda? Y mira como lo has puesto todo. Anda tapate que ya no estás para lucirte.
Ella lo miraba sin decir ni una palabra, pero su rostro reflejaba satisfacción. Y después de que lo viera sentarse en su sillón cara al televisor y dando el asunto por zanjado.
Elena se acercó con su cuerpo húmedo y le dijo:

-    Después de tantos años ya no te debo nada. Así que hoy me voy y no volveré. Los niños son mayores, lo hablé con ellos y están de acuerdo con migo.
Jorge sin apenas mirarla le replicó.
-    Elena deja de chochear y decir sandeces, ¿A dónde vas a ir?. Y le dio más voz a la tele.

-    De viaje, y si hubieras prestado atención sabrías mis gustos y preferencias, pero ya…

Y se quedo a media palabra, sabía que no le prestaba atención y se metió en el cuarto, a repetírselo de nuevo a las cuatro paredes.

A los cinco minutos él se dirigió hacia  la puerta del dormitorio con ganas de reprocharle, de echarle en cara, pero no encontraba nada en su cabeza con lo que desmontar la decisión de Elena.

Al acercarse resbaló con el charco de agua y cayó de espaldas contra el suelo y su enfado fue en aumento.
-    ¡ Estás loca y se te ha ido la cabeza! Y que sepas que si te vas… si te vas… ¡no volverás a esta casa nunca más! ¡no te daré ni un céntimo!

Elena salió del cuarto y lo vio sentado en el suelo, sonrió y le dijo “ me da igual me da lo mismo” y con una pequeña bolsa de viaje, un vestido ligero, sus zapatos planos y un ejemplar del libro “ mas allá del jardín” salio de la casa cerrando la puerta muy despacio.



A mí me da igual, me da lo mismo (2ª parte)

Autor: Antonio Cobos

Pero no era cierto y un día, Elena se sintió especialmente mal cuando Jorge, que había cambiado de trabajo, le dijo sin haber contado con ella, que el sábado cenaban con su jefe de sección, con el que se entendía de maravilla, y que podría ayudarle a promocionarse en la nueva empresa.
Elena llevaba semanas preparando un acto de solidaridad con una comunidad infantil de Perú. Había conocido a esa ONG a través de una antigua amiga del bachillerato. No era imprescindible, pero la parte que llevaba la había preparado con esmero y le hacía ilusión participar en ese acto solidario. Cantaba una canción al piano y le daba mucho apuro decir que no podía ir, cuando los programas ya estaban hechos y el piano alquilado. No podía retirarse a estas alturas.
-    Pero Jorge, tú sabes que el sábado tenemos la función del acto de solidaridad con Perú.
-    ¡Ostras, se me había olvidado!, - y al instante añadió - pero ya vendrán más actos. Además hay más gente. No vas a ser tú imprescindible.

En ese momento, Elena vio a Jorge como un ser egoísta que sólo pensaba en él. Fue como si una venda cayese de sus ojos. Sintió como la sangre acudía a su rostro y sin poder contener su enojo, se escuchó decir:
-    No pienso ir a esa cena

Ella misma quedó sorprendida de sus palabras que eran más propias de él. No habían acudido a sus labios las expresiones habituales de ‘bueno, ya me arreglaré’ o ‘vale, lo intentaré cambiar’ o ‘como quieras, a mí me da igual, me da lo mismo’. Jorge también estaba sorprendido pero reaccionó al segundo.
-    No puedes hacerme eso.
La rabia de Elena seguía sin control. – Eres tú el que no me lo vas a hacer a mí. Tengo tu entrada comprada.
-    La devuelves y te excusas
-    ¡Ni lo pienses!

Elena salió del salón, cogió las llaves de la casa y se marchó a la calle. Nada más salir aparecieron los remordimientos. ‘Quizás es muy importante para él’, ‘no tenía que haber reaccionado así’, ‘igual puedo colaborar en otra ocasión’. Se imaginó a sí misma diciéndole esas palabras a su amiga y la expresión de su amiga al escucharla. La indignación y la vergüenza se volvieron a agolpar en su cara. Siguió andando deprisa hasta que de pronto sintió frío y pensó que era mejor regresar a casa. Pero no a proclamar su sumisión al egoísta de su marido, sino a seguir en guerra. Nada más entrar se dirigió al salón en el que Jorge veía la televisión con una cerveza en la mano.
-    He pensado que no hace falta que vengas al teatro. Ya me buscaré a alguien para no perder la entrada. Te vas a cenar tú solo, con tu jefe. Y en la cena de nochebuena que este año nos toca a nosotros celebrarla en casa, te pones a pensar que preparas para tus padres y hermanos que yo me pienso ir a casa de mis padres.

Sin saber como reaccionar ante el inesperado comportamiento de Elena, se imaginó durante un momento con el delantal puesto en la cocina y preparando no sabía muy bien qué.
Elena era una persona condescendiente y dulce y hacía tiempo que no la había visto así, pero recordaba que siendo más jóvenes hubo momentos en que a la hora de tomar decisiones importantes, no había manera de convencerla de otra cosa, cuando la decisión ya estaba tomada. Pensó por primera vez en mucho tiempo que quizás él se había pasado.

Jorge acabó aplazando la cena con su jefe, acudió al espectáculo a beneficio de la agrupación infantil peruana y mientras oía a Elena cantar y tocar el piano pensaba en la maravillosa compañera que había tenido la suerte de encontrar. La cena de nochebuena fue divertida y amena y Jorge ayudó a prepararla en todo cuanto pudo.




sábado, 21 de enero de 2012

Confabulación de un cambio

Autora: Elena Casanova 

— ¡Bombón… bombonazo…..!—  de forma instintiva giró la cabeza hacia la derecha y en la acera de enfrente vio un grupo de chicos jóvenes que no pasarían de los veinte y tantos. De repente se ruborizó al darse cuenta que ella había sido el objetivo del piropo. Volvió rápidamente la cabeza con una sonrisa de satisfacción aderezada de cierta soberbia.  Elena transitaba por una calle  comercial y,  por primera vez en mucho tiempo, se miró de reojo en el reflejo de los cristales de los escaparates pensando que no estaba mal para su edad. Pasadas tres o cuatro tiendas se detuvo y volvió a observarse durante unos minutos. Esta vez no reparó en sus curvas,  sino que hizo un examen general de su apariencia. Pero… ¿qué hacía un sábado por la mañana embutida en un par de zapatos de tacón alto, una falda entubada y una camisa de seda para ir a comprar una barra de pan? Se sintió casi ridícula vestida de esa manera y, más aún, cuando descubrió su evidente parecido a una mosca con esas enormes  gafas de sol que le tapaban casi toda la cara. Por no hablar del pelo, teñido de un color imposible de calificar y un corte tan formal que parecía que no se había despeinado en su vida. Pero nada de eso importaba demasiado, lo que realmente le preocupó no fue el porte estirado de señora bien, sino ese perpetuo rictus de gravedad esculpido en el rostro, sin comprender muy bien en  qué  había convertido su vida, en quién se había convertido ella misma.

Decidió empezar por lo más simple. Se dirigió a  su casa tan rápido como pudo, pero claro, con esos tacones todo esfuerzo por ganar algunos metros se hacía infructuoso. Soltó el pan en  la cocina  y camino del dormitorio se fue quitando toda la ropa tirándola al suelo,  gafas incluidas. Se colocó una camiseta, unos vaqueros y un par de zapatillas. Bajó a la calle y se dirigió a su peluquería habitual. Una vez dentro  casi le suplicó a Carlos que le hiciera un buen corte de pelo, que desterrara de un plumazo esa pinta aburguesada que se había ido adueñando de ella sutilmente durante tantos años… Cuando hubo terminado su peluquero, empezó a sentirse más cómoda con su imagen.

Pensó con regocijo que tenía todo el sábado y parte del domingo para ella sola. Decidió que había otros asuntos pendientes de un cambio antes de que aparecieran por la casa su marido y sus hijos. Entró en el cuarto y de un tirón quitó la colcha de croché que le había regalado por Navidad su tía Purificación, una manitas muy solícita que vivía en el pueblo. Había odiado aquella colcha desde el primer día pero por respeto o por pereza no se atrevió a quitarla desde el momento que la probó en su cama: —o era ahora o  nunca— Luego pasó al armario.  Cogió una bolsa enorme y metió casi todas sus faldas, de pitillo la mayoría, que tanto gustaban a su madre, gran parte de las camisas a juego y todos los zapatos de tacón alto que habían destrozado sus pies de forma inmisericorde. Más tarde, en  el comedor, vació parte de los libros de una de las estanterías, la mayoría recomendaciones de Jorge aduciendo que eran interesantísimos y que ella había soportado estoicamente en agotadoras tardes repletas de aburrimiento. Hizo otro tanto con una colección de discos insufribles que el año anterior habían colocado los reyes magos con tanto primor debajo del árbol y, sin ningún escrúpulo,  tiró directamente a la basura  un dvd con el coñazo integral de “Agua tibia bajo un puente rojo” de cierto director japonés, una verdadera joya cinematográfica para Jorge. Con estos gestos tan sencillos, se sintió en parte liberada, y parecía que el aire empezaba a circular por sus pulmones. Había otras películas imposibles, pero les concedió el indulto terminando  con el resto de los desechos. No sabía qué hacer con todas estas cosas, de momento las bajó al trastero y ya pensaría más adelante su ubicación definitiva.

Le entró apetito aunque no tenía ganas de cocinar, odiaba ponerse frente a una hornilla. Decidió comprar alguna cosa para el almuerzo y también el periódico. Buscó una postura cómoda en el sofá del comedor y con una copa de vino en la mano se zampó casi media pizza. Desplegó el periódico y cuando no tuvo ganas de leer más  se quedó completamente dormida.

Abrió los ojos alrededor de las siete de la tarde, hacía tiempo que no había dormido tan plácidamente. Como no tenía otros planes terminó el trozo de pizza que le había quedado del mediodía, ojeó las páginas de cine en el periódico y compró por internet dos entradas para el día siguiente. Se decidió por un estreno, “Un dios salvaje” dirigida por Polanski.

Se levantó tarde al día siguiente haciéndose la remolona en la cama, pero no estaba totalmente ociosa sino que desde allí reflexionó sobre su cambio de actitud,  haciéndose la misma pregunta una y otra vez, ¿qué vio exactamente reflejado en el  cristal que hizo posible aquella reacción? No era una ilusa, sabía sobradamente que los cambios no son fáciles, pero eso sí,  no volvería a refugiarse en la indiferencia como tampoco se escondería detrás de unas enormes gafas, en faldas que rezumaban  tristeza o subirse en descomunales tacones que la iban deformando poco a poco.

Hacia las seis de la tarde llegaron Jorge y los niños. Notaron a Elena diferente, algo que iba más allá de su corte de pelo, pero no sabían exactamente qué era. Jorge habló sin parar de lo bien que lo habían pasado esquiando en la sierra, de cómo los niños y él mismo habían progresado muchísimo en tan poco tiempo. Ella lo escuchaba, después de mucho tiempo, con una parsimonia casi ofensiva sin enterarse absolutamente de nada. A ella todo lo relacionado con el esquí le importaba nada, le aburría. Cuando su pareja dejó de jactarse de su brillantez,  Elena le comunicó que había comprado dos entradas para el cine y antes de que Jorge reiterara que no era el momento oportuno, convencido que compartirían el resto del día con una buena cena, Elena se levantó del sillón dirigiéndose a su habitación y después de pintarse los labios y ponerse un abrigo, le dijo a Jorge que llamaría a Mercedes, una amiga. Seguro que iría con ella encantada. Ante la cara de  asombro de Jorge y antes de que pudiera replicar cualquier cosa, la puerta se cerró. Se quedó con la mirada absorta hacia la puerta cerrada, casi hermética, pensando: “No es solo su aspecto lo que ha cambiado, hay algo más… ¿dónde está la mujer que se quedó en casa y quién es ésta que he encontrado hoy….?”

viernes, 20 de enero de 2012

Me da igual, me da lo mismo (1ª parte)

Autor: Antonio Cobos

Esas nueve palabras, o a veces sólo las cinco primeras o las cuatro últimas, se fueron haciendo cada vez más habituales en los labios de Elena. A Jorge, su marido, cada vez le desagradaban más. No era consciente en absoluto de que él había contribuido sobremanera a esa indiferencia y falta de definición de su esposa.

Elena se había educado en un ambiente tradicional pero era una mujer alegre y comprometida. Conoció a Jorge en la facultad, en aquellos años revueltos de la década de los setenta en los que se veía al alcance de la mano, el final de la dictadura.
   
Jorge con una personalidad fuerte y de ideas claras, se movía entre los blancos y los negros y raramente diluía su opinión en tonos grises. Muchas veces repetía las palabras del Apocalipsis 3:16 “porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Aborrecía la tibieza. Le gustaba polemizar y era capaz de discutir durante horas antes de aceptar el punto de vista del contrario. Argumentaba bien y era especialmente hábil en encontrar el razonamiento preciso en cada instante. Rápido de reflejos, siempre tenía un contraataque preparado, antes de que el contrario terminara de exponer su punto de vista.
Elena, aunque moderna y adaptada a los nuevos tiempos e ideas, tenía sobre sus hombros el peso de una educación represiva, que le había hecho ocultar sus deseos y manifestaciones espontáneas. Su sentido del deber rayaba en lo obsesivo y no se permitía a sí misma, no hacer lo que se tenía que hacer. Se casaron por la iglesia, por ejemplo, no porque fueran creyentes, sino porque ella insistió en que daría un mal rato a sus padres si no tenían una ceremonia religiosa. Sin ser consciente de ello, había heredado multitud de actitudes de sus padres a pesar de que, en teoría, era muy distinta a ellos. En casa de sus progenitores, a veces se hablaba de política y se tenían las discusiones normales de dos generaciones distintas. Aunque de ideologías diferentes, las discrepancias no llevaron nunca la sangre al río y al cabo de unas horas todo parecía olvidado y se llevaba una convivencia normal.

En casa de Jorge, en cambio, había una realidad diferente. Optaron, finalmente, por no sacar temas políticos, pues las discusiones sobre la realidad nacional de la época,  desencadenaban tensiones, sobre todo entre padre e hijo, que perduraban en el tiempo y condicionaban el resto de los días de convivencia que pasaban juntos.

Transcurrieron los años, vinieron los hijos y la convivencia se fue amoldando a la realidad del día a día. Pero poco a poco, Jorge se fue erigiendo en el señor del lugar. Las iniciativas de Elena: una exposición de arte, un viaje de fin de semana, una comida con los amigos y otras cosas por el estilo, solían tener una contraoferta por parte de Jorge y a Elena no le importaba posponer su propuesta, que la mayoría de las veces se quedaba en eso, en una simple propuesta que no se llegaba a realizar. Sin darse cuenta reproducía el papel que su madre había desarrollado con su padre, ya que era éste el que tomaba las decisiones en su casa.

Con los años, la frecuencia de propuestas se redujo. Sobre todo cuando a Jorge le dio por descalificarlas con expresiones que pasaron del ‘ahora no es el momento’, ‘eso es mejor en verano’ o ‘ahora tenemos muchos gastos’ a ‘eso es una tontería’, ‘¿cómo se te ocurre proponer eso?’ ‘no dices más que chorradas’ o ‘yo allí no voy’.

Llegó un momento en que Elena dejó de proponer e incluso de pensar, Jorge llevaba las riendas y tomaba las decisiones, sin incluso saber la opinión de Elena. Total, a ella ‘todo le daba igual, le daba todo lo mismo’…

Pero no era cierto y un día … (acaba tú la historia como quieras).