jueves, 27 de diciembre de 2012

Una situación milagrosa


Autora: María Gutiérrrez

Llevo cincuenta años viviendo en este mundo, soltera y sola. No he encontrado a nadie hasta ahora que me llene lo suficiente para dar un paso firme hacia adelante y formar una familia.

Creo que de una manera no consciente he elaborado una serie de defensas para llegar a esta situación. Trabajo como administrativa en una importante empresa multinacional recibiendo todos los meses una nómina que me da para vivir de forma desahogada.

Recientemente me he cambiado de casa. Ahora vivo en otra zona más céntrica y con bastante ambiente, pero sigo sin encontrar a nadie con quien charlar, salir, ir de compras u organizar algo. Tampoco me ilusiona coger el coche y perderme en algún lugar o ir libremente de un sitio a otro y conocer gente nueva. En alguna ocasión, he intentado relacionarme con chicos pero lo he pasado muy mal porque me he sentido rechazada. Creo que no me encuentran atractiva, mi cuerpo ya no es el de una chica de veinte. Con el paso del tiempo he ido engordando y me he puesto redondita, achacándoselo al cambio hormonal.

Nunca pensé que iba a llegar el momento en el que me preocupara por mi peso. He decidido que voy a empezar a cuidarme un poco más. Mi cuerpo es lo único que tengo a mi cargo y ¡aquí estoy!, dispuesta a ocuparme de él al precio que sea.

Menos mal que estoy más sana que una manzana y por ahora esto cuenta bastante a mi favor. Me he puesto manos a la obra y ya llevo un tiempo practicando mi nueva vida sana, pero los resultados no son lo rápidos que yo esperaba.

Sin esperarlo, de pronto todo ha cambiado. Un anuncio en televisión de una crema reductora ha obrado el  ¡milagro!. En tres semanas, mi silueta ya no es la de antes. Me veo mucho más esbelta, con menos celulitis en los muslos y con una cinturita  de avispa. Esto ha sido un golpe de “varita mágica” que me ha devuelto a mi juventud perdida.

He vuelto a ponerme bikini y a lucir palmito. He notado como me han mirado al pasar y les he oído decir: ”mira que tranquila va paseando sin complejos ese cuerpo de tonelillo que se le ha puesto con el paso de los años. Esto me ha hecho reaccionar y volver a la realidad y ser consciente de que el tiempo ha ido dejando su huella y que también de ILUSIÓN se vive.

jueves, 20 de diciembre de 2012

El regreso

Autor: Antonio Cobos

Una nueva primavera apuntaba en los árboles y jardines de Basilea. Los fríos días de invierno quedaban atrás, y de nuevo, los habitantes de la ciudad, especialmente los jóvenes, se volvían a sentar al sol en la orilla derecha del Rhin.

Jorge, un español de 29 años, arquitecto, tomaba unas cervezas de despedida con algunos compañeros de trabajo. Se había marchado al extranjero en los años de fuerte crisis en España y había conseguido encontrar un puesto en un estudio suizo de renombre mundial. La experiencia había sido positiva, pero tras varios años de constantes idas y venidas a España, parecía que una buena oportunidad le abría sus puertas en su tierra de origen.

Los primeros años hubo viajes constantes, siempre que podía, para pasar unos días y a veces sólo unas horas con su novia. Después de la boda, los viajes se hicieron más frecuentes, casi semanales. Y ahora, por fin, parecía que esa especie de exilio ocupacional tocaba a su fin.

Al día siguiente, tenía que coger el tren de Basilea a Zurich. En Zurich cogería el avión hasta Madrid y allí cogería el tren hasta su casa, en esa ciudad donde su esposa tenía su puesto de funcionaria. Un día más tarde tendría, temprano, la primera entrevista de trabajo con su nuevo jefe, un arquitecto joven, algunos años mayor que él y que había conseguido una cierta fama en su campo profesional. El puesto era suyo, ya había superado la selección, pero sabía que una buena impresión inicial era fundamental para establecer una relación positiva de cara al futuro. Tendría que cuidar los detalles, sin dejar de comportarse de una manera natural, sin dejar de ser lo que él era.

Por la noche, puso la alarma del despertador del teléfono y terminó de preparar las últimas cosas del equipaje. Con anterioridad ya había ido llevándose libros, ropa y otras pertenencias de su segunda casa, su casa en Basilea, que compartía con otro arquitecto joven australiano, que trabajaba en el estudio.

Se echó en la cama e intentó dormir pero su cerebro no quería o no podía obedecerle. Pasaban por su cabeza los años transcurridos en aquel estudio, sus triunfos y derrotas, los nuevos conocidos, las obras increíbles a las que no hubiera tenido acceso de haberse quedado en España y haber trabajado para sí mismo, los amigos, los lugares, la fatiga de un constante y duro exilio laboral, los aviones, las prisas, …
Su mente se amodorró y se quedo por fin dormido, en aquella su última noche de exilio. Todo estaba preparado, las maletas listas, el anorak colgado en la entrada, la mochila con el ordenador y algunos libros, y todavía abierta para guardar el cepillo de dientes y el pijama. Paul, el australiano, no estaba en casa y un silencio extremo inundaba el interior de la vivienda. Fuera, el silencio era aún más poderoso. El tiempo había cambiado y desde las doce de la noche una copiosa nevada cubría los parques, calles y tejados de la ciudad.

Todo lo embargaba el silencio, excepto aquel bip repetido que emitía el teléfono de Jorge, que le avisaba de que la energía que lo alimentaba estaba tocando a su fin y que nuestro joven arquitecto no oía, sumido en un profundo sopor, tras las horas de insomnio.

Sonó la alarma un instante y se vino abajo la escasa carga que tenía. El teléfono enmudeció del todo. Jorge siguió durmiendo.

Media hora más tarde, como si lo hubieran sacudido, despertó de golpe, con el cuerpo relajado de haber dormido profundamente aunque durante escasas horas. Decidió mirar el teléfono para ver cuanto tiempo restaba para que comenzase a sonar. No tenía luz. ¡No funcionaba! No tenía reloj, con el teléfono y el ordenador sabía siempre en que hora estaba. ‘Encenderé’ el ordenador pensó. ‘No mejor enchufo la tele y veo la hora’. Salió atropelladamente al salón, se golpeó en un pie descalzo, buscó el mando, seleccionó el canal de noticias donde casi siempre ponían la hora. Lo halló. ¡Las seis y treinta y tres! Más de media hora tarde. El autobús del aeropuerto pasaba a las 6:45 pero tenía diez minutos hasta la parada. Tenía que vestirse. Se despojó del pijama, lo hizo un lío y lo metió en la mochila, se vistió en un minuto, renunció al café que había pensado tomarse. Cerró mochila, cogió maletas, descolgó el abrigo, se colgó mochila, se cayó el abrigo, arrastró maletas. Son las 6:36.

Abrió la puerta y salió al rellano, volvió por el abrigo, se quitó la mochila y se lo puso. Volvió a colgarse la mochila y salió a coger una maleta en cada mano. Se dejó la puerta abierta y volvió sobre sus pasos. Tiró de la puerta del piso. Cuando llegó a la puerta de la calle y la abrió, un ‘¡Oh, no!’ salió de sus labios. Al menos había treinta centímetros de nieve. En vez de tirar de las maletas, cogió cada una en una mano y avanzó por la nieve. Son las 6:38.

Decidió correr, pero no podía con tanto peso. Pisó en falso y cayó. Tendrá que ir con cuidado pues la nieve impedía ver las irregularidades del suelo. Son las 6:41.

Cinco minutos más tarde llega a la parada. Son las 6:46. Le parece ver dos pilotos rojos del autobús al final de la calle. ¡Maldita puntualidad suiza! El próximo pasa a las 7:15. Aún tendrá tiempo. El avión sale a las 9:00. El embarque lo cerraran a las 8:30, pero tiene que facturar. Cree que lo podrá hacer hasta las 8:00. El autobús llegará al aeropuerto a las menos diez.

Todo está cerrado. No hay nadie en la calle. El tráfico es muy escaso y el frío se le va metiendo por debajo del abrigo. Llega el autobús por fin. Son las 7:14. Sube las maletas y paga su billete. Comienza a haber más tráfico. Hay algún coche atravesado. Por suerte pueden pasar. Las quitanieves están limpiando las calles y carreteras.

8:49. El autobús llega al aeropuerto. A las 8:50 atraviesa las puertas de entrada. Sale corriendo hacia los mostradores de facturación. Ya sabe cuales son, de otras muchas veces. No hay nadie haciendo cola pero aún hay una azafata atendiendo. Alcanza el mostrador, ¡ ha llegado a tiempo!. ¡Ha sido un milagro!
La azafata mira la hora en su reloj y mira a nuestro joven. Le dice en francés. ‘Ya está cerrado’. Al ver la cara de Jorge le dice: ‘Pero vas a tener suerte, la nieve ha ocasionado un retraso de una hora en la salida’

sábado, 15 de diciembre de 2012

El prodigio de un tal Pascual Bailón

 Autora: Elena Casanova


Cuando encontraron a don Cándido Cabezón Cuadrado tenía una enorme brecha en la cabeza. De la herida manaba un surtidor de sangre y el pobre hombre no dejaba de repetir lo mismo: ¿Qué me has hecho, qué me has hecho? Lo llevaron rápidamente al hospital más cercano y en unos días volvió a su casa con toda la cara amoratada y un buen zurcido que le dejaría secuelas de por vida.

Casi todos los vecinos del pueblo desfilaron por su casa para comprobar cómo se encontraba el infeliz después del trágico accidente. Se toparon con otro hombre, una persona que  no sabía nada de su pasado y, por olvidar, hasta había olvidado su propia identidad. No era el don Cándido de siempre, un hombre de carácter tranquilo, amigable, algo callado y muy dúctil pero con unos valores morales muy rígidos y conservadores, con una rectitud tal, que jamás cambió de opinión en cuestiones consideradas por él como deshonestas e indecorosas. Ni siquiera don Matías, el cura, había sido capaz de doblegar actitudes un tanto excesivas.

Hacía tiempo que los jóvenes del pueblo intentaban que el ayuntamiento les dejase un salón que nunca se había utilizado para ocuparlo los sábados por la noche, que les permitiera disfrutar de un lugar de esparcimiento en un pueblo alejado de casi todo y poco que hacer los fines de semana, donde el aburrimiento y la apatía eran la tónica general. A don Cándido correspondía dar el consentimiento para ser ocupado que, como cacique, todo el pueblo le pertenecía y como alcalde, manejaba todos los asuntos públicos. En cuestiones puramente económicas no era un hombre demasiado ambicioso y todos sus arrendatarios vivían en unas condiciones de holgura y desahogo más que razonables, pero en  asuntos de la moral no permitía ningún vilipendio, y para él la apertura de esta sala con fines un tanto dudosos profanaba todos sus principios éticos, incluso se ponía enfermo y hasta se le encogía el corazón al pensar que su pacífico pueblo pudiera convertirse en la Sodoma y Gomorra de toda la comarca.

Paradójicamente don Cándido era un gran devoto de San Pascual Bailón, y todas las tardes se acercaba hasta la iglesia para rezarle. Los vecinos del pueblo lo sabían, y durante la misa de los domingos, reunidos todos en la iglesia, se dirigían al santo y desde el silencio y la complicidad colectiva, le pedían fervorosamente que iluminara el entendimiento de don Cándido para que dejara de ver el pecado donde solo había un deseo de entretenimiento…

Y ocurrió. Nadie fue capaz de decirlo en voz alta, pero San Bailón en un arrebato, según me contaron los mayores del lugar, de misericordia hacia todos ellos, en una de aquellas tardes de oración dejó caer el pedestal donde se apoyaba, y una de las esquinas fue a parar a la cabeza de don Cándido, con tan buena fortuna que no murió pero sí que contrajo la enfermedad de la memoria, hasta el punto de abandonar en algún rincón oscuro de la conciencia, su decencia y decoro exacerbados. Sin embargo, la figura del franciscano tallada en madera policromada, no sufrió daño alguno a pesar de haber caído desde una altura de dos metros del suelo.

Todos los vecinos coincidieron en lo mismo: el milagro por fin había sido concedido, incluso don Matías, que solo quería creer en un fatal accidente, de vez en cuando no podía evitar acomodarse a la opinión de sus feligreses.

El 17 mayo, día de San Pascual y después de sacar en procesión al santo, todo el pueblo se reunió en el salón del ayuntamiento, adornado de guirnaldas y farolillos. El cura bendijo la estancia y vestido con sus mejores galas, don Cándido fue testigo de este gran acontecimiento, no ya como alcalde del pueblo, pero sí como figura importante del lugar. Se le veía feliz y contento rodeado de todos, e incluso dicen que cuando empezó a sonar la primera pieza, su pie derecho no paraba de taconear y los dedos de su mano izquierda tamborileaban al compás de la música. Benita, tan soltera como el día que su madre la parió, siempre había sentido un impulso muy apasionado hacia don Cándido y, sacándolo a bailar, se atrevió por fin a susurrarle todo su amor y adoración al oído, sin temor a herir los sentimientos de recato y pudor de su bien amado don Cándido Cabezón Cuadrado.


No existen los milagros

Autor: Antonio Pérez


Un muchacho orgulloso, obstinado en sus quehaceres del día a día, orgulloso ante los demás y con afán de demostrar que él puede ser mejor que los demás en cada paso que da, en cada camino que coge, siempre intentando destacar, llamar la atención a gritos, buscando reconocimiento, a cada paso, a cada segundo.

Realmente es difícil saber de dónde viene esa obstinación, aunque seguramente con un trasfondo seguro en dónde su infancia pudiera haber sido infravalorado, humillado o cualquier otra forma de que pudiera haber tenido una infancia oscura, difícil, solitaria e improductiva. Realmente es una superación, una adaptación al medio, dónde el débil al sobrevivir se hace fuerte, la presa en cazador, el dominado en dominante.

Paulo, era uno de esos chicos. Cursaba 2º de bachiller, con unas notas medias de sobresaliente. Realmente no dejaba que le superara nadie, todo era rivalidad para él, incluso a la hora de hacer cola en la cafetería de llegar el primero.

Él era querido por su grupo de amistades, pero esa rivalidad que tenia él, impedía que realmente la amistad fuera pura y verdadera, realmente había mucha discusión entre ellos, ya que hacía de esa forma de ser, un carácter frío, calculador, desconfiado.

En este curso tenía un profesor de filosofía que realmente era un digno docente, de los que ya no quedan. No sólo le gustaba enseñar sino educar. Era comprometido con sus alumnos e intentaba una educación real hipotética en esta sociedad tan corrompida. Difícil, pero terco.

Ramón, que después de tres mese de clase ya había interaccionado con la mayoría de sus alumnos, un día propuso en su clase un debate con el tema “poder, dinero, fama”. Realmente la mayoría de sus alumnos opinaban como forma general de las cualidades perjudiciales para el ser humano, de una sociedad clasista de hoy día, capitalista, una forma de poder y estatus. Otros opinaban más favorable, alegando avaricia y pereza que es el camino más cómodo y rápido de vivir. Otros totalmente en contra defendiendo el símil de ser un espantapájaros, unas marionetas de una oligarquía, un proletariado dónde explota de forma esclavista para subsistirse. Realmente su sorpresa fue cuando en el turno de Paulo, realmente, se quedó sorprendido.

Paulo:  Realmente opino, que el dinero es el látigo o arma de hoy día, quien más tiene es capaz de dominar a los demás y someterlos a sí mismo. Por ello cada uno debería pensar en ser quién esté por encima de esa escala de poder si queremos llegar a ser alguien en la vida. Esto realmente va ligado de forma muy estrecha con el poder, capaz de dominar el mundo como un tablero de ajedrez, de ser el rey, el emperador, estar por encima de gobiernos e instituciones dónde han de doblegarse siempre estando un paso por delante de ellos controlando las fichas de ajedrez. Y La fama es algo que nos arropa en la tumba, para recordar en esta corta vida, recordarnos las grandes cosas que hemos hecho, por ello también es un factor clave, no solo tener poder, sino un reconocimiento más allá de la muerte.

Ramón, realmente no se creía de lo que su alumno tenía en mente como no un posible futuro, sino lo que verdaderamente quiere ser su futuro. Así que decidió una tarde invitarlo a tomar un café y hablar del asunto.
El lunes de la siguiente semana quedaron en una cafetería de una presa, dónde aparte de buenas vistas, era un espacio agradable, tranquilo, dónde podrían discutir sus puntos de vista sobre lo debatido en clase.

Ramón le dijo - Realmente me dejaste sorprendido ante tu punto de vista del poder, fama y dinero. Sabes que el poder puede llegar a ser bueno siempre y cuando se utilice en defensa de los demás, nunca una forma de imposición y dominancia, y la fama, realmente puede ser buena o mala, depende de qué es lo que quieras dar a conocer de ti. El dinero es necesario, eso no se puede negar, pero realmente utilizarlo como una forma de poder es caer en la avaricia, gula, lujuria, soberbia… Es quedarte solo. Los amigos no serán amigos solo buitres que se acercarán por el dinero, te aburrirás con tanto dinero, si no disfrutas de las cosas básicas de la vida que no necesitan de dinero, como amigos, novia, una familia, y te llegará a consumir del todo.

Paulo le contestó - Eso es lo que crees tú profesor, porque no has tenido nada de eso, y la envidia hace que estés en contra. Realmente con dinero no tendré ningún tipo de problema con nadie ni con nada, con la fama todos me querrán como los famosos, y el poder es algo que viene bien para estar seguro de que nadie quiera hacerme daño ni tratarme mal.

Ramón después de tres horas intentando hacer razonar a su alumno, vio que era imposible hacerle entrar en razón con esos ideales tan fuertes que tenía y decidió intentar otra cosa. Le mostraría a pie de calle realmente todos los valores antónimos a lo que él profesa intentando entrar en su corazón, ablandándolo emocionalmente.

Ramón siguió diciendo - Paulo te propongo una cosa, si después de esto sigues pensando en lo mismo, no te molestaré más. Te mostraré tres cosas a pie de calle, irás conmigo donde diga, quiero que veas una serie de cosas, ¿aceptas?

- Acepto, pero creo que ni con un milagro me harás cambiar de opinión.

Y así convenciéndolo Paulo aceptó la oferta del profesor, indignado y con deseo de cambiar ese pensamiento estricto de su alumno.

La primera prueba fue intercambiar el rol del profesor por alumno. Ramón pasó a ser un alumno más y Paulo a profesor durante 4 días. En estos cuatro días tenía que lidiar en ser un líder, explicando todo lo que Ramón le iba esquematizando la materia de cada día. Tenía que lidiar con sus compañeros que éstos al verlo como un igual, no solían ni prestar atención apenas ni tomarlo en cuenta, desencajando varias veces al muchacho. Al final de los cuatro días sus compañeros llegaban a mirarlo con seriedad y enojo, realmente molestos por cómo había ido siendo el muchacho con ellos castigándolos con deberes negativos cada vez que se cabreaba.

La segunda parada se la propuso ir a un comedor social. Ayudaron durante una semana para servir las comidas a indigentes, gente paupérrima. Llegó hasta hacer amigos al final de esa semana.

La tercera parada se la propuso en una residencia de ancianos, veteranos de guerra dónde estos le contaban lo grandes que habían sido de jóvenes, le contaban como consiguieron todas las medallas. Realmente le encantaba escuchar esas historias de héroes.

Al final de la tercera semana quedaron en el mismo lugar dónde quedaron para tratar el tema, en esa cafetería con vistas a la presa.

Ramón le dijo: - Bien, cuéntame tu experiencia y como has vivido estos días.

- Realmente ha sido mucho más duro de lo que pensaba. En clase era imposible llegar a ser obedecido por los compañeros a los cuáles ya viste que ni me hacían caso, ni prestaban atención como a ti. Realmente no pensaba que ser profesor era tan difícil. El comedor ha llegado a ser un estímulo a lo que yo estaba convencido, que la felicidad se consigue con dinero. Realmente me extrañó cuando le pregunté a Ramiro que si era feliz y me contestó que sí. Cuando le pregunté cómo podía ser eso cuando vivía en la calle y comía en el comedor social, y no tenía nada, él me saltó diciendo: - “Yo no quiero nada más, tengo agua de la fuente, comida caliente, duermo caliente en mantas y cartones todas las noches y además tengo muchos amigos dónde nos juntamos todas las tardes y mañanas a hablar y contar chistes, tener cosas es un problema y responsabilidad, aparte son dos días y hago básicamente lo que todos…”

Cuando fuimos a la residencia, realmente me sorprendió, héroes, gente que ha luchado con su vida por su país, donde eran poderosos, han sido poderosos y que acaben en una residencia, tullidos, apenas sin ser recordados, y sin familia algunos, solo lo que en la residencia puede tener.

Ramón terminó diciéndole - Ahora espero que entiendas, que el dinero no siempre da la felicidad, ni que la gloria o la fama sirven de mucho cuando te haces mayor, y que el verdadero poder está en la humildad, la bondad, y la felicidad. Para mandar hay que tener cualidades positivas, y hacer mandar de una forma que los demás sean lo importante para ti y ellos lo acepten.

La riqueza no está en quién más tiene, sino el que menos necesita” y esto Paulo, no es un milagro que te hayas dado cuenta. Para tener éxito no tienes que hacer cosas extraordinarias, haz cosas ordinarias extremadamente bien.”


viernes, 14 de diciembre de 2012

El milagro

Autora: Carmen Sánchez Pasadas


Doña Angustias sale muy preocupada de la reunión de vecinos acompañada de su hija Encarna. Ambas viven en un barrio popular, cercano al centro. La madre, ya anciana, ha vivido toda la vida en esa casa, que pertenece a su familia desde hace varias generaciones y la hija, que ronda los sesenta, volvió al hogar familiar cuando enviudó, hace bastantes años.

Las dos son muy queridas y respetadas en el barrio, donde los vecinos más antiguos conocieron las calles empedradas antes de que el asfalto las cubriera o recuerdan cuando el tendido eléctrico sembró de farolas los rincones más escondidos. Vieron como la lechería se transformó en un pequeño supermercado y la taberna del Tío Pedro en un acogedor restaurante y como, posteriormente, las fatigosas cuestas fueron sorteadas por la línea de autobuses que acercaba el centro al vecindario. Y de esta manera los turistas fueron apareciendo, tras sus cámaras fotográficas, perdidos entre los laberínticos callejones, cada vez con más frecuencia hasta formar parte del propio paisaje.

Pero como suele suceder, el progreso tenía un precio, y la población natural del barrio no era rentable para las arcas municipales. Así, cierto día, el concejal de turno decidió trasladar el Centro de Salud a otro distrito, sin importarle la edad considerable de los usuarios. De nada sirvieron las protestas vecinales, ya que la postura de la autoridad fue inamovible. Pasado un tiempo, el vecindario sufrió un nuevo agravio. En esta ocasión la empresa municipal de transportes modificó el recorrido del autobús, limitándolo a los enclaves turísticos y dejando a la mayor parte de la población sin posibilidad de acceder a él. Nuevamente los vecinos, jóvenes y viejos, se manifestaron cortando el tráfico en las calles principales, pero las decisiones de la superioridad siempre pesan demasiado para ser reconsideradas, por lo que las quejas no fueron atendidas.

Sin embargo ahora, la noticia es aún más dolorosa. Varios vecinos, entre ellos Doña Angustias y Encarna, tienen un mes para abandonar sus casas. Las humedades que afectan a sus viviendas y con las que han convivido desde que recuerdan, amenazan, según los peritos del consistorio, la seguridad de los inmuebles. Mientras el presidente de la asociación vecinal, les comunica que no han conseguido retrasar el plazo dado y que el ayuntamiento ofrece a las familias alojamiento en viviendas sociales construidas en el barrio próximo, la hija evoca cada primavera, cuando rascaba y blanqueaba la fachada, o cuando su padre colocaba un zócalo de madera en el comedor para aislar la frialdad de la pared. Esa humedad nunca les ha impedido vivir en su hogar, ya que la construcción ha soportado lluvias y heladas cada invierno, resistiendo sin problema. No tiene sentido esto que les dicen ahora. Pero sí tiene explicación, extraoficialmente la Asociación ha conocido que está previsto construir sobre el solar una urbanización de apartamentos turísticos. Madre e hija salen silenciosas de la reunión. Encarna está indignada y su madre reprime un llanto ahogado que finalmente brota sin consuelo.

Días después, Encarna sorprende a unos vecinos observando la pared con las eternas manchas de humedad. A cierta altura aparecen unos trazos ocres de lo que parece ser una cara. Su ánimo no está para nada y sin preocuparle demasiado piensa que un grafitero se ha dedicado a pintar la fachada. Transcurridas otras jornadas, la imagen está completa y puede verse un rostro femenino, cubierto por un manto dorado. La mirada es muy dulce y las manos que salen de la túnica están en actitud acogedora. Realmente la figura es muy hermosa.

La noticia ha corrido entre los vecinos que no dejan de visitar el lugar. Alguien enciende una vela y otra persona deposita un ramo de flores, de forma espontánea el muro se convierte en un santuario improvisado. Doña Angustias piensa que la Virgen ha hecho un milagro escuchando sus súplicas y ha aparecido para ayudarlas. Igualmente son muchos los vecinos que creen esto.

Por su parte el Ayuntamiento, temiendo la repercusión que pueda tener la escena, ordena repintar el muro y retirar todas las ofrendas, pero con alevosía y nocturnidad, para evitar conflictos mayores. Sin embargo, el efecto es totalmente contrario, ya que al día siguiente la imagen vuelve a aparecer envuelta en un aurea brillante y las velas y flores se multiplican imparables.

El destino quiere que entre los numerosos turistas que pasean por la zona haya un periodista extranjero atraído por el fervor religioso, que fotografía y entrevista a los presentes. De esta forma se difunde la repetida aparición y con ella la desoladora historia de doña Angustias y su hija Encarna. Ese día todos los noticieros abren su edición con la imagen de la Virgen de los Desamparados, porque los vecinos ya le han puesto nombre, y la peregrinación continua de los feligreses venidos de todas partes.

Simultáneamente el Alcalde recibe una llamada del Arzobispo interesándose por lo sucedido y por la problemática que afecta a las dos mujeres. Desde el Ayuntamiento confirman los hechos y en cuanto al tema de las vecinas afectadas, entienden que todo ha sido un desafortunado malentendido y que en ningún momento se había previsto el desalojo de las mismas.

Semanas después, dada la afluencia de usuarios, la empresa de transportes decide incrementar el número de autobuses y ampliar el recorrido por el histórico barrio. Además otra oportuna llamada telefónica, recomienda la apertura del Centro Sanitario, que verá sus puertas abiertas en breve.

Varios días después, unas calles más arriba del domicilio de doña Angustias, en el restaurante, el tío Pedro se felicita por el éxito obtenido. Su pequeño negocio que estaba a punto de cerrar, vuelve a ser rentable. Los visitantes que el Milagro ha traído, recalan habitualmente en su establecimiento y ahora su mujer y él no dan abasto para atender a la clientela y han tenido que contratar a su sobrino que estaba en paro, su sobrino el pintor.


Los milagros

Autora: Pilar Sanjuán Nájera


Vaya por delante que no soy religiosa y no creo en los milagros. Sí creo en las casualidades, en las curaciones “casi” milagrosas de la medicina y en los hechos extraordinarios llevados a cabo por la psiquiatría que estoy segura de que la iglesia, a veces, los ha confundido con milagros.

Las diversas religiones hablan de milagros, pero ¿cómo creer en ellos si sabemos a través de la historia que las religiones y sus fanatismos han sido el azote de la humanidad. ¿Qué fueron las guerras santas de los musulmanes, o las cruzadas de los cristianos sin formas de exterminara a miles de inocentes? ¿Y si recordamos a la “Santa” Inquisición española que tuvo aterrorizada a la gente desde su fundación por los Reyes Católicos hasta principios del siglo XIX?

Actualmente aúnn se producen hechos escalofriantes entre musulmanes, hindúes, hutus y otras sectas diversas que se toman venganzas terribles porque ven at aques a sus dogmas religiosos en cualquier manifestación de libertad de expresión. En nombre de Alá, de Dios, de Odín o de Brahama ¿cuántos crímenes se han cometido? Además ¿qué milagros podemos esperar de religiones que tergiversan, falsean y desvirtúan sus preceptos para adaptarlos a los tiempos según convenga? Mahoma, en absoluto predicaba la lapidación de las mujeres adúlteras y nuestra religión, tal como la predicaba Jesucristo ¿se parece a lo que es ahora? La corrupción, las intrigas, las ambiciones de poder y el lujo insultante del Vaticano, ¿qué tienen que ver con la humidad, la sencillez, el verdadero amor al prójimo y la proximidad al necesitado que enseñaba Jesucristo? La figura histórica y humana de Jesús –yo no creo en su divinidad- me parece verdaderamente admirable,, como admirables son otras figuras ejemplares tales como Gandhi, Martín Luther King, Nelson Mandela, Desmond Tutu o Vicente Ferrer, el español recientemente fallecido. ¿Qué necesidad tienen estas personas para creer en ellos? Varios dieron su vida por defender causas justas como los derechos humanos, la libertad de sus países, la ayuda a los más débiles. ¿Qué más se les puede pedir? ¿En qué se parece la labor de estos héroes con los horrores de la Inquisición?

Afortunadamente, hay sectores de la Iglesia Católica bastante alejados del Vaticano y cercanos a la verdadera doctrina de Jesucristo. Me refiero por ejemplo a los cristianos de base o a la Iglesia sudamericana. Fui invitada hace unos años por unos amigos cristianos de base al bautizo de una hija y la ceremonia fue tan sencilla, tan auténtica y tan llena de sentimiento, que me emocionó hasta el fondo y me pasé la ceremonia llorando. Algunas instituciones como Cáritas hacen una buena labor social y esto hay que decirlo; claro que sus fondos no provienen sólo de la Iglesia, sino de muchos seglares generosos que prestan su ayuda.

Ahora voy a contar un “milagro” entre comillas, ocurrido esta vez en el seno de la religión budista (en todas partes cuecen habas); un milagro del cual tengo referencias muy directas que me hicieron abrir aún más los ojos sobre estos hechos extraordinarios llamados milagros.

Supongo que todos recordaréis a Osel, el niño-lama alpujarreño. Esto ocurrió a mediados de los 80. Se corrió la voz de que una mujer de Bubión llamada María, había concebido un niño sin intervención de varón y que es niño era la reencarnación de un lama importante, muerto el año anterior en California cuando estaba predicando. Al niño lo llevaron a aun monasterio budista de la India y desde su nacimiento comenzaron las peregrinaciones al templo que esta religión tiene en la Alpujarra, sobre el barranco Poqueira para ver el lugar donde había sucedido el milagro. Aún recuerdo a la madre de Osel en una entrevista que le hizo Canal Sur con toda la parafernalia que el caso requería. Ella juraba y perjuraba que se sintió embarazada sin que varón ninguno la hubiera tomado, como le ocurrió a la virgen María.

Pues bien, la verdad de todo lo ocurrido, la supimos mi hermana y yo poco tiempo después de los hechos “milagrosos” por una señora de Capileira que nos alquiló una casa rural en ese preciosos pueblo y que conocía muy bien a la tal María. Esta mujer estaba casada en Bubión, pero tenía una caterva de hijos, algunos de su marido y otros de diversas relaciones extramatrimoniales, con hombres con los que al parecer, si había tendido estrecho contacto. María se enteró de que en el Monasterio budista buscaban una mujer que cuidara de un monje enfermo. Ella se ofreció y se quedó allí cuidándolo casi en régimen de internado. Al poco tiempo quedó embarazada y parece ser que atendió al monje en todas sus necesidades. ¿Quién inventó el bulo de la reencarnación? Se supone que el monje para dar una explicación al embarazo de María.

La señora Josefa, que era una mujer muy cabal y con la cabeza en su sitio, nos contó también que ella y otras muchas mujeres de por allí, fueron “requisadas” por Canal Sur para aquella magna entrevista a María. Ella y las demás sintieron curiosidad por ver cómo era Canal Sur y accedieron. Nos contaba Josefa que se quedó espantada viendo las proporciones que estaba tomando el bulo y lo importante que se sentía María ante la expectación que despertaba. Como es natural, Josefa no se atrevió a contar la realidad de los hechos porque –me figuro- la habrían fulminado los interesados en que la mentira fuera tomando cuerpo.

Mi hermana y yo, una vez enteradas de la verdad de aquel suceso, hicimos nuestras reflexiones: “¿Cómo creer por ejemplo en las apariciones milagrosas de Fátima o Lourdes o en tantos milagros que cuenta nuestra religión?

Hemos estado en Capileira hace dos meses y hemos sabido que Osel abandonó el budismo y está ahora en Estados Unidos. Parece ser que siempre le pesó una vida monacal austera, unos estudios difíciles y una total falta de libertad.

Para terminar quiero recordar a Campoamor que decía: “No puedo creer en la historia antigua viendo cómo se escribe la moderna”. Yo añado: “No puedo creer en milagros antiguos, viendo cómo se fraguan los modernos”



El milagro

Autora: Rafaela Castro


En casa de Juan y Rosa, un matrimonio joven, las cosas no iban muy bien y con trabajos esporádicos iban saliendo como podían de aquella situación. Tenían dos hijos, Luís y María, de 8 y 10 años. Ellos procuraban que estos niños no fuesen conscientes de la situación precaria por la cual estaban pasando. Rosa procuraba que no faltara un plato de comida en la mesa, igual que algún postres, tales como natilla, uvas, etc… pero con el tiempo aquellos postres iban desapareciendo hasta llegar a perder aquella costumbre.

Un día, al terminar de almorzar, vieron que al contrario que otras muchas veces, el postre en casa había desaparecido, no había nada de nada. Tanto María como Luís, pedían permiso a sus padres normalmente para dar un paseíto por los alrededores de la casita donde vivían. Cuando estaban en la calle, María solía preguntar a Luís:

- ¿Tú crees que veremos a esa señora junto al manzano y  nos dará las manzanas como todos los días?

- Ya verás como sí está. ¡Es tan amable!- respondía Luís.

Ellos nunca habían observado que aquel árbol era inexistente, no existía, y mucho menos la estación del año era la propicia para que el supuesto manzano diera sus frutos, pero nada podría haberlos convencido de lo contrario.

Un día estaban haciendo los deberes, María se quedó mirando un dibujo de un frutero con manzanas y le comentó a Luís que mirara, que eran como las que la señora les daba a diario de postre.  Su madre rosa no pudo evitar oírla:

- ¿Qué estás diciendo María, de qué señora hablas?

- Pues de la que todos los días nos espera junto al manzano y no dice que siempre que vayamos, tendremos una manzana de postre –respondió María.

- Sabéis lo que os digo, que estáis locuelos y del lugar del que habláis solo hay un almendro y además con la navidad a las puertas es imposible que haya frutos de ese tipo –respondió la madre.

Pero los niños estaban seguros de que no mentían y aquello era real.

- Bien –dijo la madre. –¿Y cómo es esa señora?

- Se ve muy simpática y amable y nos dijo que hace mucho tiempo ella también estuvo viviendo por estos contornos y que le sigue teniendo mucho cariño a estas tierras –respondió María.

También le contaron a su madre que la señora les contó que ella elaboraba unas tartas de manzana muy ricas.

- Bueno, puesta a saber –¿Cómo va vestida esa señora? –preguntó la madre.

- Suele llevar una toquilla de lana, el pelo recogido, así, igual que tú y para ser mayor se le ve muy guapa, ¿verdad Luís? –preguntó María.

- Sobre todo buena –respondió Luís.

Rosa sintió la necesidad de coger la foto de su madre que había muerto cuando los niños era pequeñitos. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando recordó a su madre en su lecho de muerte diciéndole que nunca los abandonaría ni a ella ni a los niños. De sus ojos no dejaban de fluir lágrimas. Porque así era, no los había abandonado.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Fue un milagro

Autora: Amalia Conde

En el tiempo que estuve en el colegio de adultos representamos obras de teatro, una de ellas fue Doña Rosita la Soltera, de Federico García Lorca.
 
Haciendo esa función conocí a una señora y amiga extraordinaria, daba igual que el papel que tuviera que hacer fuera grande o pequeño, lo hacía mejor que ninguna. Terminó quedándose con el papel de doncella de Rosita.
 
Esta señora está casada, tiene tres hijos varones y una hija muy especial, no habla, la madre tiene que darle la comida, lavarla y acostarla. Cuando quiere algo, solo da gritos. A pesar de todo, la madre adora a su hija.
 
El papel de esta señora en la obra consistía en demostrar que quería mucho a Rosita dándole la razón en todo lo que hacía. Pero a la tía de Rosita no le gustaba esa forma de educar a su sobrina, y siempre se estaban peleando tía y doncella, hasta el punto que la echaba pegándole, entonces la doncella lloraba a grito pelado porque no quería dejar a Rosita.
 
Esta señora, amiga mía, no sabía que su hija y el marido estaban en el teatro viendo la obra. La hija empezó a sollozar cuando vio llorar a la madre, y que le pegaban, entonces el padre quiso sacar a su hija del teatro pero no podía porque ella quería ir adonde estaba la madre, de buenas a primeras, los gemidos de la hija se fueron pareciendo a palabras que decían algo así como ¡ma! ¡ma! ¡ma! ...
 
Ese es el milagro. No ha hablado nada más. Ya tiene treinta y ocho años.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

La pareja

Autora: Carmen Sánchez Pasadas

Algo ha cambiado. La pareja triste va conversando animadamente.

Día tras día, en su trayecto hacia el trabajo, Amalia se cruza con ellos. Van uno junto al otro compartiendo sólo el espacio. Le llama la atención los ojos tristísimos de ella, la mirada gris, sin brillo, enmarcada en un rostro pálido y bajo una melena que tímidamente empieza a ser canosa. La vista al frente, pero perdida, sin detenerse en nada, reflejo de una vida ausente.

Por otra parte, el acompañante, deber estar cercano a los cuarenta. Tiene aire distinguido, el corte de pelo adecuado y siendo elegante en el vestir no pierde su discreción natural. Su rostro también revela cierto desasosiego, que no logra identificar.

Han sido tantas las mañanas que la pareja y ella coinciden que su imaginación no ha dejado de tejer una maraña de historias alrededor de ellos. Así, por ejemplo, piensa que ella trabaja en alguna oficina, pero hace tiempo que su cometido dejó de importarle. Él seguramente será profesor de instituto y su mente, habitualmente también está alejada de la realidad cotidiana.

Amalia fantasea acerca de la tristeza que los envuelve y se imagina que recientemente han perdido a un hijo en un accidente. Que ella no ha conseguido sobreponerse. Que la vida ha dejado de interesarle y el vacío que la invade es infinito y está lleno de soledad y silencio. Que se siente hundida en el abismo y nadie, ni siquiera su marido puede acceder hasta ella.

Mientras tanto, él ha sumergido las noches de insomnio y abandono entre botellas de whisky. Ambos están rotos y extraviados.

Amalia recupera las riendas de su mente y piensa en lo mucho que se ha excedido en la tragedia que sus pensamientos han elaborado tan precipitadamente. Aunque sus años de experiencia como trabajadora social colaborando con familias desfavorecidas la han puesto en contacto con situaciones extremas demasiadas veces. Por este motivo principalmente aceptó el puesto que desempeña actualmente al frente del Programa de Adopción.

Sin embargo, esa mañana la visión de la pareja la trae a la realidad, porque además hoy es diferente. Amalia lo percibió nada más distinguirlos en la distancia. Ella a diferencia de otros días, no dejaba de mirarlo y sonreír, mientras se apretaba contra su brazo. Al mismo tiempo él le va comentando algo con entusiasmo. Se les veía felices.

Al final de una jornada agotadora, ya tiene listos todos los informes para una próxima adopción, Amalia recibe a la familia que citó ayer para una reunión antes de la entrega del niño. Le gusta repasar todos los detalles y hacerles la entrevista personalmente.

Cuando entran en su despacho, la sorpresa es mayúscula. Son Manuel y Pilar, la pareja que ve todas las mañanas. En un instante entiende la fisonomía de sus gestos durante tanto tiempo y la alegría desbordante de esta mañana. Tras leer el expediente de adopción sabe que son una pareja estable, que ambos trabajan y que Pilar ha sufrido varios abortos, el último hace pocos meses. Ahora todo encaja. Y para su asombro, ellos le confiesan que también la reconocen como la señora con la que se cruzan cada mañana y cuyo rostro transmite confianza a la vez que se ve resuelta.


viernes, 16 de noviembre de 2012

Aquello no dicho

Autor: Antonio Pérez

Hola nena, ¿cuánto tiempo?

Quizás te extrañe esta carta, a mí también. Quizás rehúses leerla, yo poco más y rehúso escribirla. Quizás no te importe en absoluto lo que aquí ponga, realmente tú ya no me importas.

Sólo era un par de cosas que necesitaba decirte y que sí te agradecería por última vez que me escucharas detenidamente.
Realmente hay cosas que rompen la paz de cada día, rompen la rutina de lo mismo en cada momento, ese ritual  que aunque nos adormece poco a poco, lo echamos en falta cuando no lo tenemos. Es fascinante como una pequeña cosa imperceptible al ser humano, algo subjetivo, puede llegar a trastornar tantas cosas dentro de un mismo ser, o varios.

No hago más que pensar en ese día, en que no nos dijimos adiós, pero simplemente volamos.  Es como alguna especie de tormento imaginario pero físico a la vez, que trastorna cada segundo de reloj impidiendo que el cuco salga alegre a cantarle a la hora, ni por bulerías.

Es fascinante como lo que olvidado estaba y sepultado, no ha hecho sino en este momento  aflorar con más fuerza y ahínco. A veces creo, que realmente es veneno, espinas hincadas llenas de veneno con algún tipo de radiofrecuencia  que se activa con determinados estímulos, con diferentes lenguajes subjetivos, extralingüísticos y retroalimentado por cada gota de pensamiento, de recuerdo de aquello que jamás supe borrar.

Tu amiga, la tal Cristina no sé si lo hizo a posta o no, pero realmente creo que apretó el botón. Con lo chico que es el mundo y tuve que encontrármela una noche en el pub que suelo frecuentar. Esa noche, además era especial, celebraba algo, y realmente quería que hubiese sido perfecta, pero no… Imposible. Cristina estaba allí me vio, sin yo verla a ella, y vino a saludarme. Realmente no sé porqué, porque si  todas tus amigas dejaron de hablarme, sinceramente me molestó y mucho esa determinación que tuvo. Se me acercó saludándome. Yo me hice el desentendido, como si no la conociese, diciéndole en todo momento, perdone creo que se ha equivocado… no creo que fuese yo. Le di mil datos erróneos para que creyera que no era yo. Y con la tontería estuve casi dos horas hablando con ella, la cual al final no sé si por seguirme educadamente la corriente,  o por verdadera ignorancia de lo que le estaba contando habiéndola trastornado y convencido, se despidió prometiéndome que iría al restaurante donde trabajaba, que era uno de los datos que le di.

Realmente, quizás alivio o no,  si llegué a convencerla, pero realmente lo que sí es molestia que por culpa de ese encuentro el veneno haya resurgido de nuevo otra vez, y otra vez estés en mí cada segundo de la vida, como un ídolo venerado, como un fiel creyente en su dios.

Realmente, esta carta es porque necesitaba decirte lo que no me dejaste un día, realmente esta carta es para decirte lo que pensaba, lo que necesitaba decir.

No sé si llegaré a mandártela, pero si así lo hago, no te pongas en contacto conmigo, no quiero más espinas ni más veneno, sólo el antídoto para de una vez definitivamente volar sin cadenas.

Un beso, el triste pirata de barco hundido…

jueves, 15 de noviembre de 2012

¿Quién será esa persona?

Autora: María Gutiérrez


Hacia un calor tremendo propio del mes de Julio por lo que Mely no se atrevía a salir de casa hasta bien caída la tarde que el ambiente se hacia un poco más soportable e invitaba a salir a dar un paseo.

Durante varios días coincidió en el camino con una señora de unos cuarenta y pocos años más bien metidita en carnes que al pasar junto a ella le daba unas buenas noches con bastante amabilidad. No recordaba haberla visto antes por la zona, y así noche tras noche hasta que llegó a preguntarse ¿Quién será esa persona?. La semana pasada coincidí con ella en el autobús pero era una hora punta y venía repleto de gente por lo que no pudimos saludarnos. La observé lo poco que la falta de espacio me dejó y la noté seria y como bastante preocupada, iba en su mundo pensando en sus cosas…..

He vuelto a coincidir con ella en la terraza de un bar, esta vez era lejos de la zona, estaba acompañada de un chico al parecer más joven que ella, charlaban tranquilamente mientras tomaban algo. Desde mi mesa los veía muy contentos y animados.

Con el paso del tiempo, hemos llegado a conocernos y a hacernos amigas aparte de vecinas. Creo que hay buena empatía entre las dos ya que ha llegado a confesarme sus más íntimas confidencias.

Su marido y ella llevan vidas muy independientes. Para Marta, su trabajo representa un gran aliciente profesional y él, aunque trabaja en algo menos brillante, gana un sueldo que con el suyo les permite vivir bien. Se conocen desde niños y se casaron muy jóvenes (de penalti), ahora tienen dos hijas que son la alegría de la casa.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

¿Quién será esa persona?

Autor: Antonio Cobos

Ayer, dándonos un paseo por el campo, cogimos un camino que cada vez se hacía más estrecho y escondido y al que se le veía muy poco o ningún uso. A los lados del camino, la tierra estaba removida de una manera peculiar, como cuando los jabalíes escarban el terreno para buscar bulbos. El sol comenzaba a ponerse por el oeste y queríamos ver la puesta desde los acantilados. Tanto uno como otro pensábamos en volvernos y emprender otro camino que habíamos dejado, algo más atrás, a la izquierda. Ya tuvimos una vez un encuentro con un gruñido de jabalí en un lugar no muy lejano a donde estábamos y no nos gustaría repetirlo.

Fue María quién lo expresó primero en voz alta

– Nos deberíamos volver.

Me subí al borde del camino para ver si se divisaba algo y efectivamente, a unos doscientos o trescientos metros de allí, entre las matas, las rocas  y los árboles, había unas ruinas de una casa y delante de ella, en lo que parecía una especie de plaza por la parte que daba al mar, había un hombre desnudo, mirando al mar. Llamé a María y subió adonde estaba. También ella lo vio. El hombre se sentó,  mirando al mar, pendiente de la puesta de sol, ajeno a nuestra presencia. El camino parecía que llegaba hasta allí dando un rodeo a unas piedras grandes que había más adelante.

Propuse a María seguir unos metros más y volvimos a subir al borde del camino en un lugar que era accesible. El hombre seguía sentado, se levantó cogió algo y se volvió a sentar. Parecía que bebía de una lata  o una botella pequeña. A la izquierda había un pantalón y una camiseta tendidos al sol. Junto a la casa se veía una alberca o una piscina, pero no se distinguía si tenía agua o no. Llena no estaba, eso era seguro. Un poco más lejos, junto a un árbol, salía un humo débil, de lo que debía ser un fuego. Nos volvimos.

Más tarde pensé en quién sería esa persona, que estaba aparentemente sola, desnuda y ajena a que alguien pudiera observar su desnudez, su soledad, su aislamiento del mundanal ruido. No parecía que fuera a moverse de aquel montón de piedras que recordaban lo que fue una casa. ¿Cómo era posible que alguien pudiera pasar la noche allí, sin miedo a la oscuridad, a posibles alimañas, al ataque de algún desaprensivo?
No podía ser un inmigrante ilegal, porque era rubio. Así que me inventé una historia.

Su nombre era Harold Helmdat, noruego de 24 años. Natural de Stavanger. Había estudiado una ingeniería relacionada con el petróleo y había trabajado durante dos años en una plataforma petrolífera. Siendo niño, había venido tres veces a España, y una vez casado volvió una vez más a la zona de Maro y Nerja. Tenía idealizada esta parte del mundo. Se casó joven con una chica con la que salía desde el instituto. Tuvo un desengaño amoroso (su mujer encontró otro compañero mientras él estaba en la plataforma) y decidió cambiar totalmente de vida. Regresó a España para instalarse aquí, si era posible, en ese mundo feliz que él recordaba. Decidió empezar desde cero. Pero se concedió un día de duelo, de llanto por la pérdida de la amada, un día de recuerdos asociados a lugares y se marchó allí, a aquel lugar deshabitado en el que habían estado de excursión, buscando playas solitarias y en el que habían soñado ambos con ser Robinson Crusoe y en vivir en aquellas ruinas aventuras extraordinarias.

¿Qué le pasó esa noche despejada de un mes de agosto en aquellas ruinas de aquel promontorio sobre los acantilados de Maro? ¿Cómo le amanecería?..Pero bueno, eso forma parte de otra historia.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Elisa

 Autora: Elena Casanova


Una tarde se sentó en el mismo banco del parque que Elisa ocupaba. A partir de entonces y todos los días, repetía el mismo ritual. Sacaba unas galletas de su bolsillo, las desmenuzaba y se las echaba a las palomas. La miraba, sonreía, abría un libro, y se concentraba en su lectura durante una hora aproximadamente. Se levantaba, volvía a sonreírle y se marchaba. Nunca dijo nada. Al principio, a ella le molestó su presencia, pero con el paso de los días se fue acostumbrando a su silenciosa compañía.

La vida de Elisa se había convertido en pura rutina. Hasta mediodía trabajaba en un almacén de ropa y gran parte de las tardes las ocupaba en un largo paseo que terminaba en un parque cercano a su casa. Se sentaba siempre en el mismo banco y observaba el juego de los niños hasta que los columpios quedaban vacíos. Volvía a casa, cenaba y se metía en la cama. Desde hacía tiempo, meses o quizás años, no deseaba hacer otra cosa.

Desde que este individuo llegó a su banco, porque lo consideró suyo por la fuerza de la costumbre, imaginó una vida basada en la soledad, el aislamiento, un pequeño apartamento amueblado escuetamente, sin amigos y, posiblemente, sin familia también. Por la edad que aparentaba lo suponía jubilado y con una sólida formación a sus espaldas, porque eso de leer tan a menudo, para Elisa implicaba cierto nivel intelectual. Era alto, algo robusto, bien vestido, con una incipiente barba y con el pelo largo cargado de canas y recogido en una coleta. De semblante serio pero agradable, mirada condescendiente y cuando sonreía era capaz de quebrantar a cualquiera. Rozaría los setenta años y su porte era elegante pero sencillo al mismo tiempo. A menudo, Elisa se preguntaba por qué visitaba aquel parque a diario. Una vida vacía, pensó sin dudarlo.

Un día,  después de regalarle su sonrisa habitual,  él le dejó un libro a su lado. Con curiosidad lo cogió, abrió la primera página y comenzó a  ojearlo. Al levantarse del banco para marcharse, Elisa intentó devolvérselo pero él negó con la cabeza. Terminó de leerlo una semana después y lo dejó a su lado. Al día siguiente apareció con otro volumen. De esta manera, y sin decirse nada, Elisa fue descubriendo el alma humana a través de aquellos autores de los que apenas sabía nada. Junto con el libro, le dejaba un papel manuscrito, donde le explicaba de un modo sencillo la esencia de cada texto. Así, palabra tras palabra, Elisa fue descubriendo la soledad con García Márquez, con Orwell la libertad, la sobrecogió la perversión y el desarraigo descrito por Truman Capote, con Dostoievski vislumbró las contradicciones y luchas internas del hombre, el cinismo, la codicia y la vacua búsqueda del placer con Scott Fitzgerald, la miseria, el desencanto, la muerte con Juan Rulfo….

Según pasaba el tiempo Elisa sentía cierta necesidad de acercamiento, de un contacto verbal con su patrocinador literario y, aunque todos los días lo intentaba, al final solo quedaba la discreción. Algo la retraía y le aconsejaba no perturbar esta relación tan singular. Pero un día llegó decidida a romper la barrera del silencio y a pesar de  su nerviosismo, nada le impediría hablar con él. Cuando se sentó en el banco, él no había llegado aún, pero pronto –pensó-  lo haría. Casi anocheció y nadie ocupó la otra parte. Se sucedieron los días y seguía vacío el otro extremo del banco,  hasta que finalmente llegó a comprender que no volvería a aparecer. Lo echó de menos.

Elisa siguió con su misma rutina, hasta que un mes más tarde, encontró algo en su banco. Descubrió que se trataba de un libro y un par de folios donde aparecía una larga lista de obras recomendadas, y pensó que su dueño estaría cerca. Abrió el libro y leyó la siguiente dedicatoria:

Nunca dejes de soñar sin olvidar dar un salto más allá y rescatar la vida que aún te mereces. Te dejo este libro por si deseas compartir las reflexiones de un buen amigo.”

Elisa, conforme pasaba las páginas, se dejó  llevar por la nostalgia del  tiempo, la muerte, la renuncia, la soledad, la esperanza, el amor, la amistad… Ahora, por fin, disponía de un nombre para una cara. Se sintió afortunada por toda esa generosidad que de forma  tan extraordinaria había sido destinataria.

Volvió tarde a su casa, casi de noche, el tiempo había pasado deprisa. Soltó el libro en una mesa, cogió el móvil y marcó el primer número que aparecía en su escueta lista de teléfonos.


sábado, 10 de noviembre de 2012

Vidas anónimas

Autora: Pilar Sanjuán Nájera


Hace días, me senté en un parque y cerca de mí, tomaron asiento tres personas: un matrimonio mayor y un jovencito que a juzgar por las muestras de cariño que le prodigaban, supuse que sería nieto. El marido llevaba en la mano uno de esos sobres grandes que dan en los hospitales para guardar radiografías. Estuve un rato observándolos y de pronto pensé: ¿No pueden ser estos los personajes sobre los cuales he de construir una historia? Y he aquí lo que se me ocurrió:

"Carmen y Marcelino son un matrimonio de setenta y cuatro y ochenta años respectivamente, que viven en Otura desde hace treinta y cuatro, cuando volvieron de Francia. Se fueron allí a trabajar en los años sesenta desde un pueblecito de La Alpujarra. Permanecieron quince años en los suburbios de París, trabajando y ahorrando como tantos miles de españoles acuciados por la necesidad.

Carmen es de carácter apacible, callada y trabajadora, de manos suaves, nunca se enfada, nunca levanta la voz. Vive entregada a los suyos, lo ha hecho desde pequeña. A sus setenta y cuatro años, aún conserva vestigios de su belleza juvenil, en su pelo lustroso con pocas canas y en la suavidad de sus mejilla, que milagrosamente, no tienen demasiadas arrugas. Son sus ojos, de mirada triste, los que delatan una vida con más penalidades que momentos felices. De Francia se trajo, además de una artrosis por el frío pasado, unas varices en las piernas por tantas horas de pie, lavando en la pila ropa de siete personas.

Marcelino tiene un carácter muy distinto: es vivaracho, inquieto, hablador y un poco atolondrado, Tal vez por ser tan distintos, su matrimonio ha durado más de cincuenta años. Quiere a su mujer, pero de manera un poco ruda; le da vergüenza mostrar su cariño con arrumacos, se lo muestra más bien con hechos. Ella también lo quiero,  pero de manera sosegada, como es su carácter.

En los primeros años sesenta, Marcelino se fue solo a Francia a buscar trabajo dejando en el pueblo a Carmen, muy joven ala cargo de dos hijos de corta edad. Su padre viudo y dos hermanos solteros mayores que ella, pero incapaces de vivir solos desde que murió la madre.

Marcelino, al principio, no tuvo mucha suerte en Francia. Encontró un trabajo precario que no le daba más que para pagar una mala pensión sin poder ahorrar nada. Así aguantó tres meses. En la pensión, los fines de semana tenían la costumbre de hacer unos jueguecitos, parece ser muy normales en la Francia de aquella época y en casa de huéspedes que llamaban “el magreo”. Consistían en que las criadas, en plan condescendiente, se dejaban tocar y dar achuchones, pero sin llegar a más. Marcelino tomaba parte en estos juegos, pero como español y andaluz, tenía la sangre caliente y se disparaba, queriendo llegar a mayores, cosa que no estaba permitida, así que se quedaba desazonado, nervioso y de mal humor. Comprendió que necesitaba a Carmen a su lado y se puso a buscar con ahínco un trabajo mejor y además, otros para su suegro y sus cuñados. Encontró, afortunadamente lo que quería en una fábrica de coches. Mandó dinero a su familia para el viaje, buscó alojamiento para todos y en una semana estaban alojados en una casa incómoda pero barata. En la misma casa vivían otras dos familias españolas y la compañía de estos compatriotas, alegró a Carmen, que veía una gran problema en el idioma. La casa sólo tenía un servicio en el pasillo para todos los vecinos y una sola pila para lavar la ropa. Había grandes colas para acceder a ella. Además estaba casi a la intemperie y pasaban mucho frío lavando.Tuvieron que acomodarse los siete en tres dormitorios; el salón era pequeño y la mesa insuficiente; tenían que sentarse de lado, pero lo peor para Carmen era la cocina, pequeñísima y con poca luz.

Los niños, María y Carlos fueron escolarizados sin problemas. Los cuatro hombres comenzaron a trabajar de inmediato y Carmen, como siempre, era la más sacrificada, teniendo que hacer las compras sin conocer el idioma, poniendo orden en una casa pequeña sin saber dónde colocar la ropa de siete personas, haciendo la comida en aquella incómoda cocina, etc, etc, pero se guardaba bien de quejarse. Cuando acudían todos a la hora de la comida, los recibía con buen semblante. ¿Para qué aumentar las penurias de aquella vida tan poco gratificante?

Pasados quince años, y con ahorros que creyeron suficientes, volvieron a España. Marcelino compró en  Otura un terrenito y con sus conocimientos de albañilería construyó una casa grande, cómoda y sencilla, con una cocina espaciosa y bien iluminada que hiciera olvidar a su mujer la de Francia; el salón amplio y con grandes ventanales, cuatro dormitorios porque sabía que sus hijos se casarían y vendrían con los nietos a visitarlos. También se hizo un huerto y a a la entrada de la casa, dejó un espacio para jardín donde Carmen pudiera tener flores y plantas a su gusto. Con ventanas y puertas acristaladas que le daban los vecinos, le hizo a su mujer una especie de invernadero que ella llenó de macetas con flores dedicadas. Pero lo que más entusiasmó a Carmen fue un horno de leña que Marcelino le construyó detrás de la casa, al abrigo de los vientos. Ella hace allí pan, bizcochos y asados cuando va la familia. A veces, está trajinando junto al horno, con las mejillas arreboladas y su marido, en cuyo corazón aún quedan rescoldos de tiempos pasados quiere pellizcarla. Ella huye hacia la casa diciendo: ¡Quita, quita….!

Han pasados los años. Carmen y Marcelino se sientan en el salón frente a la chimenea y rememoran las penalidades, trabajos y fatigas de lo que ha sido su vida. Les parece mentira haber llegados hasta este momento de sosiego. El gobierno de Francia le envía a Marcelino una paga de jubilado muy aceptable, por los servicios prestados, con menos cicaterías que las que dan en España. El huerto les ayuda con los productos que cosechan y aunque ambos se resienten físicamente de algunas dolencias, el presente es bastante optimista."

La vida de Carmen y Marcelino es idéntica a otras miles de vidas de lucha, entrega y sacrificio; vidas anónimas pero heroicas, nunca han tenido un momento de gloria y, sin embargo, sus merecimientos son muy superiores a los de los ronaldos, alonsos, nadales o pedrosas. Yo quiero ofrecerles con este humilde escrito, un reconocimiento, un testimonio de respeto y admiración.




viernes, 9 de noviembre de 2012

¿Será María?

Autora: Rafaela Castro

Por mis achaques –que son más de los que quisiera tener- voy con mucha frecuencia al médico y, la verdad, aunque me cuesta reconocerlo soy de las que, si fuera muda, reventaba: cuando no hablo con una lo hago con otra, y con eso e que este barrio, de vista, como que nos suena todo el mundo.

Aunque es cierto que hablo, también soy de las que observo. Llevo algún tiempo coincidiendo en las consultas médicas con una señora mayor. Yo le echo unos setenta y tantos año. Una de las ocasiones en las que hablamos, ella me dijo que tenía cinco hijos, pero que por las circunstancias laborales estaban todos fuera de Granada Hacia años que vivía sola porque era viuda.

Llevo unas semanas en las que María no se me va del pensamiento. Me he fijado que siempre dice que tiene uno de los últimos números de la consulta. Son pocas las veces en las que la he visto entrar al médico.

¿Saben por qué pienso tanto en ella? Pues es porque hace unos días vi un reportaje en la televisión en el que hablaban de hombres y mujeres de este país nuestro que se llama España: contaban que después de estar toda una vida trabajando y luchando por salir adelante, no sobrepasaban apenas los 400 euros de pensión.

Estos mayores son los que están en silencio, viendo pasar los días, y son los que se sientan en las salas de espera de las consultas para estar calentitos y sentirse acompañados. Son de los que, a veces, compran un pollo y hacen milagros con él, haciendo que les dure toda una semana. O piden unos caparazones para “el perro o el gatito”, aunque lo mismo ni existen y es para hacer ellos y ellas una sopica.

También suelen tener una vecina muy “apañá” que les suele arreglar la ropa para meterle cuando le está grande, o sacarle cuando se ha quedado pequeña, aunque para lo que comen más bien tienen que meterle.

Habrá quien diga ¿y los hijos, qué? Pero es que, en muchas ocasiones, los hijos los ignoran. Tal vez porque se sientan avergonzados de tener que reconocer la situación de sus padres, y prefieren callar y mirar para otro lado, y que la gente no lo sepa. Esto me recuerda a muchas mujeres maltratadas, que suelen decir que “mi marido es rarillo, pero en el fondo es bueno”. Hay que tapar: está la vergüenza y la conformidad con lo que les pasa, que tiene que ser así, que siempre hubo ricos y pobres, y gente más feliz y otra menos. Este tipo de actitudes de conformismo es la que me matan.

Vergüenza deberían sentir, pero no las víctimas, sino nuestra propia administración, que consiente que haya sueldos desmesurados para los gobernantes, antes, durante y después del mandato y que tantos españoles estemos trabajando –muchos desde niños, y que ahora, en la vejez estemos malviviendo.

Bueno, también te dicen que están los albergues públicos gratis, o que cuestan poco dinero. Y yo me pregunto ¿por qué tiene que salir de su casa una persona mayor para llenar el estómago? Con lo “agustico” que se está en la casa de uno, tranquilo y viendo la tele.

Yo no entiendo de leyes, pero sí de dignidad, derechos y obligaciones, y si tienen que reformar las leyes pues ¡que lo hagan! Credo que un país que cuida a sus mayores tiene una sociedad más próspera, con más futuro.

Vuelvo a María, y me pregunto: ¿Será María la que se va a las consultas de los médicos para estar calentita y ahorrarse el brasero? ¿Será María la que cuando ve a sus hijos les dice “Por mí no os preocupéis, que yo estoy muy “agustico”? Y encima junta unos euros y se los da a sus nietos para que compren chucherías.

¡Dios! me pregunto…… ¿Será María?

martes, 30 de octubre de 2012

Paseando por el parque

Autora: María Gutiérrez


Cada mañana, sobre las ocho, a veces un poco más tarde, un joven pasea por el parque acompañado de su mascota un koker de color canela. El pobre animal necesita un paseo antes de que él se vaya a trabajar, así que, inevitablemente cada mañana, aunque de mala gana, acude al parque con gesto somnoliento y refunfuñando. Es una de esas personas que encuentra dificultad para levantarse temprano.

Hace unos días ha reparado en una chica que pasea también por parque acompañada de su perro, un carlino  beig y negro que es una monada. La chica tiene una bonita melena y un cuerpo escultural. Desde entonces salir a una hora temprana ha dejado de ser un sacrificio doloroso para él. El problema estriba en como entablar conversación con ella.

-Nos ignora, tanto a mi perro como a mí-  les comenta les comenta penosamente un día a sus amigos.

- Abórdala, tonto….-

-Sí debo hacerlo- decide. -Entablaré conversación con ella y seguro que nuestros respectivos perros se pelearan-

Cada mañana, la chica acude al parque. Le encanta dar este paseo entre los majestuosos árboles, la suave hierba, saboreando este tiempo de paz y tranquilidad antes de mezclarse con el caótico ruido de la gran ciudad. En general le molesta el gentío, siempre ha sido un poco tímida y muy reservada. Ahora en su mente hay una nueva distracción. El joven con su perro coker, está continuamente en su pensamiento. Su timidez desaparece al hablar de él a sus compañeras de oficina. En su mente se agolpan imágenes de seductores que de una forma u otra han ido apareciendo en su vida. Cree que este chico es un buen seductor.

- A mí me gustan los hombres que sepan intrigarme…Es guapísimo, con un cabello negro un poco alborotado…

-¿Por qué no intentas hablar con él?. 

- No puedo, lo he puesto en práctica y me quedo muda, se me seca la garganta y no me sale  ni una palabra, pero soy optimista se que algún día tendré la ocasión. Por desgracia, el perro de él y el mío, ni tan siquiera se han husmeado mutuamente en ademán de saludo.

Los días siguen pasando, el aire es cada vez más fresco y viene cargado del sonido de los árboles que suspiran al perder sus hojas. Como cada mañana, dos personas van paseando por el parque. La de atrás va admirando la espalda cubierta con el anorak verde que lleva ella. Ésta de pronto aminora la marcha ansiando que su perro que anda suelto, retroceda y le ladre al Koker. -¡¡Ójala fuera el suyo un perro homosexual!!- piensa…

La chica toma de pronto la decisión de su vida. Se para pretendiendo arreglarse la zapatilla como excusa. Nota que el joven se aproxima, ella puede apreciar su aroma. Seguro que llevará puesto sin duda un perfume caro. Le resulta excitante y lo agradece en el alma. Está aprendiendo a ser cada vez más coqueta, a pecar de ingenua, a seducir y a poner en práctica sus trucos. También ella se ha perfumado después de la ducha. Le gusta oler bien y más en estas circunstancias, aunque siempre sin abusar. Un ligero toque es más que suficiente para intentar embriagar a su presa. Al pasar por mi lado, nuestras miradas se han cruzado y he sentido un ligero estremecimiento.

De nuevo llegan las ocho de la mañana de un nuevo día, todo continúa lentamente, aunque el objetivo de los dos es el mismo. Cada uno aparece por el parque en compañía de sus respectivas mascotas  dispuestos a patearlo de una punta a otra y cundo más distraídos iban se encuentran frente  a frente. No saben qué hacer ni qué decir, los dos se quedan embelesados ante este glorioso encuentro. Los perros  aprovechan la ocasión para husmearse en tono pacifico con menos nervios que nosotros y son los que ponen la guinda en el pastel.

He notado en su forma de mirar y en sus escasas palabras que es un buen seductor. El pensará: ¡¡por fin he triunfado!!, pero yo, también he conseguido lo que quería, a un hombre que tiene claro lo que quiere, dejando a un lado el pudor para acercarse a mí. Su método ha sido bueno, ya que en ningún momento ha invadido mi espacio de forma inadecuada.

Esta mañana, ella ha aparecido con un anorak rojo, cree que llamará más la atención y ayudará a  avivar la llama que se ha encendido entre los dos. No piensa en otra cosa, coquetea de forma descarada con él. Solo desea que llegue pronto el día en que caiga rendida en sus brazos. Nuestras mascotas también se han enamorado desesperada y vergonzosamente. Tan enamorados están que a veces  causan problemas en la vía pública. El chico se ha planteado si este fuego no se apaga un poco acudir a algún remedio ya que debido a la entrega que pone el carlino, hay momentos que se teme por su vida quedando exhausto en cada encuentro diario.

viernes, 12 de octubre de 2012

Tres jóvenes marines del estado de Kentucky


Autor: Antonio Cobos


Amanecía y una claridad difusa penetraba por el hueco del ventanuco de aquella habitación de hotel modesto en el que había pasado la noche. Hacía un calor profundo y bochornoso y la humedad ambiental era pegajosa y abrumadora. El cuerpo lo sentía mojado y reluciente como si lo hubieran restaurado con un barniz de brillo.

Se había levantado de la cama y se sentó en aquel sillón medio desvencijado, con la funda púrpura desgastada y sacada de sitio. Se pasó la mano por la garganta y se quitó el sudor con los dedos. Pensó en abrir la puerta por si se establecía alguna corriente de aire, pero desechó la idea al momento, al mirar el cuerpo desnudo de aquella joven vietnamita.

Dos pensamientos distintos se alternaban en su mente. Acudían a su cerebro escenas vividas unas horas antes y sentía como las hormonas actuaban de nuevo en su organismo y generaban deseo. Aparecían entonces los sentimientos de culpa y de miedo. ¿Cómo se había dejado llevar? ¿Por qué había aceptado la proposición de esa muchacha menuda? ¿Sería quizás menor de edad? ¿Estaría sana? No había tomado precauciones.

Observaba la curva de la cadera de la joven morena, vuelta de espaldas y abandonada a su sueño y la sangre se le volvía a alterar. Deseaba reposar su mano en la cadera y recorrer aquella piel blanca y suave. Si era una profesional, ¿cómo es que se había dormido? Cuando él se quedó dormido, ella podría haberle robado y haberse marchado. Pero no lo hizo, se quedó dormida junto a él. Recordaba sus ojos oscuros y su mirada penetrante. Podría haberle regateado los dólares que le pedía pero no lo hizo. En aquella mirada vio necesidad y miedo. No pudo decir que no.

Había salido del campamento base, hacía unas doce horas, en compañía de Brent y Scott, sus dos compañeros más allegados, también oriundos de Kentucky, y con los que más a gusto se sentía entre todo el batallón. Habían terminado su periodo de entrenamiento y marcharían al frente en tres días. Les habían dado dos días de permiso y los tres decidieron pasarlos en Saigón.

Cuando estaban en una esquina de la calle Dong Khoi, junto al hotel Caravelle, enfrente del edificio de la Ópera, decidiendo si se tomaban otra copa o no, tres chicas vietnamitas guapas de cara y con las faldas muy cortas se les acercaron sonrientes. A los pocos minutos, dos de los tres marines, se marchaban a otra zona más apartada del distrito 1 y uno de ellos, se excusaba con la tercera chica que, frustrada por no haber sido elegida, no comprendía o fingía no comprender.

James no había querido sumarse a la decisión de sus amigos. En aquel momento se acordó de su novia Dorothy y de las promesas de amor que se hicieron antes de que él partiese, hacía sólo unas semanas. Tras deshacerse de la chica vietnamita, deambuló sin rumbo, perdiéndose por las calles de Raigón.

Cerca del parque Tao Dan, se tropezó de pronto con aquella chica, que con cara suplicante y algo de miedo le pedía 10 dólares y le señalaba el edificio de un pequeño hotel. Cuando movió su cabeza de un lado a otro, diciéndole que no mientras le sonreía, la chica le cogió una de sus grandes manos entre las suyas y le dijo que sí con su cabeza, forzando una sonrisa. Fueron aquellos ojos clavados en los suyos, aquellos ojos hermosos y profundos, los que le hicieron actuar como un autómata y dejarse llevar por unas manos menudas y blancas que tiraron de él hasta el hotel. Ella pidió la habitación y subieron a la primera planta.

Una vez dentro de la habitación ella cerró la puerta y se quedó quieta delante de James, esperando que él tomara la iniciativa. Pero el marine permanecía quieto, mirando a aquella joven y pequeña mujer, con una tersa y hermosa cara y una piel suave y blanca como no había visto nunca.

De nuevo fue ella la que tomó la iniciativa y dando un paso hacía él, le cogió su mano enorme entre sus dos manos diminutas y se la llevó a uno de sus pechos. Una suave reacción involuntaria de apartar la mano fue percibida por la vietnamita, pero duró un instante. Ella no soltó al marine, que en seguida se relajó y empezó a percibir los latidos de un corazón desbocado. Acomodó el hueco de su palma a aquel tejido esponjoso y blando y comenzó a reaccionar a los estímulos que percibía en su cuerpo. Se agachó hacia la vietnamita, que había inclinado su cabeza, y con suavidad le levantó su cara hacía él. Sus labios buscaron su boca y sus dedos se entrelazaron en sus oscuros cabellos. Le soltó la cola de caballo y comenzó a quitarle su ao dai, ese vestido de cuello alto y manga larga, ajustado a los brazos, al pecho y a la cintura y que la mayoría de las mujeres vietnamitas llevaban sobre unos pantalones anchos. A James le parecían muy elegantes.

Los movimientos del principio, suaves y como a cámara lenta, se fueron haciendo cada vez más fuertes y rápidos hasta llegar a ser casi violentos. Después volvió la suavidad y apareció una ternura que volvió a ir encendiendo el cuerpo de James como un fuego devorador. Y así pasaron varias horas, hasta que el cansancio puso a dormir a unos cuerpos sudorosos y enlazados.

James se vistió sin hacer ruido y ya en la puerta, al abrirla, volvió sus ojos hacia la joven vietnamita que despertó de forma brusca en ese instante y fijó su mirada oscura y profunda en el huidizo americano. James cerró la puerta y buscó con rapidez la salida.

Una semana más tarde, un parte de guerra daba una relación de marines muertos en acto de servicio en un enfrentamiento contra el Vietcom. Entre ellos aparecían los nombres de William M. Brent, Charles L. Scott y James T. Atkinson, tres jóvenes marines del estado de Kentucky.


jueves, 11 de octubre de 2012

Viuda negra

Autor: Antonio Pérez García

Eróticamente imperfecta, así es como podría describir a esa chica que contamina el aire, esa que angustia mis neuras, las marchita sin remedio, madre de todas las víboras. 

Serpiente con tacón y bolso tous. Mi corazón en un vaivén se empeña en alzarse en gloria al oírte, al verte. Cuando llegas mis pulmones dejan de respirar cayendo hipnotizados.

Ni que todo mi maldito cuerpo no recuerde nada del ayer, solo infielmente me dejan sin cuartel, sin ganas de luchar, solamente sin nada de lo que pueda yo arreglar, esa impotencia, por culpa de esa mujer fatal que me desencaja por siete sitios.

Maldito aire ¿no dicen que oxidas? pues mátame ya, antes que esta locura loca afecte y desemboque en marismas tan descomunales que nos podamos sin querer deplorar, no queriendo hacerlo nunca más. Eres la viuda negra, un placer erótico pero utópico que ni puedo ni quiero probar. Simple cambiaría tu cara por un globo con sonrisa pintada y tu cuerpo esbelto por cajas de cartón, obligando a tus curvas a rendirse a rectas sin sentido, pero con mucho significado para la caricatura que sin remedio intento a mi deseo mostrar.
 
No te quiero, pero te necesito, no me gustas, pero sin remedio te encuentro. No lo quiero, pero desgraciadamente no hago más que por ti pecar.

Mato al santo, ángel caído, descomulgado por la bondad y la cordura, obligado en el infierno a acabar contigo a cuestas durante mi eterno rojo y ardiente paraíso.

Eróticamente imperfecta, y no porque no quiera probar, sino porque no estoy tan loco para contigo irme a suicidar, los kamikazes los dejo para quien ingenuamente en ti chocan cada día una y mil veces más, mujer fatal. Que en gloria te tenga el Eterno, porque algún día en el infierno reinarás.